jueves, 18 de abril de 2013

Mi afición (3a parte)


Y ahí estábamos. Dos horas estuvimos esperando a que una pareja de ancianos saliera de la casa que habíamos elegido. Cuando abandonaron la casa, mi chófer me dio mi walkie-talkie, era pequeño y sofisticado, de esos que se ponen en la oreja y se aguantan solos.
- ¿Recuerdas dónde están los puntos muertos de las cámaras? – me dijo muy en serio.
Yo asentí con la cabeza y salí del coche. Escalé sin dificultad por el muro que rodeaba aquella mansión ostentosa y me dirigí a la puerta principal. Tal y como me había dicho mi compañero de crimen, había una llave de repuesto encima del marco de la puerta. Entré en la casa. A la derecha había un panel con teclado numérico en el que puse los 4 dígitos que Dinérez me había proporcionado. Funcionaron. Realmente había trabajado en serio en preparar bien aquel golpe.
Ahora podía caminar sin temor por todas las habitaciones de aquella casa. Era una sensación extraña a la que yo no estaba acostumbrado. Pero me acomodé rápidamente, abrí la nevera y me serví en una copa de crista un poco de horchata. Sí, horchata.
- ¿Cómo va todo compañero? Por aquí no hay peligro inminente.  – Sonó en mi oreja.
Casi me muero del susto, no recordaba que tenía aquel pequeño aparato. La copa con mi bebida cayó al suelo y se rompió. Yo me quedé inmóvil, esperando que sonara alguna alarma. Pero no pasó nada. Respiré con tranquilidad y le contesté:
- No me des esos sustos. Aquí todo va bien, si surge algún problema ya te avisaré.
Me giré para dirigirme a la habitación donde estaba la supuesta caja fuerte y vi a una niña en pijama mirándome. Odié a toda la comunidad de vecinos de aquella urbanización. La niña me dijo.
- Has roto una copa de mis yayos.
- Ya, lo siento. Luego la limpiaré. Ves a tu cuarto, no pasa nada.
- ¿Qué? – Escuché por aquel abejorro eléctrico que tenía en la oreja - ¿Por qué me dices que me vaya a mi cuarto? ¿No estamos robando una casa?
- ¡Cállate! – Le grité al aire. La niña pensó que se lo decía a ella. Empezó a llorar. – No, no, no. No te lo decía a ti guapa. Mira, ves a tu cuarto, te cuento un cuento y sueñas con angelitos y unicornios, ¿vale?
Así lo hicimos. La acompañé a su habitación. Desde su ventana se veía el coche con el que habíamos venido. Se durmió rápidamente y volví a mis quehaceres.
- ¡No me habías dicho que tenían a su nieta en casa! – Le reproché a Dinérez.
 - ¡¿Cómo iba yo a saberlo?!
Por suerte la habitación de los abuelos estaba al lado de la de la niña. Entré con la linterna en la boca. Haciendo mucho silencio para que no se despertara otro nieto y me sorprendiera otra vez. Aparté el escritorio y di unos golpecitos en el suelo. Noté que en una zona del parqué sonaba hueco y, tal como me había dicho que hiciera Dinérez, apreté esa parte y un par de baldosas del suelo saltaron. Ahí estaba el botín. No sabía qué contenía, ni siquiera como abrirlo, pero sentí una sensación de alivio enorme. El golpe más dispar que había hecho en mi vida había finalizado. O eso pensaba.
Cogí la caja metálica y me fijé que debajo de ella había un pequeño botón rojo. Era un sensor de peso. En ese instante cayeron unos barrotes de acero en las ventanas de toda la casa y sonó una alarma.
- ¡¿Qué está pasando?! – Me preguntó mi compañero.
- ¡Hay un sensor debajo de la caja! ¡No me dijiste nada de un maldito sensor debajo de la caja! ¡Estoy atrapado!
La alarma seguía sonando. Mi compañero estuvo en silencio un segundo. El segundo más largo de mi vida.
- Muy bien. Plan B. Voy a estrellar el coche a la casa, sal por ahí. Dale todo lo que haya en la caja a mi familia, tal y como habíamos quedado. Diles que les quiero.
¿Plan B? ¿Desde cuándo había un plan B? ¿El tío se va a suicidar para salvarme? Entonces lo entendí. No era el plan B. Era el plan A. Iba a suicidarse para salvar a su familia, tal y como iba a hacerlo el día que entré a su casa. Siguió hablando:
- Rápido, enciende la luz de la habitación donde estés y voy para allá. - ¿dónde estaba el interruptor? Había entrado en aquella habitación a oscuras – Vale, ya la veo. Gracias por todo.
Yo no había encendido ninguna luz. ¿Qué es lo que había visto? Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La niña.
Antes de poder decirle nada oí un estruendo muy grande. Corrí hacia la habitación de la niña. Sólo vi escombros y polvo. Empecé a buscarla. La oí llorar. Estaba bien. No sé si fue por el miedo o porque la última vez que había salvado a alguien durante un robo me había llevado problemas, pero decidí dejarla allí y salir corriendo. El corazón me iba a mil por hora. Corrí en dirección opuesta a mi casa, por si algún vecino me veía. Hice un gran rodeo y llegué a mi patio trasero a los 10 minutos. Los sonidos de sirenas me daban fuerza. Subí por la pared de mi casa hasta mi habitación y me estiré en la cama. Allí comencé a llorar. Aquella noche la pasé fatal.
Después de aquello me prometí no volver a tener compañero de robo. La caja fuerte la abrí al día siguiente. Tal y como me dijo habían joyas, también algunos papeles sin importancia. Lo dejé todo en la puerta de la casa de Dinérez, dentro de un paquete con una carta hecha como si fuera escrita por él.
Ahora sigo robando. Utilizo el útil material que consiguió mi colaborador. Pero ya no tengo ahorros. Todo lo que gano lo envió con un sobre a nombre de la pequeña que, por mi culpa, no pudo andar nunca más en la vida. 

miércoles, 17 de abril de 2013

Mi afición (2a parte)


No soy una mala persona. Es verdad que robar y escaparse de la ley casi burlándose de ella no es una conducta ejemplar, pero en general soy buen chaval y si veo a alguien a punto de morir intento salvarlo. Así, cogí a aquel desgraciado de las piernas y empujé hacia arriba para que no se ahogara, su cabeza se separó de la soga y todo el peso cayó en mis hombros. Caímos los dos. El ruido despertó a su mujer y vi una luz que se encendía y la sombra de alguien que se acercaba por el fondo de un pasillo. Aquel hombre y yo nos miramos. Por la cara que hizo noté que me había reconocido. Salí de allí corriendo.
Aquella fue la noche más larga de toda mi vida. Nunca hubiera pensado que algo así podría pasarme en la vida. Al día siguiente me desperté cansado. Mis padres me vieron la cara y entendieron que quisiera quedarme en casa, lo atribuyeron a la mudanza. Ambos se fueron a trabajar y se llevaron a mi hermana al instituto. Yo aproveché para desempaquetar mis cosas. Sonó el timbre y se me heló la sangre. Abrí la puerta y el señor Dinérez estaba ahí con cara de póker. Solo dijo: “¿me invitas a un café?”
Lo invité a pasar, preparé el café, nos sentamos y tuvimos la conversación más extraña de mi vida.
- Fuiste tú ¿verdad? – Me dijo sin pestañear.
- Sí – respondí, no tenía porqué esconderme, los dos sabíamos lo que había pasado.
- ¿Qué hacías en mi casa?
- ¿Qué hacías colgado en tu comedor? ¿De qué huías? Cobarde…
Dio un golpe en la mesa y me miró como un perro atado mira a un gato que acaba de colarse en su patio.
- ¡En mi casa hago lo que quiero! ¿Me entiendes?
Le devolví una mirada pasota, pero por dentro estaba temblando como un flan, nunca había sentido tanto miedo. Di un sorbo a mí café, solo buscaba tiempo para elegir las palabras adecuadas.
- Podrías haberme denunciado.
- ¿Qué? – Se asombró que dijera aquello, era lo que quería.
- Que podrías haberme denunciado. Me has reconocido, eso es claro. Pero en vez de una cita judicial me has venido a ver a pedirme un café. ¿Qué quieres?
Me recosté en el sillón con el café en las manos. Creo que mis palabras surgían efecto. Él se rió, miro al techo, suspiró un “ay, señor”. Me miró y dijo:
- ¿Porqué me salvaste? No sé los motivos por los que estabas en mi casa, pero podías haberme obviado. Nadie hubiera sabido nada. ¿Por qué lo hiciste?
- En primer lugar: “de nada”. – se rió levemente – En segundo lugar, ¿no es lo que cualquiera hubiese hecho? Te di una segunda oportunidad, no se los motivos de tu decisión, pero aquello que estabas a punto de hacer era una salida rápida de cobardes.
- ¡Deja de llamarme así! Era lo único que podía hacer – las manos empezaron a temblarle – No lo puedes entender.
- ¿Quieres saber lo que hacía en tu casa? – Sus ojos me miraron con curiosidad – Os estaba robando. Es como una afición que tengo. Soy muy bueno. – Le di un sorbo al café con confianza.
- ¿Robando? Lo dices como si fuera lo más normal del mundo.
- Ya, para mí sí que lo es. Te toca, ¿qué hacías ayer ahí colgado?
Miró al suelo, como avergonzado. Me sentía superior a él, era sorprendente cómo podía manejarlo, me imaginé miles de situaciones en las que podía aprovecharme de él.
- Es tal y como tú dices: estaba huyendo. Mis empresas están cayendo una por una en una espiral de deudas. Los bancos y los amigos ya no me ayudan más. Debía salir de aquello. Pensé que si me quitaba la vida mi familia podría cobrar el seguro y tener una ayuda para, por lo menos, pagar los estudios de mi hija. No sé lo que estaba pensando. – Se tapó la mano con la cara. En un instante cambió la expresión, como si hubiera descubierto algo. – Un momento ¡Tú eres un ladrón! ¿Crees que podríamos…?
- Uy, no, no. Sé lo que estás pensando. Yo trabajo solo.
- No, espera. Yo soy muy torpe y sería un estorbo a lo que haces. Pero me conozco la mitad de las casa de este vecindario. Aquí el contacto entre personas es muy importante, se mueve mucho dinero sólo haciendo contactos en un sitio como este. Podría facilitarte planos, puntos muertos de cámaras, incluso alguna que otra contraseña de cajas fuertes y cosas así…
- ¿Qué me estás contando? No lo veo plausible. Además mi campo de actuación es diferente.
- Bueno, piénsatelo. Te dejo mi tarjeta con mi número personal. Eres mi única esperanza. Si no me llamas en un par de días volveré a intentar lo que hice ayer.
Aquello sonó como una amenaza. ¿Quién estaba manipulando a quién?
Se fue en un suspiro. Iba con un paso animado, como si se le hubieran acabado todos los problemas.
Aquella propuesta era suculentamente tentadora. Ordené la habitación sin poder sacármela de la cabeza. Aún así no creo que aquel tipo entendiera los riesgos que contenía.
A los dos días me llamó y me invitó a ir a su casa. Me llevó a su despacho y me enseñó un montón de planos, de códigos, de aparatos que podíamos utilizar. Él se veía más capaz de hacerlo que yo.
- Mira, propongo ir a esta casa para empezar. Su dueño estará en una fiesta lejos de aquí. He comprado walkie-talkies y estaremos todo el rato en contacto.
Lo miré con desconfianza, pero admiraba lo preparado que estaba. En el plano había marcado la ruta de entrada para que no me vieran las cámaras activas y los posibles lugares para esconderse en caso de que vinieran pronto. Pretendía robar la caja fuerte entera. Según él contenía joyas y dinero en efectivo. Era a prueba de incendios pero muy ligera, simplemente estaba muy escondida. El plan era infalible. Pero yo no me sentía cómodo.
- He pensado que podríamos repartírnoslo a partes iguales. – Me dijo con sinceridad.- Sé que haces todo el trabajo sucio, pero también sé que si te pillan no dudarás en entregarme.
- Mira, no estoy muy seguro de todo esto. Voy a darlo todo en el golpe, pero cuando acabe no quiero saber nada más de ti ni de todo esto. Todo lo que salga de allí te lo quedas. Sólo si hay dinero efectivo hablaremos de partes.
En sus ojos había una expresión de sorpresa y gratitud propia de un niño el día de navidad. Me lo agradeció y me dijo que desde el primer momento que me vio sabía que era un buen chaval.
Esa noche quedé con él y fuimos hasta la casa que me había indicado. 

lunes, 15 de abril de 2013

Mi afición (1a parte)


No soy un cleptómano, ése es un término muy psiquiátrico para mi hobby. Para mí es un pasatiempo necesario. Algunos no pueden pasar un día sin un café, o sin jugar a su videojuego preferido… a mí me gusta robar. Pero no soy un ladrón cualquiera. Aquellas pobres almas que entran en una casa enmascarados y llevan un bate por si el dueño se despierta me dan pena. Aquellos que roban joyas, objetos de valor, cajas fuertes, son escoria. Yo hago de mi pasatiempo un arte.
Cada noche me preparo a conciencia: me quito la barba postiza, pongo una pequeña llave en la garganta que aguanto con la lengua para no tragármela, no llevo cartera, me maquillo por encima de las señales de nacimiento, cicatrices, lunares… Es entonces cuando estoy preparado.
Me encanta escalar, subir por paredes planas ayudándome de poyos de ventanas, tuberías clavadas o relieves de ladrillos crea un enigma a resolver a cada paso que das. Es un estímulo indescriptible que llena mi cabeza de sensaciones a las que otros llegan solo a través de las drogas. Esta es mi droga. Nunca elijo la misma casa dos veces ni entro por la puerta principal. No uso ganzúas ni llaves maestras. Mis herramientas son mis manos y un pañuelo para eliminar huellas. Entrar en una casa de extranjis me pone el corazón a cien. La oscuridad iluminada por las farolas de la calle o alguna tenue lámpara es mi mejor arma, tanto de defensa como de ataque. Nunca sustraigo objetos de valor ni tarjetas de crédito, solo cojo dinero en efectivo. Los objetos tienen dueño, el dinero no es de nadie. La gente no suele guardar dinero en grandes cantidades en casa, a no ser que estén escondidos cerca de donde duermen o en cajas fuertes y yo no miro ahí. Me gusta mirar chaquetas, bolsos, carteras… Es curiosa la cantidad de familias que tienen un lugar común donde guardan calderilla para coger un par de monedas “por si acaso” antes de salir. Es dinero que no van a echar en falta y si lo hacen lo van a dar por perdido. De hecho mi campo de juego son los comedores y los recibidores. Las habitaciones están demasiado pobladas y las cocinas son muy ruidosas.
Alguna vez me ha pillado la policía, pero nunca he tenido la suerte de ver una comisaria por dentro. Cuando algún agente de la ley me engancha con las manos en la masa sigo un método de escape infalible y efectivo. No digo ni una sola palabra. Siempre me hacen muchas preguntas, me registran los bolsillos, me quitan el pañuelo y el dinero sustraído. Luego, como no pueden arrancarme nada más, me esposan y me meten en el coche patrulla para llevarme a comisaría. Hace un tiempo que me hice una llave casera, suficientemente pequeña para que cupiese en unas esposas y me liberaran. Es gracioso que lo único que sale de mi boca cuando me pilla la policía sirve para liberarme. Utilizo cualquier momento (que no son pocos) en el que los perros de la ley estén distraídos y salto del coche patrulla. Alguna vez no se han dado ni cuenta.
Al día siguiente me quito el maquillaje y me pongo mi característica barba con la que mis familiares y amigos me conocen. No pueden encontrarme, a nadie le crece una barba en una noche. No guardo nada de botín, me lo gasto todo. Tengo unos pequeños ahorros por si hay algún improvisto, o por si algún día quiero comprarme algún juguetillo y hacer de mi hobby una profesión más seria. De momento soy feliz con lo que tengo. Vivo con mis padres y mi hermana pequeña y estudio en la universidad.
Aun así, esta no es, ni de lejos, la parte más interesante de mi historia. Todo empezó el día en que nos mudamos. El pueblo donde vivíamos era un sitio ideal para calmar mi necesidad nocturna, pero a mi padre lo ascendieron en la empresa y lo mandaron a vivir a una urbanización pudiente. Urbanización pija sería el término adecuado.
Recuerdo el primer día que vimos la casa. Más que la casa en sí yo me iba fijando en el vecindario. No estaba acostumbrado a cámaras de vigilancia, ni a perros guardianes, ni a sistema de detección por movimiento o calor. Tenía la sensación de que una compañía de seguridad de espías americanos se había hecho de oro vendiendo gadgets en ese vecindario.
Todo aquello me crispó, pero luego lo tomé como un estímulo. Una tentación a subir de nivel, a superar mis propios récords. Esbocé una sonrisa.
Mientras desempaquetábamos llamaron al timbre. Los vecinos, unos tales “Dinérez” o “MacMoney” se presentaron en nuestra casa a darnos la bienvenida. Una familia simple. Simple de cantidad, no de contenido. Eran tres: El padre de familia era empresario de los grandes, de los que gestionan sus negocios desde casa y solo salen a ver si hay que contratar o despedir a alguien. Su mujer vivía de él, era una lapa con una tarjeta de crédito conjunta, se creía literata pero solo leía libros de auto ayuda que iba mencionando cada dos frases. La tercera de la familia era una chica de mi edad, había leído mucho más que su madre pero en calidad de mensajes de móvil. Nos invitaron a su casa a tomar un café para descansar del viaje. Yo aproveché la oportunidad para echar un vistazo a la casa. No suelo hacer un diagnostico previo al acto, pero esa vez me lo permití, estaba en terreno nuevo. Su sistema de alarmas no me alarmó (valga la redundancia): nos contaron que la mayoría de cámaras que se veían de forma evidente distribuidas por toda la casa eran de mentira, solo para asustar. La única que funcionaba era la de la habitación matrimonial, ya que ahí estaba la caja fuerte. Nos lo contaron con total naturalidad, como presumiendo de su capacidad de engañar a los posibles ladrones.
Decidí actuar aquella misma noche. Si me pillaban irían directamente a mi casa a denunciarme y, como aun no estábamos totalmente instalados, podríamos cambiar de casa sin remordimientos. Si no me pillaban habría sido una nueva hazaña para mí. Fui a hacer mi trabajo más tarde de media noche.
Entré en aquella casa por el espacioso jardín, sin miedo a que ninguna de aquellas falsas cámaras me detectase. Fue tan fácil como aburrido. Entré por el patio trasero al comedor, allí había algo que nunca me hubiera imaginado. Míster Dinérez acababa de saltar de una silla a una soga atada al techo, se estaba suicidando.

jueves, 11 de abril de 2013

En coma



Me desperté después del sueño más profundo que había tenido. ¡Y tan profundo! Había estado en coma 12 días exactamente. Un coche me había atropellado, y me dejó inconsciente en la carretera. La parte curiosa de esta historia era que realmente nunca estuve mal. Me explicaré.
Al despertar del coma, vino un doctor, sonriente.
-          Buenos días Alfonso.
-          ¿Cómo? Me llamo Alejandro.
-          ¿Recuerda algo de lo que le ha pasado? – No me escuchó.
-          Si, recuerdo levemente un coche. Pero le vuelvo a decir que me llamo…
-          ¡¡Alfonso!!
Una señora rubia, con los ojos claros se tiró encima de mí. ¿Quién era aquella extraña? ¿Mi mujer? Mi mujer también era rubia y con los ojos claros, pero ella no era mi mujer. Lo recordaría.
-          ¿Cómo estas, Fonso? – Dijo
-          Tiene un poco de amnesia, no recuerda su nombre. – Dijo el doctor
¡Si que recordaba mi nombre! Me llamaba…
-          ¡Papá! – Unas vocecillas dulces, de unas niñas de unos diez años, me rompieron el tímpano.
-          ¿Quiénes sois vosotras? – Yo tenía dos hijas, de diez años, con voces dulces, pero no eran aquellas. – Doctor, tiene que escucharme. No soy Alfonso, soy Alejandro. Y tengo mujer e hijas, pero no son ellas.
-          Tranquilo Alfonso, poco a poco irás recuperando la memoria.
Me dieron el alta una hora más tarde. Mi “mujer” me llevó hasta mi coche. El coche lo recordaba. Un Renault Clio rojo, lo compramos cuando nacieron las niñas, pero la matricula era diferente, los peluches que habían para las niñas eran diferentes…
¿Qué estaba pasando? ¿Me había pasado como en la película “Family man” que algo de mi pasado había cambiado y estaba viviendo una vida totalmente diferente? ¿Estaba en la cabeza de otra persona? ¿Tenía un tipo de alzhéimer diferente? ¿O es que el doctor tenía razón…? No, eso no podía ser.
Llegamos a “mi” casa, y hubo algo que me descolocó por completo.
-          ¡Hijo mío, ven aquí!
El abrazo de aquella mujer me dio algo que había esperado durante mucho tiempo. Era extraño que entre toda aquella confusión, la única cosa que no cuadraba en mi vida fuera algo tan familiar para mí. Algo que nunca había conocido me llenó de una sensación de calidez en todo el cuerpo.  Mi madre. La madre que me había faltado toda la vida. Yo era huérfano; y en mi casa de verdad, con mi mujer y mis hijas de verdad, con el coche de verdad, no vivía mi madre.
¿Qué era lo que no cuadraba? Fui a lavarme la cara, en el baño y me miré en espejo. Entonces lo entendí.
Cogí aquel desconocido coche, y me dirigí tan rápido como pude al hospital. Pedí que me dieran el número de habitación a mi nombre. A mi verdadero nombre. Subí hasta la habitación. Entré.  Y allí estaba mi familia, llorando a los pies de la cama de alguien que no era yo. Era idéntico a mí. Mi desconocido hermano gemelo. 

martes, 9 de abril de 2013

Mi parte de la herencia (2a parte)


Parece que ha cambiado el semblante, ahora la noto más animada. Se ha tomado el café de un sorbo y hemos salido inmediatamente de casa.
- Una cosa. – Las palabras salen tímidamente de su boca mientras andamos hacia nuestro destino.
- Dime.
- Muchas gracias por todo lo que estás haciendo. – Mientras me lo dice va jugando con las mangas de mi jersey. Le va atractivamente grande.
Me coge del brazo y yo noto como mi cara se va tornando a un claro bermellón. Quien iba a decir que no hacía falta inventar frases ingeniosas para ligar con chicas. Sólo hace falta esperar a que aparezca una en tu cama por arte de magia.
El camino hacia el tanatorio se me hace corto. Difícilmente entramos por la puerta principal, están haciendo otro servicio funerario a otra persona y la sala está llena de almas en pena conteniendo lágrimas. Pasamos por delante de una habitación mortuoria.
- Oye, acabo de recordar algo – Se para en seco
- ¿Sí? ¿Qué es?
- No lo sé, he visto algo en esta sala que me ha recordado un no-sé-qué familiar. Sigue tú, yo voy a entrar en esta habitación.
Nos separamos. Yo tengo que subir al segundo piso por unas escaleras amplias para llegar hasta la sala donde estaba mi madre, pero me la cruzo a mitad de la escalera.
- ¡Vaya! Aquí estas.
- Sí. ¿Tienes la libreta de la que me has hablado por teléfono?
- Claro. Ahora mismo iba a llevártela a casa.
Se la arranco de las manos. Es un bloc de notas. Su aspecto rebosa un aire antiguo por todos los lados. Las tapas son de piel de imitación, algunas hojas estás sueltas, pero todo está firmemente sujeto por una goma que parece que vaya a romperse en cualquier momento. A mí me parece, en este momento, el objeto más valioso del mundo. Lo único que mi abuelo me ha dejado. Mi parte de la herencia. Esto debe responder todas aquellas preguntas que rebotan en mi mente. ¿Qué es lo que “ahora me toca” hacer? ¿Quién es la chica que ha aparecido en mi habitación? ¿Cuál es el siguiente paso?
Me siento en aquellos escalones y abro este tesoro que tengo en las manos. La primera página es una hoja doblada. Parece reciente. Es una carta dirigida a mí, escrita a mano por mi abuelo.
Querido nieto. Debes tener muchas preguntas ahora mismo. Es normal. Mi inclinación hacia ti no fue casual. Eres el verdadero heredero de mi legado.
Hace mucho tiempo se me encargó una tarea que la ejerció mi padre entes que yo, y su abuelo entes que él. Ahora, siendo tú el primer varón que me sucede, te toca a ti llevar esta carga.
Al principio no creerás nada de lo que estas palabras te dicen, pero espero que te lo tomes en serio y me honres aceptando tu nuevo cargo.
Las chicas con las que frecuentemente era visto estaban todas muertas, al igual que las chicas que vas a empezar a ver tú desde que yo parta. Van a acudir a ti todo tipo de mujeres y niñas a las que se les ha arrebatado su vida prematuramente y no han podido cumplir su mayor objetivo.
Trátalas bien.
El libro que tienes en las manos no es más que una recopilación de consejos que te doy para cuando tengas que cumplir tus “misiones”. Cosas como llevar siempre una mochila con ropa encima o intentar que las “enviadas” (así las llamo yo) no vuelvan a ver a su familia, son recomendaciones para que tu trabajo sea lo más fácil posible.
Espero que este libro sea de ayuda y que disfrutes con tu nuevo trabajo, hazlo lo mejor posible, ellas lo merecen.
Te quiere, tu abuelo.
Mi cara de desconcierto debe ser un poema. Leo un par de veces la carta. Voy pasando rápido las páginas de aquella libreta. No hay ningún indicio para creer que lo que me ha escrito en esta carta es mentira. A no ser que haya acabado sus últimos días inmerso en la locura.
Vuelvo a leer “intenta que las ‘enviadas’ no vuelvan a ver a su familia” y me acuerdo de dónde dejé a mi “primera enviada”: en una habitación de un tanatorio en el que ha tenido un recuerdo de su vida. Salgo corriendo hacia allí. En la habitación no hay nadie, están todos fuera, esperando que carguen el cuerpo en el coche funerario para llevarlo al cementerio. El ataúd está abierto. Me atrevo a mirar y mis temores se vuelven realidad: allí dentro está el cuerpo sin vida de mi nueva “compañera de habitación”. Oigo unos sollozos. Vuelve a esta arrumbada en la pared abrazándose las piernas flexionadas. Llora y veo el terror en sus ojos. Me siento a su lado y la abrazo.
- Hey, ya está. No pasa nada. – Ella arranca a llorar desconsoladamente en mi pecho. – Sé lo que ha pasado, realmente esto es una locura.
Me explica que nadie en la habitación la ha reconocido. Que la han tomado por una loca y cuando ha visto su cuerpo simplemente se ha derrumbado. Le explico lo que acabo de recibir, lo que mi abuelo me ha dejado en herencia, le enseño la libreta y la carta. Ella me mira con sus ojos cristalinos.
- Y… ahora ¿qué? ¿Qué vas a hacer?
- He decidido que no quiero hacerlo – le digo – esto no es para mí. Vamos a aprovechar este regalo. Vamos a volver a casa, vamos a empezar tu vida desde cero. – Le pongo mi frente encima de la suya y la miro a los ojos - ¿qué me dices?
Ella esboza una sonrisa tímida. Pero sus ojos se dirigen al ataúd. Su cara cambia y se queda un rato pensativa. Con la mayor expresión de dolor y tristeza me dice:
- Lo siento.
Me besa. El instante es maravilloso. Pero cuando abro los ojos ella no está allí. Sólo queda la ropa que le he dejado y una tarjetita escrita a máquina:
Objetivo:
Dar su primer beso de amor.
Conseguido.

lunes, 8 de abril de 2013

Mi parte de la herencia (1a parte)


Estúpido abuelo muerto. Era el único de la familia que me entendía, o por lo menos el que me escuchaba. Ahora que voy a acabar la universidad va y se muere. Intento contener las lágrimas delante de su ataúd en el tanatorio rodeado de familiares y extraños. Todos los presentes murmuran sobre el mismo tema. El abuelo era famoso por ser visto siempre acompañado de chicas, siempre diferentes, aún siendo él muy mayor. De hecho alguna vez vino alguna chica a verle mientras estaba en su lecho de muerte. Recuerdo cuando lo que le pregunté sobre aquello, me pidió que me acercara, que no quería que nadie escuchara lo que iba a decirme.
- Ahora te toca a ti. – A las pocas horas de decirme aquello murió. ¿Qué quería decir? ¿Ahora iba a ser yo quien me fuera con una chica diferente cada día? No lo creo, yo tengo otra moral, eso no va a pasarme a mí nunca.
Los murmullos de la gente me ponen enfermo. Voy a decirle a mi madre que me marcho de allí, ya me he despedido del abuelo y no quiero aguantar más rato aquella chusma.
- ¿Ya te vas? – Me dice sorprendida mi madre - En un rato vendrá el abogado del abuelo a hablar del papeleo de la herencia. A lo mejor te ha dejado algo, sé cuánto te apreciaba.
- Es igual, - le digo – si hay algo importante llámame, pero a no ser que tenga que firmar algún documento o estar presente para alguna cosa no me molestes, por favor.
Por suerte o por desgracia el tanatorio está cerca de casa y llego en pocos minutos. El alivio de sacarse la corbata y los apretados zapatos de vestir no se puede describir, lo hago incluso antes de llegar a la habitación. Abro la puerta y hay una chica desnuda en mi cama. Lo mejor será que quite el volumen del móvil… Un momento… Hay una chica desnuda en mi cama. Grito. Ella se despierta. Gritamos los dos. Ella se da cuenta que está tal y como vino al mundo. Se tapa con un brazo. Con la mano que no tiene ocupada empieza a tirarme objetos que encuentra por la habitación. Mis cosas.
- ¿Pero qué haces? – le digo mientras intento coger al vuelo los objetos valiosos que me va tirando.
- ¡Fuera de aquí secuestrador!
- Fuera tú de aquí.
Empiezo a recoger lo que ha tirado y ella se arrincona contra la pared. Empiezo a sentir compasión de ella, se nota que está más asustada que yo, aunque sea ella la que está en mi habitación y la que ha roto mi Nintendo DS. Me saco la chaqueta y se la doy para que se tape. Me siento a su lado, ella sigue arrumbada en la pared con las piernas flexionadas, parece un pequeño cervatillo atrapado en una jaula. Un precioso y atractivo cervatillo.
- ¿Quién eres? ¿Y qué haces en mi cuarto? – Le digo con un tono más amable.
- No lo sé. Me acabas de despertar. No recuerdo nada. No me hagas daño, por favor.
Arranca a llorar. No, no, no, lo que quieras, pero no llores. No sé qué hacer en ese tipo situación. Voy a ceñirme a lo evidente: está desnuda. Abro el armario y empiezo a buscar ropa.
- Va, vístete. Cerraré la puerta y te prepararé un café ¿vale? – Me siento el mejor anfitrión improvisado del mundo – A ver si te calmas un poco y recuerdas algo.
Ella me asiente con la cabeza. Me dirijo a la cocina a preparar el café más delicioso del mundo cuando me llama mi madre. Siempre tan oportuna.
- Dime – le digo con un tono que simula un despertar inmediato.
- Te llamo para avisarte que el abuelo te ha dejado una libreta de notas. Es lo único que ponía en el testamento que te pertenecía y ninguno de nosotros puede abrirla sin que tú lo hagas primero. Si quieres venir a buscarla aquí está, sino te la llevamos luego, pero nosotros vamos a tardar un par o tres de horas más.
Puñetero abuelo, paso la vida con él, compartiendo nuestras penas y solo me deja unos papelotes como herencia. Debería haberlo esperado, ni siquiera me habló de lo de las chicas… ¡las chicas! ¿Puede ser que esté relacionado con el incidente que acaba de ocurrir? A lo mejor la chica que está en mi cuarto es parte de su herencia. Tengo que ir a buscar ese bloc de notas, seguro que ahí está la respuesta de porqué ha aparecido aquella misteriosa chica.
- Vale, mamá, ahora voy, en media hora o así estoy allí.
Iba a hacerle una cafetera y a preparar unas galletas a mi improvisada invitada pero no hay tiempo, mejor un soluble al microondas y magdalenas. O sin las magdalenas. Ella llega vestida con lo que le he dado. No sé si lo ha hecho a propósito, pero no se ha abrochado los dos últimos botones de la camisa y casi no me dejan concentrarme.
- Siéntate – le digo forzando una voz varonil – tengo que contarte una cosa. - Le sirvo el café y me siento delante de ella. – Te voy a contar algo que te va a sonar raro, pero yo también estoy confundido con lo que está pasando y probablemente no te lo sepa explicar. Mi abuelo era un mujeriego. Aún estando casado con mi abuela no dejaba de verse con chicas cada semana. Antes de morir le pregunté sobre ese tema y solo me dijo “ahora te toca a ti”. Y aquí me tienes, sentado delante de una chica a la que le he visto más de lo que debería.
Ella me mira raro. Da un sorbo al café.
- ¿Y? – Me dice – eso no me aclara por qué estoy aquí, ni por qué me has sedado, desnudado y puesto en tu cama.
- ¡No soy un secuestrador! – me doy cuenta de que he levantado la voz y me retraigo – Perdona… no soy un secuestrador. Tengo tantas ganas como tú de saber que ha pasado aquí. Mi madre acaba de llamar, tiene un bloc de notas que mi abuelo me ha dejado por herencia. Puede que ahí hayan respuestas a lo que está pasando. Así que acábate el café que nos vamos.

viernes, 5 de abril de 2013

Esparreguera Negra

Aprovecho este blog y el tema de la literatura para promocionar un nuevo proyecto en mi pueblo: Esparreguera Negra. Un blog centrado en la novela negra, uno de mis tipo de relato preferidos, y ahora tiene concurso.

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¡A leer!

jueves, 4 de abril de 2013

Capítulo 2: Comprende


Segundo capítulo de La historia de tu vida de Ted Chiang y una cosita mas:


A leer ¡que son dos días!

miércoles, 3 de abril de 2013

La gran contradicción (2a parte)


Lo primero que me pasó por la cabeza fue Facebook, la principal red social cada vez tenía más auge. Me dirigía hacia la gigantesca pantalla.
- Búscame noticias relacionadas con Facebook, de los últimos 5 años.
- Facebook compró la compañía más grande de ingeniería informática hace cuatro años. – La voz del Jefe me iba explicando a la vez que salían las noticias en la pantalla gigante. – Tuvo un gran competidor: “Almost Real”, una empresa que empezó como pionera en juguetes virtuales y que creó una red social de realidad virtual. Hace dos años ambas se fusionaron y crearon “Almost Real Life” o ARL, para abreviar. – mientras lo iba explicando me temí lo peor. – Los primeros usuarios fueron los jóvenes y toda la gente que tenía un perfil en Facebook, pero la vida en ARL era tan idílica que se crearon residencias virtuales para ancianos. La nueva ARL acaparó el 80% de la economía mundial y los gobiernos negociaron con ella. Empezaron los primeros países virtuales, donde no existía moneda y podías visitar los monumentos sin necesidad de costosos y tediosos viajes en transporte analógico, todo era digital. Se pensó en crear un lugar en el que las personas pudieran estar conectadas sin miedo a posibles percances. Hace unos meses acabó la creación de la Cúpula, un gran techo que cubre más de la mitad de la superficie sólida del planeta. Debajo de ella están todos los humanos conectados a ARL.
Esa tal Cúpula era el lugar donde había aterrizado con mi nave.
- ¿Cómo se construyó algo así tan rápido?
- Los gobiernos estaban implicados. Las grandes organizaciones vieron que la vida en ARL era el futuro y todo el mundo estuvo de acuerdo en sacrificar sus trabajos y su tiempo para crear la Cúpula. Nunca en la historia se ha movilizado a tanta gente tan rápido como hasta en aquel momento.
- ¿No se opuso nadie? ¿Las organizaciones religiosas, los tradicionalistas o los que tuvieran las ideas más naturalistas, no dijeron nada?
- Ellos son los que pueblan el 40% de tierra restante. Pero cada vez son menos. Se estableció un perímetro vigilado por robots fuera de la Cúpula. Si algún ser humano pisaba ese perímetro sería automáticamente llevado a la cúpula ara su posterior conexión.
Era lo que me temía. Yo había traspasado ese perímetro y uno de esos robots me había dejado inconsciente y ahora estaba atrapado allí. Debía escapar. Aquello era una locura. La sumisión voluntaria a la tecnología ya es algo muy peligroso, pero rechazar a la propia vida para vivir virtualmente era una contradicción. La realidad virtual es un oxímoron.
- ¿Se puede salir de aquí? Tengo un objeto valioso fuera, en la Cúpula, ¿puedo salir fuera a buscarlo?
- No, se establecieron unas normas muy claras por acuerdo colectivo. Ningún humano que haya entrado a la cúpula, por voluntad propia o por accidente, puede salir de ella.
- Entiendo… – Realmente no entendía nada, aquello me parecía cada vez más estrambótico.- Dime una cosa Jefe, solo los humanos puede estar conectados a ARL, ¿verdad? No hay ningún animal conectado.
- Correcto, por unanimidad se estableció que la flora y la fauna terrestre siguieran su proceso evolutivo natural en los espacios abiertos que quedan.
- Entonces está prohibido que un ser no humano esté conectado. ¿Cómo lo detectaríais?
- Tenemos un programa de escaneo intelectual para diferenciar a las bestias de los humanos, en caso de encontrar un posible caso de animal conectado se le hace un escaneo físico para contrastar con el patrón humano. No ha pasado nunca.
- Pues escanéame, yo no soy humano. Pásame ese escáner y verás que tengo un par de glándulas cerebrales más, un par de dientes menos y mi colon es significativamente más grande, pero más estrecho. Además mi ADN no es humano.
Una delgada línea de luz roja pasó sobre mí y a los pocos segundos otra voz en off diferente a la del Jefe dijo:
- Posible animal encontrado, desconexión en proceso.
Entonces desperté.
Me encontraba en una especie de caja semitransparente, estaba conectado por todas las cavidades anatómicas posibles y llevaba un casco que me cubría la cara. Alguien abrió el cofre transparente en el que estaba estirado y me sacó el casco.
- ¿Qué ha pasado? ¿Está usted bien? – Noté en su voz un tono nervioso.
Quise incorporarme, pero tenía tubos y cables insertados en sitios desagradables. Noté que tenía mi brazalete y eso me tranquilizó.
- ¡Sáqueme todo esto, es muy desagradable!
Pude ver cómo aquel chico apretaba un botón y todo aquello que me tenía conectado se recogió como un tubo de aspiradora. No he sentido una sensación más desagradable y tranquilizadora en mi vida. Cogí a aquel chico del brazo y me senté en el borde de aquella caja a la que le habían desaparecido las paredes y se había convertido en una especie de camilla.
- Quiero salir de aquí. – Le dije- Necesito salir de aquí.
- Pero eso está prohibido señor.
- No lo entiendes, no puedo explicarlo, pero necesito subir encima de la Cúpula.
No sé si fue mi cara de desesperación, o el miedo que se reflejaba en la cara de aquel chico probablemente por estar delante de un extraño fallo del sistema, pero la cuestión es que me dejó salir de ahí. Gracias a mi brazalete pude encontrar la nave fácilmente. Por suerte no hubo ningún robot que me dejara inconsciente y me conectara a aquel infierno otra vez. Pude salir de aquel planeta sin problema.
Mi informe sobre el planeta Tierra acaba aquí.
Mi evaluación como controlador: su mentalidad hedonista ha llevado a los humanos hasta una salida desesperada. Han preferido buscar el placer en lo irreal en vez de enfrentarse al dolor y superarlo. Son una raza joven, pero no pensé que tanto; es como un niño que otorga su valentía a su osito de peluche en vez de enfrentarse sólo al monstruo imaginario que vive en su armario. Solicito mi traslado a otro sector más tranquilo del universo.

lunes, 1 de abril de 2013

La gran contradicción (1a parte)


La Tierra es un planeta curioso. No es que me fascine pero, de todos los planetas a los que tengo que ir para mi revisión cada 5 años, el planeta Tierra es uno de los más interesantes. Cuando lo dejé habían avanzado mucho con la tecnología, por un camino poco saludable a mi parecer (pudiendo utilizar toda la técnica que tienen para aumentar sus capacidades intelectuales se emboban delante de cualquier pantalla que puedan tocar con los extremos digitales), pero no me toca a mí juzgar, solo hago un informe para saber cómo van progresando y si son merecedores de un contacto con nuestra raza. La última visita me demostró que no.
Llegué a aquel planeta con una mala sensación en el cuerpo. El ordenador de la nave me despertó y me dijo que ya habíamos aterrizado en el planeta. Esperaba que tardara un par de horas más, normalmente está un rato buscando un sitio alejado de todo ojo humano, cosa difícil en la Tierra. Salí de la nave y vi blanco. Todo estaba blanco. Hubiese sido normal si la nave hubiera aterrizado en la Antártida, o si mis pies se hubieran hundido unos centímetros en la nieve. Pero según marcaba mi brazalete, conectado al ordenador de la nave, estaba en medio de Europa, y mis pies tocaban un suelo duro artificial de color blanco. Di exactamente cuatro pasos y perdí el conocimiento.
Me desperté en ningún lugar. Estaba de pié en una pradera verde, no tenía mi brazalete. Mirara donde mirara solo había horizonte: una línea inexistente que separaba el cielo azul de un inmenso césped.
- Bienvenido, nuevo usuario. Escoja su nombre. – Oí esa frase tres veces, hasta que me di cuenta que me hablaba a mí. Provenía de ningún sitio. Decidí contestar.
- Me llamo Adam. – No es mi nombre, pero fue el primer humano que conocí y me vino a la cabeza.
- Lo siento, Adam ya está escogido. Le propongo Adam2208, SexyAdam24 o AdamAdam90.
- ¿SexyAdam24? – Pregunté extrañado. Nunca pensé que la tecnología humana pudiera volverme a sorprender después de las maquinas que hacen pizzas de los servicios de 24 horas.
- Bien, pues SexyAdam90 será. Disfrute de los servicios que ARL le ofrece. ¿Qué desea hacer?
- Me gustaría volver a mi nave. – Nunca le hubiera dicho a ningún humano que soy un extraterrestre que ha venido con una nave a su planeta, pero se notaba que aquella voz era robótica y la situación era demasiado confusa como para no intentar decir esa frase.
- Selección no procesable. Pero podemos traer su nave aquí.
Una gran luz me cegó y cerré los ojos. Cuando los abrí estaba mi nave delante de mí. No podía creer lo que veía. La última vez que vine los humanos estaban muy lejos de crear la tecnología básica para hacer teletransportar objetos, ¿Cómo lo habían conseguido? Toqué con mis manos la nave. La sensación era extraña, el tacto no era el mismo, pero realmente estaba allí y podía notarla en la palma de mi mano. La voz en off volvió a hablar.
- Le sugiero que vaya a los centros sociales que se adapten más a su perfil o a algún lugar de entretenimiento.
- ¿Qué vaya a dónde? Pero si aquí no hay nada, solo césped.
- ¿Desea conocer gente de su edad?
- Vale, ¿cómo llego? – Me intrigaba saber cómo llegaría hasta allí. Hace mucho tiempo que mi planeta descubrió que la teletransportación de seres vivos era imposible. No se puede transportar a alguien sin que se pierda la memoria totalmente. Pero mientras pensaba en esto otra luz me obligó a cerrar los ojos. De repente estaba en medio de Nueva York.
No podía ser. Aquella voz me había teletransportado a un lugar físico. No creía lo que veía. ¿Cómo lo habían conseguido? ¿Habría ido otra especie del universo tecnológicamente más avanzada a la Tierra a traer sus avances? No podía ser, mi planeta tiene todas las zonas habitables del universo controladas con controladores planetarios como yo. Aquello era simplemente imposible. Estaba en Nueva York. La Nueva York a la que estaba aburrido de ir: lleno de personas, taxis y centros de comida rápida. Tuve que calmarme, había sido entrenado para situaciones como aquella. El primer paso era calmarme y no pensar en que estaba en un lugar imposible y sin mi brazalete (sin posibilidad de volver a la nave). El segundo paso era analizar la situación, buscar un patrón o una rutina que en ese momento no existiera pero la última vez que vine sí que estaba (o viceversa). Me fijé en las personas que me rodeaban y que paseaban por aquella ciudad. Me di cuenta de inmediato: nadie llevaba uniforme. No había nadie con un uniforme o mono de trabajo. Recuerdo que la última vez que fui a esa ciudad choqué unas tres veces con personas trajeadas que corrían a trabajar. Eso también faltaba: no había nadie corriendo, todo el mundo estaba paseando tranquilamente. Todos tenían pinta de ser turistas, pero sin serlo: iban vestidos con ropa de calle, pero nadie tenía un mapa en la mano, o una cámara de fotos. Paré a una pareja joven que iba caminando.
- Perdonad – les dije – Estoy en Nueva York, ¿no?
Se miraron el uno al otro sorprendidos y el chico me dijo con una sonrisa burlona:
- Sí, claro.
- Es que, os sonará extraño pero no sé cómo he llegado hasta aquí.
- ¡Vaya!, pobre – dijo ella con compasión – habrá habido un fallo. ¡Jefe! – miró hacia el cielo. La voz que me dio la bienvenida hacía un rato volvió a hablar.
- Dígame MartitaLovesYou, ¿algún problema?
- Este chico de aquí está perdido, - se dirigió a mí - ¿a dónde quieres ir?
Estaba confuso, la miré a ella, pero no supe qué decir. No podía decirle “a mi nave”: rompería el código de los controladores planetarios. Me aventuré y dije lo que para mí fue una tontería.
- ¿A Tokio?
Sorprendentemente funcionó. La voz pidió disculpas, la pareja se despidió y volvió la luz cegadora. En un instante me encontraba en Tokio. Seguía bastante confundido, pero en ese momento ya tenía como controlar la situación:
- ¡Jefe! – Grité a cielo
- Dígame SexyAdam24.
- Llévame con mi nave, ahora mismo.
Volví a estar en el césped infinito, con mi nave justo delante. Me arriesgué otra vez y volví a llamar a mi anfitrión.
- ¡Jefe! Quiero conectarme a internet.
Una gran pantalla apareció delante de mí con la web de Google esperando a hacer una consulta. Intenté recordar todo de mi última visita cinco años atrás, ¿cómo dejé el planeta? ¿Hubo alguna cosa que pasé por alto, alguna noticia o situación a la que no di importancia?