Parece que ha cambiado el semblante, ahora la
noto más animada. Se ha tomado el café de un sorbo y hemos salido
inmediatamente de casa.
- Una cosa. – Las palabras salen tímidamente
de su boca mientras andamos hacia nuestro destino.
- Dime.
- Muchas gracias por todo lo que estás
haciendo. – Mientras me lo dice va jugando con las mangas de mi jersey. Le va
atractivamente grande.
Me coge del brazo y yo noto como mi cara se
va tornando a un claro bermellón. Quien iba a decir que no hacía falta inventar
frases ingeniosas para ligar con chicas. Sólo hace falta esperar a que aparezca
una en tu cama por arte de magia.
El camino hacia el tanatorio se me hace
corto. Difícilmente entramos por la puerta principal, están haciendo otro
servicio funerario a otra persona y la sala está llena de almas en pena
conteniendo lágrimas. Pasamos por delante de una habitación mortuoria.
- Oye, acabo de recordar algo – Se para en
seco
- ¿Sí? ¿Qué es?
- No lo sé, he visto algo en esta sala que me
ha recordado un no-sé-qué familiar. Sigue tú, yo voy a entrar en esta
habitación.
Nos separamos. Yo tengo que subir al segundo
piso por unas escaleras amplias para llegar hasta la sala donde estaba mi
madre, pero me la cruzo a mitad de la escalera.
- ¡Vaya! Aquí estas.
- Sí. ¿Tienes la libreta de la que me has
hablado por teléfono?
- Claro. Ahora mismo iba a llevártela a casa.
Se la arranco de las manos. Es
un bloc de notas. Su aspecto rebosa un aire antiguo por todos los lados. Las
tapas son de piel de imitación, algunas hojas estás sueltas, pero todo está
firmemente sujeto por una goma que parece que vaya a romperse en cualquier
momento. A mí me parece, en este momento, el objeto más valioso del mundo. Lo
único que mi abuelo me ha dejado. Mi parte de la herencia. Esto debe responder
todas aquellas preguntas que rebotan en mi mente. ¿Qué es lo que “ahora me
toca” hacer? ¿Quién es la chica que ha aparecido en mi habitación? ¿Cuál es el
siguiente paso?
Me siento en aquellos escalones
y abro este tesoro que tengo en las manos. La primera página es una hoja
doblada. Parece reciente. Es una carta dirigida a mí, escrita a mano por mi
abuelo.
Querido
nieto. Debes tener muchas preguntas ahora mismo. Es normal. Mi inclinación
hacia ti no fue casual. Eres el verdadero heredero de mi legado.
Hace
mucho tiempo se me encargó una tarea que la ejerció mi padre entes que yo, y su
abuelo entes que él. Ahora, siendo tú el primer varón que me sucede, te toca a
ti llevar esta carga.
Al
principio no creerás nada de lo que estas palabras te dicen, pero espero que te
lo tomes en serio y me honres aceptando tu nuevo cargo.
Las
chicas con las que frecuentemente era visto estaban todas muertas, al igual que
las chicas que vas a empezar a ver tú desde que yo parta. Van a acudir a ti
todo tipo de mujeres y niñas a las que se les ha arrebatado su vida
prematuramente y no han podido cumplir su mayor objetivo.
Trátalas
bien.
El
libro que tienes en las manos no es más que una recopilación de consejos que te
doy para cuando tengas que cumplir tus “misiones”. Cosas como llevar siempre
una mochila con ropa encima o intentar que las “enviadas” (así las llamo yo) no
vuelvan a ver a su familia, son recomendaciones para que tu trabajo sea lo más
fácil posible.
Espero
que este libro sea de ayuda y que disfrutes con tu nuevo trabajo, hazlo lo
mejor posible, ellas lo merecen.
Te
quiere, tu abuelo.
Mi cara de desconcierto debe ser un poema. Leo un par de veces la carta.
Voy pasando rápido las páginas de aquella libreta. No hay ningún indicio para
creer que lo que me ha escrito en esta carta es mentira. A no ser que haya
acabado sus últimos días inmerso en la locura.
Vuelvo a leer “intenta que las ‘enviadas’ no vuelvan a ver a su
familia” y me acuerdo de dónde dejé a mi “primera enviada”: en una habitación
de un tanatorio en el que ha tenido un recuerdo de su vida. Salgo corriendo
hacia allí. En la habitación no hay nadie, están todos fuera, esperando que
carguen el cuerpo en el coche funerario para llevarlo al cementerio. El ataúd
está abierto. Me atrevo a mirar y mis temores se vuelven realidad: allí dentro
está el cuerpo sin vida de mi nueva “compañera de habitación”. Oigo unos
sollozos. Vuelve a esta arrumbada en la pared abrazándose las piernas
flexionadas. Llora y veo el terror en sus ojos. Me siento a su lado y la
abrazo.
- Hey, ya está. No pasa nada. – Ella arranca a llorar
desconsoladamente en mi pecho. – Sé lo que ha pasado, realmente esto es una
locura.
Me explica que nadie en la habitación la ha reconocido. Que la han
tomado por una loca y cuando ha visto su cuerpo simplemente se ha derrumbado. Le
explico lo que acabo de recibir, lo que mi abuelo me ha dejado en herencia, le
enseño la libreta y la carta. Ella me mira con sus ojos cristalinos.
- Y… ahora ¿qué? ¿Qué vas a hacer?
- He decidido que no quiero hacerlo – le digo – esto no es para mí.
Vamos a aprovechar este regalo. Vamos a volver a casa, vamos a empezar tu vida
desde cero. – Le pongo mi frente encima de la suya y la miro a los ojos - ¿qué
me dices?
Ella esboza una sonrisa tímida. Pero sus ojos se dirigen al ataúd. Su
cara cambia y se queda un rato pensativa. Con la mayor expresión de dolor y
tristeza me dice:
- Lo siento.
Me besa. El instante es maravilloso. Pero cuando abro los ojos ella no
está allí. Sólo queda la ropa que le he dejado y una tarjetita escrita a
máquina:
Objetivo:
Dar su
primer beso de amor.
Conseguido.
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