En una casa a las
afuera de una cuidad común vivía Gregorio con su preciosa esposa. A él le
gustaba pasar las tardes o los días de fiesta, como aquél, leyendo algún libro
de poesía si no estaba corrigiendo los exámenes y ejercicios de sus alumnos. Su
mujer se acercó y le dio un beso en la frente mientras colocaba un té y unas
galletas en la mesita que tenía al lado de la butaca que utilizaba exclusivamente
para leer. Ella se sentó en un asiento igual al de su marido, situado junto a
él y empezó a ojear una revista del corazón. Gregorio se quitó las gafas de
lectura, cerró el libro y miró a su mujer. Sonrió. Ella lo notó y le preguntó
con una sonrisa:
-¿Qué pasa?
-Nada. Recordaba el día
que nos conocimos. Estoy agradecido de la vida que tenemos ahora.
Ocho años atrás
Gregorio salía del instituto donde impartía sus clases de matemáticas. Él era
un hombre dedicado y, como nadie lo esperaba en casa, se quedaba hasta tarde en
el seminario de ciencias para hacer su trabajo. Era de noche y pocas luces
iluminaban su camino hasta el parking donde estaba su coche estacionado. Una
luz cegadora en el cielo captó toda su atención. Primero una explosión y luego
un punto de luz que cada vez se hacía más grande. Se dirigía hacia él. La luz,
que resultó ser un objeto en llamas, impactó contra la escuela y luego se
estrelló contra el suelo. El impacto impulsó a Gregorio unos metros hacia atrás.
Cuando la tierra y la polvareda que había levantado el contundente cuerpo
llameante se disipó Gregorio corrió hacia el lugar de impacto. Allí vio por
primera vez a la que sería su mujer. Ella estaba protegida dentro de una
especie de globo esférico semitransparente que la mantenía en el centro del
mismo. A su alrededor solo había escombros de lo que parecía una nave. Gregorio
se acercó y la observó con sorpresa. Su aspecto no era de este planeta. Tenía
una cara estirada hacia adelante, su piel era amarillenta y con apariencia más
dura que la humana. Su cabeza estaba separada de los hombros por un grueso
cuello. Él picó la estructura protectora y la criatura abrió los párpados dejó
ver unos ojos pequeños, negros y asustados.
Gregorio escuchó
vehículos policiales y temió lo peor. Había visto en películas cómo maltrataban
a los seres extraterrestres y no estaba dispuesto a que hicieran lo mismo con
aquel ser. La alienígena apretó un botón del brazalete que vestía y la cápsula
protectora desapareció.
-¡Ven conmigo! ¡Estás
en peligro!
Gregorio la cogió de la
muñeca y la arrastró corriendo hacia su coche. La metió en el asiento de
copiloto y, después de sentarse él, arrancó el coche. Respiró hondo y volvió a
observar a su nuevo invitado.
-A ver, ¿Entiendes lo
que te digo? – El ser asintió. – Pues habrá que esconderte, ¿tienes algún
disfraz o algo para que no te descubran? – El ser apretó otro botón y su
aspecto físico cambió. Ahora era una mujer, de la misma edad de Gregorio. Su
piel gruesa y áspera se volvió fina y delicada, su cara alargada ahora tenía
unas facciones bellas, sus ojos negros e inexpresivos ahora eran unos preciosos
ojos marrones. – Vaya, esto está mejor. Mucho mejor. ¡Vámonos!
-Sí – Contestó su
mujer. – La verdad es que, con todo lo que hemos pasado, nos merecemos esta
vida tranquila y tan… tan…
-¿Tan normal?
-Exacto – Ella se
volvió a acercar a su marido y se besaron. – Por cierto, ¿no era hoy cuando
tenías la cita con el médico?
-¡Cierto! Gracias,
cariño. Tú siempre tan atenta.
Veinte minutos más
tarde, Gregorio se encontraba en la consulta de su médico de cabecera. Siempre
que había estado en aquel lugar era por pura rutina. Su médico, le felicitaba
continuamente por su salud de hierro, de hecho hicieron amistad y se tuteaban.
Pero hacía días que Gregorio tenía problemas digestivos. El doctor se sentó en
la mesa con las pruebas, no tenía una cara muy amigable.
-Gregorio, las pruebas
que hemos hecho y comprobado afirman un único diagnóstico. No sé cómo decirte
esto, pero estás embarazado.