martes, 9 de abril de 2013

Mi parte de la herencia (2a parte)


Parece que ha cambiado el semblante, ahora la noto más animada. Se ha tomado el café de un sorbo y hemos salido inmediatamente de casa.
- Una cosa. – Las palabras salen tímidamente de su boca mientras andamos hacia nuestro destino.
- Dime.
- Muchas gracias por todo lo que estás haciendo. – Mientras me lo dice va jugando con las mangas de mi jersey. Le va atractivamente grande.
Me coge del brazo y yo noto como mi cara se va tornando a un claro bermellón. Quien iba a decir que no hacía falta inventar frases ingeniosas para ligar con chicas. Sólo hace falta esperar a que aparezca una en tu cama por arte de magia.
El camino hacia el tanatorio se me hace corto. Difícilmente entramos por la puerta principal, están haciendo otro servicio funerario a otra persona y la sala está llena de almas en pena conteniendo lágrimas. Pasamos por delante de una habitación mortuoria.
- Oye, acabo de recordar algo – Se para en seco
- ¿Sí? ¿Qué es?
- No lo sé, he visto algo en esta sala que me ha recordado un no-sé-qué familiar. Sigue tú, yo voy a entrar en esta habitación.
Nos separamos. Yo tengo que subir al segundo piso por unas escaleras amplias para llegar hasta la sala donde estaba mi madre, pero me la cruzo a mitad de la escalera.
- ¡Vaya! Aquí estas.
- Sí. ¿Tienes la libreta de la que me has hablado por teléfono?
- Claro. Ahora mismo iba a llevártela a casa.
Se la arranco de las manos. Es un bloc de notas. Su aspecto rebosa un aire antiguo por todos los lados. Las tapas son de piel de imitación, algunas hojas estás sueltas, pero todo está firmemente sujeto por una goma que parece que vaya a romperse en cualquier momento. A mí me parece, en este momento, el objeto más valioso del mundo. Lo único que mi abuelo me ha dejado. Mi parte de la herencia. Esto debe responder todas aquellas preguntas que rebotan en mi mente. ¿Qué es lo que “ahora me toca” hacer? ¿Quién es la chica que ha aparecido en mi habitación? ¿Cuál es el siguiente paso?
Me siento en aquellos escalones y abro este tesoro que tengo en las manos. La primera página es una hoja doblada. Parece reciente. Es una carta dirigida a mí, escrita a mano por mi abuelo.
Querido nieto. Debes tener muchas preguntas ahora mismo. Es normal. Mi inclinación hacia ti no fue casual. Eres el verdadero heredero de mi legado.
Hace mucho tiempo se me encargó una tarea que la ejerció mi padre entes que yo, y su abuelo entes que él. Ahora, siendo tú el primer varón que me sucede, te toca a ti llevar esta carga.
Al principio no creerás nada de lo que estas palabras te dicen, pero espero que te lo tomes en serio y me honres aceptando tu nuevo cargo.
Las chicas con las que frecuentemente era visto estaban todas muertas, al igual que las chicas que vas a empezar a ver tú desde que yo parta. Van a acudir a ti todo tipo de mujeres y niñas a las que se les ha arrebatado su vida prematuramente y no han podido cumplir su mayor objetivo.
Trátalas bien.
El libro que tienes en las manos no es más que una recopilación de consejos que te doy para cuando tengas que cumplir tus “misiones”. Cosas como llevar siempre una mochila con ropa encima o intentar que las “enviadas” (así las llamo yo) no vuelvan a ver a su familia, son recomendaciones para que tu trabajo sea lo más fácil posible.
Espero que este libro sea de ayuda y que disfrutes con tu nuevo trabajo, hazlo lo mejor posible, ellas lo merecen.
Te quiere, tu abuelo.
Mi cara de desconcierto debe ser un poema. Leo un par de veces la carta. Voy pasando rápido las páginas de aquella libreta. No hay ningún indicio para creer que lo que me ha escrito en esta carta es mentira. A no ser que haya acabado sus últimos días inmerso en la locura.
Vuelvo a leer “intenta que las ‘enviadas’ no vuelvan a ver a su familia” y me acuerdo de dónde dejé a mi “primera enviada”: en una habitación de un tanatorio en el que ha tenido un recuerdo de su vida. Salgo corriendo hacia allí. En la habitación no hay nadie, están todos fuera, esperando que carguen el cuerpo en el coche funerario para llevarlo al cementerio. El ataúd está abierto. Me atrevo a mirar y mis temores se vuelven realidad: allí dentro está el cuerpo sin vida de mi nueva “compañera de habitación”. Oigo unos sollozos. Vuelve a esta arrumbada en la pared abrazándose las piernas flexionadas. Llora y veo el terror en sus ojos. Me siento a su lado y la abrazo.
- Hey, ya está. No pasa nada. – Ella arranca a llorar desconsoladamente en mi pecho. – Sé lo que ha pasado, realmente esto es una locura.
Me explica que nadie en la habitación la ha reconocido. Que la han tomado por una loca y cuando ha visto su cuerpo simplemente se ha derrumbado. Le explico lo que acabo de recibir, lo que mi abuelo me ha dejado en herencia, le enseño la libreta y la carta. Ella me mira con sus ojos cristalinos.
- Y… ahora ¿qué? ¿Qué vas a hacer?
- He decidido que no quiero hacerlo – le digo – esto no es para mí. Vamos a aprovechar este regalo. Vamos a volver a casa, vamos a empezar tu vida desde cero. – Le pongo mi frente encima de la suya y la miro a los ojos - ¿qué me dices?
Ella esboza una sonrisa tímida. Pero sus ojos se dirigen al ataúd. Su cara cambia y se queda un rato pensativa. Con la mayor expresión de dolor y tristeza me dice:
- Lo siento.
Me besa. El instante es maravilloso. Pero cuando abro los ojos ella no está allí. Sólo queda la ropa que le he dejado y una tarjetita escrita a máquina:
Objetivo:
Dar su primer beso de amor.
Conseguido.

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