Estúpido abuelo muerto. Era el único de la
familia que me entendía, o por lo menos el que me escuchaba. Ahora que voy a acabar
la universidad va y se muere. Intento contener las lágrimas delante de su ataúd
en el tanatorio rodeado de familiares y extraños. Todos los presentes murmuran
sobre el mismo tema. El abuelo era famoso por ser visto siempre acompañado de
chicas, siempre diferentes, aún siendo él muy mayor. De hecho alguna vez vino
alguna chica a verle mientras estaba en su lecho de muerte. Recuerdo cuando lo
que le pregunté sobre aquello, me pidió que me acercara, que no quería que
nadie escuchara lo que iba a decirme.
- Ahora te toca a ti. – A las pocas horas de
decirme aquello murió. ¿Qué quería decir? ¿Ahora iba a ser yo quien me fuera
con una chica diferente cada día? No lo creo, yo tengo otra moral, eso no va a
pasarme a mí nunca.
Los murmullos de la gente me ponen enfermo.
Voy a decirle a mi madre que me marcho de allí, ya me he despedido del abuelo y
no quiero aguantar más rato aquella chusma.
- ¿Ya te vas? – Me dice sorprendida mi madre
- En un rato vendrá el abogado del abuelo a hablar del papeleo de la herencia.
A lo mejor te ha dejado algo, sé cuánto te apreciaba.
- Es igual, - le digo – si hay algo
importante llámame, pero a no ser que tenga que firmar algún documento o estar
presente para alguna cosa no me molestes, por favor.
Por suerte o por desgracia el tanatorio está
cerca de casa y llego en pocos minutos. El alivio de sacarse la corbata y los
apretados zapatos de vestir no se puede describir, lo hago incluso antes de
llegar a la habitación. Abro la puerta y hay una chica desnuda en mi cama. Lo
mejor será que quite el volumen del móvil… Un momento… Hay una chica desnuda en
mi cama. Grito. Ella se despierta. Gritamos los dos. Ella se da cuenta que está
tal y como vino al mundo. Se tapa con un brazo. Con la mano que no tiene
ocupada empieza a tirarme objetos que encuentra por la habitación. Mis cosas.
- ¿Pero qué haces? – le digo mientras intento
coger al vuelo los objetos valiosos que me va tirando.
- ¡Fuera de aquí secuestrador!
- Fuera tú de aquí.
Empiezo a recoger lo que ha tirado y ella se
arrincona contra la pared. Empiezo a sentir compasión de ella, se nota que está
más asustada que yo, aunque sea ella la que está en mi habitación y la que ha
roto mi Nintendo DS. Me saco la chaqueta y se la doy para que se tape. Me
siento a su lado, ella sigue arrumbada en la pared con las piernas flexionadas,
parece un pequeño cervatillo atrapado en una jaula. Un precioso y atractivo
cervatillo.
- ¿Quién eres? ¿Y qué haces en mi cuarto? –
Le digo con un tono más amable.
- No lo sé. Me acabas de despertar. No
recuerdo nada. No me hagas daño, por favor.
Arranca a llorar. No, no, no, lo que quieras,
pero no llores. No sé qué hacer en ese tipo situación. Voy a ceñirme a lo
evidente: está desnuda. Abro el armario y empiezo a buscar ropa.
- Va, vístete. Cerraré la puerta y te
prepararé un café ¿vale? – Me siento el mejor anfitrión improvisado del mundo –
A ver si te calmas un poco y recuerdas algo.
Ella me asiente con la cabeza. Me dirijo a la
cocina a preparar el café más delicioso del mundo cuando me llama mi madre.
Siempre tan oportuna.
- Dime – le digo con un tono que simula un
despertar inmediato.
- Te llamo para avisarte que el abuelo te ha
dejado una libreta de notas. Es lo único que ponía en el testamento que te
pertenecía y ninguno de nosotros puede abrirla sin que tú lo hagas primero. Si
quieres venir a buscarla aquí está, sino te la llevamos luego, pero nosotros
vamos a tardar un par o tres de horas más.
Puñetero abuelo, paso la vida con él,
compartiendo nuestras penas y solo me deja unos papelotes como herencia.
Debería haberlo esperado, ni siquiera me habló de lo de las chicas… ¡las
chicas! ¿Puede ser que esté relacionado con el incidente que acaba de ocurrir?
A lo mejor la chica que está en mi cuarto es parte de su herencia. Tengo que ir
a buscar ese bloc de notas, seguro que ahí está la respuesta de porqué ha
aparecido aquella misteriosa chica.
- Vale, mamá, ahora voy, en media hora o así estoy
allí.
Iba a hacerle una cafetera y a preparar unas
galletas a mi improvisada invitada pero no hay tiempo, mejor un soluble al
microondas y magdalenas. O sin las magdalenas. Ella llega vestida con lo que le
he dado. No sé si lo ha hecho a propósito, pero no se ha abrochado los dos últimos
botones de la camisa y casi no me dejan concentrarme.
- Siéntate – le digo forzando una voz varonil
– tengo que contarte una cosa. - Le sirvo el café y me siento delante de ella.
– Te voy a contar algo que te va a sonar raro, pero yo también estoy confundido
con lo que está pasando y probablemente no te lo sepa explicar. Mi abuelo era
un mujeriego. Aún estando casado con mi abuela no dejaba de verse con chicas
cada semana. Antes de morir le pregunté sobre ese tema y solo me dijo “ahora te
toca a ti”. Y aquí me tienes, sentado delante de una chica a la que le he visto
más de lo que debería.
Ella me mira raro. Da un sorbo al café.
- ¿Y? – Me dice – eso no me aclara por qué
estoy aquí, ni por qué me has sedado, desnudado y puesto en tu cama.
- ¡No soy un secuestrador! – me doy cuenta de
que he levantado la voz y me retraigo – Perdona… no soy un secuestrador. Tengo
tantas ganas como tú de saber que ha pasado aquí. Mi madre acaba de llamar,
tiene un bloc de notas que mi abuelo me ha dejado por herencia. Puede que ahí
hayan respuestas a lo que está pasando. Así que acábate el café que nos vamos.
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