viernes, 31 de mayo de 2013

"Un cadáver para un detective" - Vicente Corachán

Ayer estuve en la presentación del libro Un cadáver para un detective, del detective profesional Vicente Corachán. Fué la primera de muchas, organizadas por "Esparreguera Negra", entidad de la que ya he hablado en este blog anteriormente.
Conocimos al autor, nos pasamos genial y, como suele pasar en estos acontecimientos, la charla derivó a debate sobre la literatura actual y salimos tarde de allí.
Os dejo algunas fotos de la tarde que pasamos y animo a que vengáis a las próximas presentaciones literarias.





Aquí tenéis el enlace al reportaje en el blog de Esparreguera Negra

jueves, 30 de mayo de 2013

Conejillo de indias (1a Parte)

Ahí estaba yo, en medio de una calle sin salida, con un trozo de periódico con una dirección que no encontraba… la de cosas que hace uno por ganar cuatro perras. Volví a mirar el trozo de papel, era un recorte de un anuncio publicitario, escondido entre la noticio de un nuevo meteorito y otro anuncio de contactos. <<Se necesita joven con buena salud para trabajos en laboratorio>>. Se lo comenté a mi hermano antes de ir. Él estaba convencido de que me harían probar substancias y fármacos raros. Yo creía que era para mover cajas y mercancía peligrosa. Ni una cosa ni otra… algo peor.
Para empezar el número del edificio que rezaba el trozo de periódico no aparecía en ninguna de las puertas a las que me acerqué. Pero sí a una tapa de alcantarilla que había en medio de la calle. Con total incredulidad piqué con el puño a aquel trozo de metal. No hubo ningún efecto inmediato pero cuando había perdido las esperanzas la tapa circular de alcantarilla empezó a moverse, a girar sobre sí misma. Yo me asusté, caminé hacia atrás y me caí encima de mi mano. Creo que me fracturé la muñeca. La tapa se abrió un poco. De aquel agujero salió una cabeza que me miró a través de unas gafas con las lentes redondas. Tenía una cara vieja y arrugada.
- ¿Vienes por el anuncio? – Me dijo.
- Sí. – Intenté levantarme, pero me dolía la mano horrores. – Aunque ahora no crea que sea de mucha ayuda, me he hecho daño al caerme.
La cara me miró sorprendida y frunció el ceño. Unas manos viejas apartaron la tapa de la alcantarilla y el hombre salió de allí con gran habilidad. Se me acercó de rodillas y me tendió la mano.
- Déjame que le eche un ojo. – Llevaba una bata blanca, sorprendentemente limpia para el lugar de donde había salido. Eso fue lo único que me dio razones para obedecerle. Su aspecto era siniestro rozando lo caricaturesco.
Puso su mano encima de mi muñeca y el dolor punzante se hizo más agudo, noté mi corazón bombeando muchísimo más rápido de lo normal pero lo más sorprendente fue una luz que surgió de la mano que sostenía la mía. Aquello duró un momento, cuando me soltó noté que ya no me dolía nada.
- Vamos, sígueme. – Se metió por el agujero por donde había salido. Yo estaba flipando.
Lo seguí por unas escaleras que daban a unos pasillos apestosos donde la única fuente de luz la producía él con su mano. Noté que tenía dos puntitos de luz rojos detrás de la cabeza. Llegamos hasta una gran puerta circular que él abrió presionando un botón rojo. Entramos por ella. Él dijo “Luces” y automáticamente se encendieron una gran cantidad de bombillas que dieron luz al lugar más extraño en el que había estado jamás.  

martes, 28 de mayo de 2013

La decisión de Clara


Una niña pequeña se despierta debajo de un árbol. Es Clara, que deja atrás un extraño sueño y no recuerda cómo ha llegado hasta allí. Se encuentra en una roca flotando en el aire, sentada en las raíces de un árbol con las hojas violeta. Mira al horizonte y en lugar del sol hay un gran donut con glaseado y virutas de chocolate marcando un atardecer detrás de un inmenso mar. Se levanta y va saltando de pedrusco en pedrusco hasta un lugar donde la tierra flotante forma un continente extenso.
Sigue un camino rodeado de unas extrañas plantas: caramelos, piruletas y otras golosinas florecen en arbustos de variopintos colores.
Desde una gran roca un pequeño pájaro la observa fijamente, vuela hacia ella y se coloca delante bloqueándole el camino.
- Hola pequeñín. – Dice Clara. – ¿Tú también estás perdido?
El piar del pajarito le responde de manera afirmativa. Clara extiende el brazo y el pequeño animal se coloca en su mano. Los dos siguen por el camino esperando salir de allí.
***
En la cama de un hospital hay una niña inconsciente. Sus padres están al lado de la cama, esperando que alguien les diga qué le ha pasado a su hija. Un hombre con bata entra a la habitación.
- Buenos días. Tengo los resultados de las pruebas que le han hecho a su hija. Siento decirles que la cosa no pinta bien. – Empieza a llover y las gotas chocan en el cristal de la ventana como bombas. – La pequeña ha desmayado a causa de falta de oxígeno provocado por una irregularidad en el corazón. La única manera de que mejore es trasplantándolo.
La madre de la pequeña empieza a llorar, el padre aguanta las lágrimas y con un hilo de voz responde:
- ¿Hay donantes?
- Lamentablemente es difícil encontrar donantes de corazón, pero la hemos puesto con prioridad en nuestra lista de espera. No podemos perder la esperanza.
***
La pequeña Clara, cansada de caminar y perdida en aquél lugar, rompe a llorar al lado de una gran piedra colorida. El pájaro intenta animarla piando a su lado pero la situación no mejora.
- Pajarito… Echo de menos a mi papá. Quiero salir de aquí…
En ese instante, la gran roca donde Clara estaba apoyada empieza a moverse. No es una roca, es la espalda de un hombre muy grande. Es muy gordo y tiene una forma redondeada, tanto que las piernas no le llegan al suelo. Además en sus manos tiene una guitarra, pero en comparación con él parece un pequeño violín.
- ¡Una niña! ¿Estabas llorando en mi espalda? Espero que no me la hayas dejado llena de mocos…

*** 
Una enfermera irrumpe en la habitación con una sonrisa. ¡Han encontrado un donante! El doctor avisa a los padres que no se alteren, aún hay que hacer las pruebas para confirmar que son compatibles, sino no hay posibilidad de poderlo utilizar en ella. Extraen un poco de sangre a la pequeña y la llevan al laboratorio con mucha prisa.
El doctor los lleva a conocer al cirujano que, en caso de que los resultados sean positivos, realizará la operación.
- Es el mejor cirujano de la casa. Además de un gran amigo mío.
Entran en una especie de sala de estar donde doctores, enfermeras y cirujanos realizan sus descansos. Leyendo un libro en una mesa redonda hay un hombre de espaldas anchas  y piernas largas que al verlos sonríe. El cirujano se acerca al doctor y le da un abrazo.
- ¡Tío! Me alegro de verte por fin por aquí. ¿Cómo estás?
- Bien, bien. – Dice el doctor. – Estoy con el caso de la niña del corazón.
- ¿Ya estás trabajando? Bueno, espero que sea porque te has recuperado del todo. – Como si hubieran aparecido por sorpresa, el gran cirujano dirige su mirada a los padres de la niña. – Perdonen por mi falta de profesionalidad. Supongo que sabrán que seré yo el que… - Los padres asienten sin decir palabra, pero con una sonrisa. – No se asusten por mi tamaño, mis manos son muy delicadas. Me entreno cada día tocando la guitarra. Lo haré lo mejor posible…
***
La pequeña Clara no siente miedo por aquél inmenso hombre, de hecho por alguna razón cree que puede ayudarlos.
- ¿Sabes cómo salir de aquí? El pajarito y yo estamos perdidos. Echamos de menos a nuestras familias.
El gigante los mira extrañado.
- ¿Queréis salir de aquí? Pero si esto es genial. ¿No te has fijado en todas las golosinas que cuelgan de los árboles? Incluso el mar que esconde al sol es zumo de naranja.
- Pero yo… quiero ir con mi padre…
El pequeño pajarillo salta a su lado silbando de enfado, también quiere irse de allí.
- De acuerdo, voy a ver lo que puedo hacer…
El gigante empieza a mover la guitarra: dentro de su instrumento rebota algo y quiere sacarlo. Después de mucho insistir lo consigue. Lo pone en su mano y se lo enseña a Clara. Es una gema preciosa, roja como la sangre, que brilla intensamente y que deja a Clara y al pajarillo hipnotizados por un instante.
- Con esto uno de vosotros puede salir de aquí – Les dice el gigante. – Pero solamente uno. No tengo más gemas de estas.
***
En la cafetería, el doctor y los padres de la pequeña niña inconsciente toman un café esperando los resultados.
- Díganos la verdad, doctor. – Le dice el padre. - ¿Hay posibilidades?
- Siempre hay posibilidades, pero a veces el destino es muy caprichoso. El motor que me da la vida y que bombea mi sangre puede no funcionarte a ti por el simple hecho de que nuestros tipos de sangre no coinciden… Y aún si coincidieran no hay garantías de que el cuerpo de vuestra hija no lo rechace.
***
- ¿Lo rechazas? – El gigante sorprendido sostiene la gema delante de Clara, pero ella tiene al pajarito en sus manos y se lo ofrece al gigante.
- Sí. Yo acabo de llegar, pero este pajarito lleva aquí más tiempo que yo. Ya encontraré otra gema por ahí.
***
Una enfermera llega a la cafetería con una carpeta, se la entrega al doctor y éste la lee con mala cara.
- No son compatibles.
La madre de la pequeña llora en el hombro de su marido y él le da un beso en la frente consolándola. El doctor examina con detenimiento los papeles que acaba de recibir. Se levanta de la mesa y les dice:
- Voy a mirar una cosa. Si en diez minutos no he vuelto llamad a la enfermera.
***
El gigante aguanta con una mano el pajarito y con la otra la gema, cierra los ojos y los va acercando poco a poco. La gema brilla cada vez más y, cuando su luz es cegadora el pajarito desaparece.
- ¡Bien! Ahora vamos a buscar otra gema.
- Lo siento. – Dice el gigante triste. – Aunque la encontrases ya es tarde para ti. Tú ya no puedes volver…
La pequeña Clara cae al suelo, se sienta abrazándose las piernas flexionadas y llora desconsoladamente.
- Pero has sido buena. – Le dice el gigante con una sonrisa. – Lo que has hecho ha sido valeroso y tengo una sorpresa para ti.
***
La enfermera vuelve corriendo a la mesa de la cafetería y les pregunta a los padres de la niña dónde está el doctor. Le dicen lo que les ha dicho y ella les comenta que el estado de la pequeña ha empeorado, necesitan al doctor para saber qué hacer. Corriendo, llegan a la puerta de su despacho y lo encuentran tumbado en el suelo con la boca llena de espuma y una caja llena de pastillas. La enfermera grita pidiendo ayuda, pero ya es demasiado tarde. En la mesa hay una carta.

<<Queridos amigos, digo amigos porque creo que tenemos mucho en común: yo también tuve una hija que estuvo hospitalizada hasta hace poco. Rechazó la medicación que le iba a salvar la vida y murió irremediablemente.
No quiero que mi muerte sea en vano, he comprobado la compatibilidad de mi corazón con el de su hija y es positiva. No me lo agradezcan a mí, agradézcanselo a mi hija Clara, si ella no hubiera rechazado la medicación probablemente no me hubieran asignado su caso a mí y vuestra hija hubiera sido una paciente más.
Espero de corazón que la pequeña Paloma se recupere.>>


viernes, 24 de mayo de 2013

El relato de mi vida (parte 8, final)


Subí las escaleras maldiciendo todo lo que se me ocurría. No quise llamar al inspector por si mi retraso tenía consecuencias fatídicas. Llegué delante de la puerta dispuesta a echarla abajo pero estaba abierta. Nerea estaba en el sillón del comedor tenía una cinta en la boca y estaba atada con una cuerda en los tobillos y en las muñecas. Me abalancé sobre ella para quitarle las ataduras.
- Quieto parado. – Giré la Cabeza. David tenía en la mano un cuchillo de cocina de un palmo de largo. – Levántate y no hagas ningún movimiento brusco.
Hice lo que me dijo. Levanté las manos mostrando mi sumisión. Había leído mucha novela negra, sabía cómo hablarle a los asesinos en serie. Pero David no era un asesino, era mi mejor amigo. Hice memoria de los diálogos finales de todas las novelas y el asesino siempre acaba muerto, yo no quería eso. Bajé las manos y sonreí.
- Vaya. Así que tú eras el asesino. Debí imaginarlo. ¿Sabes a quien había puesto en el punto de mira? Al Artur. ¿Te imaginas, irrumpiendo en su casa con todo el ejército de policías?
Reí. Reímos los dos.
- Vaya, te lo estas tomando mejor de lo que pensaba. – Me dijo él sin bajar un milímetro el cuchillo. - Sabes lo que toca ahora, ¿no?
- Supongo. El relato final. El gran “bum”. Mi parte de la herencia tiene como personajes principales a un chico y una chica que se enamoran. Supongo que esta vez los protagonistas somos nosotros. Nerea y yo.
- Exacto. Esto es lo que vamos a hacer: voy a clavarte este cuchillo lo suficiente como para que te vayas desangrando poco a poco y luego vas a escribir el último relato. El relato de tu vida. El argumento será el siguiente: Los últimos pensamientos de un escritor antes de que sus abras acabaran con su vida. Luego os mataré a los dos, y subiré el documento al blog.
- David, ¿no hay otra forma de hacer esto? ¿En tu cabeza no hay un final feliz?
- ¿Final feliz? – Se rió con una sonora carcajada. – Parece que no conozcas tus propios relatos, ¿en cuál de ellos hay un final feliz? Vamos, me lo dijiste: vas acabar agradeciéndome todo esto, hazlo ya. Toda la fama que vas a recibir, que estas recibiendo ya, no la puedes conseguir de otra forma.
Noté cómo la expresión de mi rostro cambiaba y mostraba mi enfado. Me ofendió bastante que dijera eso. Pero no debía dejar que los nervios me dominaran. Le hice una petición:
- De acuerdo. David, te doy las gracias. La verdad es que no puedo comparar la alegría de ver tantas visitas de lectores y tantos comentarios con ninguna otra cosa. – Él asintió satisfecho. – Pero tengo que pedirte una última cosa. Déjame despedirme de Nerea. Te lo agradecería.
- Lo veo justo, pero te aviso que si noto un movimiento extraño será lo último que hagas.
Me giré, me saqué la mochila, la puse a su lado y me arrodillé delante de ella. Le quité la cinta de la boca y la besé. Luego le di un beso en la mejilla y le susurré: “Pistola, mochila”.
Me levanté y me dirigí con pasos lentos hasta David, volví a levantar las manos. Él agarró el cuchillo con más fuerza y noté cómo me lo clavaba a dos centímetros del ombligo.
- Has sido un buen amigo. – Le dije. En una décima de segundó lo agarré del cuello con fuerza y giré ciento ochenta grados hasta que quedó de espaldas a Nerea. Y grité: - Nerea, ¡Ahora!
Ella disparó y le dio de lleno a la espalda de David. Yo, como estaba en contacto con él también noté la descarga. Creo que me meé encima.
Me desperté en una camilla del hospital. En la habitación estaba Nerea, el inspector y mis padres. Nerea se tiró encima de mí, abrazándome, cuando me vio abrir los ojos, noté la puñalada y gemí de dolor.
- Eres un suertudo. – Dijo el Inspector. – La descarga eléctrica hizo que el cuchillo se calentase y cauterizó la herida, no sangraste mucho. Eres un valiente suertudo.
- No vuelvas a hacer algo así, ¡Nunca! – me dijo mi novia con los ojos cristalinos.
- Vaya, yo que quería tirarme encima de un asesino armado mañana mismo. – Me reí. – ¿Cómo está David?
- Está bien, - Me respondió Segovia. - Él recuperó la consciencia antes que tú, pero lo bastante tarde como para que a Nerea le diese tiempo para llamarme y pudiéramos ir a arrestarle. Ahora le toca ser guiado por los caminos de la justicia. Supongo que irá a la cárcel un tiempo.
- Vaya… - Era un asesino, había matado casi a media decena de personas, pero seguía siendo mi mejor amigo. ¿Ha dicho porqué ha hecho todo eso? ¿Qué lo impulsaba a cometer esos asesinatos?
- Sí, nos dijo que tus relatos debían conocerse a toda costa, que él era el único que podía ver la perfección en ellos.
- Vaya…  - Suspiré – No son tan buenos, sólo son locuras que tengo en la cabeza… Supongo que él también tenía alguna locura en la cabeza, en cierto modo todos estamos un poco locos, la cuestión está en saber cómo controlarlo…Cuando me recupere lo iré a ver.
El inspector se rascó la cabeza y bufó.
- ¡Una víctima que va a ver al asesino que ha trastocado su vida y casi lo mata! Este caso ha sido de los más raros que he vivido.
- Ya, - le dije – es un caso digno de que lo escriba y lo suba a mi blog.

jueves, 23 de mayo de 2013

El relato de mi vida (parte 7)


- Oye, tengo que hacer una llamada. Toma David, - le di el pendrive – sube tú el relato que quería subir yo hoy, hazme el favor. Ya sabes cómo hacerlo, lo has hecho antes. Lo más probable es que me vengan a buscar. – Me miraron con sorpresa – Os lo explicaré todo cuando vuelva.
Salieron del ascensor, yo me quedé y bajé. Llamé rápidamente al inspector.
- Señor Segovia, - le dije en tono severo -  esto pasa por no explicarme desde el principio todos los detalles de los casos. Las dos primeras víctimas, Cristian y Benjamín, ¿las recuerda?
- Sí, claro. No te puedo explicar más detalles porque estoy atado de pies y manos, ya lo sabes.
-  Tranquilo no hace falta, ya se los diré yo, los detalles. Estoy seguro que los encontraron en un hotel, específicamente en el ascensor de un hotel.
- ¿Cómo…?
- Y apuesto lo que quieras que uno de ellos llevaba una camiseta del Real Madrid.
- ¿Cómo has sabido todo eso? Es totalmente secreto.
- Venga a buscarme y se lo diré.
Un coche patrulla vino a recogerme a los pocos minutos en el portal del bloque de pisos de David. Cuando llegué a su despacho no cabían formalidades, me preguntó directamente cómo conocía todos aquellos detalles.
- Se lo contaré, incluso le diré quién es el asesino. – Me miraba con sorpresa. – Cuando todo esto empezó, el día que los dos agentes vinieron a mi casa a hacerme las preguntas me enseñaron una foto. En ella salía la primera dirección web escrita con sangre en un espejo. Era el espejo de un ascensor. Una de las víctimas era Cristian Ramírez, sus iniciales son C y R, las mismas que Cristiano Ronaldo, por eso la camiseta del Real Madrid. El otro se llamaba Benjamín, ese nombre lo he utilizado alguna vez como seudónimo. Debí haberme dado cuenta antes. – Esto último me lo dije a mí mismo.
- ¿Qué me estas contando? ¿Cristiano Ronaldo? ¿Qué tiene que ver ese hombre contigo?
- ¡Todo! Hace tiempo hice un relato que se titulaba El día que me quedé atrapado en el ascensor con CR7. Lo sé, el título no deja lugar a misterios, pero da igual.
- Pero ese relato no está en el blog. Lo revisé cientos de veces.
- Ahí está el quid de la cuestión. Ese relato lo escribí en el instituto y se lo entregué a Artur, mi profesor de filosofía.
- Entonces, ¿él es el autor de todos estos crímenes? – Se quedó un instante pensando. - Bien, tenemos una prueba bastante sólida. Tenemos que actuar con precaución. Esto será lo que haremos. Vas a llamar a tu profesor. Vas a confirmar que sea él y le vas a decir que quieres quedar con él lo más pronto posible. Cuando tengamos fecha, lugar y hora decidiremos cómo actuar. Vamos allá.
Me dieron unos cascos que estaban conectados a una máquina y ésta a su vez estaba conectada a mi móvil. Aquel aparato grababa las conversaciones telefónicas con mucha nitidez, según me explicaron. Hicimos la llamada y al segundo tono contestó.
- Hola, buenos días, ¿Quién es?
- Artur, soy Efraín.
- ¡Hey! Buenas, ¿Qué tal va todo?
- Bien, bien. Quería comentarte una cosa. ¿Recuerdas aquél relato que te di cuando iba a bachiller? Lo necesito, ¿podríamos quedar para tomar un café y me lo devuelves?
- ¡Anda! Es verdad, no lo recordaba. Aun no lo he leído. – Todos lo que estábamos presentes en la sala nos quedamos sorprendidos. – Lo siento, he estado muy liado. Ni siquiera sé dónde lo tengo. ¿No tienes más copias?
Miré al inspector Segovia con cara de confusión, no sabía qué hacer o decir. Él me hizo una señal para que cortara. Me despedí de él y colgué. No podía ser, ¿alguien había robado el relato? ¿Desde cuándo llevan planeando esta serie de crímenes? El inspector me dijo que seguirían buscando, que les había dado mucha información. Me dieron las gracias y me llevaron de vuelta a casa de David. Cuando salí del coche recibí un mensaje. Era de David.
Mi parte de la herencia.
Ese era otro de mis relatos. ¿Por qué me lo enviaba? Entonces comprendí. David ya me había subido alguna vez algún relato al blog. Él conocía el relato del ascensor. Él me conocía a mí, era de las personas que más sabían de mí. Y ahora estaba con Nerea. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

El relato de mi vida (Parte 6)


El inspector y yo salimos del coche y entramos al centro. Le enseñó la placa a la recepcionista y fuimos habitación por habitación buscando a Ainhoa. En una de las habitaciones encontramos a los componentes de su banda.
- ¿Dónde está Ainhoa? ¡Dilo! – Le dijo a uno de ellos apuntándole a la cara con la pistola.
- ¡Tranquilo tío! Acaba de ir al lavabo.
Salió de allí corriendo, yo le seguía por donde iba. Cuando estuvimos a punto de entrar en el servicio de mujeres oímos un grito. Provenía de las escaleras que conducían al almacén subterráneo. Corrimos aún más rápido. El inspector abrió la puerta del almacén de una patada. Aquel lugar era enorme y oscuro, las luces no funcionaban, la única fuente de luz eran las bombillas de la luz de emergencia. Nos adentramos intentando adaptar la vista a la oscuridad. El almacén estaba lleno de cajas, maniquíes, altavoces… De repente se oyó un golpe, sonó como algo metálico contra una cabeza. El inspector gritó “¡alto, policía!”, pero realmente no sabía de dónde había procedido aquel sonido. Instantes después se escuchó claramente una puerta cerrándose. No había sido la puerta por la que habíamos entrado, había otra, probablemente una salida de emergencia. Nos dividimos, yo encontré a Ainhoa, estaba tendida en el suelo, con una brecha en la frente, pero viva. Cogí mi teléfono y llamé a una ambulancia.
- ¡Efraín, he encontrado la salida de emergencia, voy a buscar al asesino!
Contesté con un “Vale” gritado al aire y escuché otra vez el ruido de la puerta de emergencia cerrándose.
Saqué a Ainhoa de allí, a los pocos minutos vinieron los policías de refuerzo y la ambulancia. Se llevaron a Ainhoa, su pronóstico no era bueno. Me quedé en el coche patrulla con Nerea y le conté lo que había pasado. Ella no había visto nada. Al poco rato volvió el inspector con cara de pocos amigos. Nos dijo que desde el primer momento que salió de allí no sabía para dónde dirigirse, estuvo dando palos de ciego hasta que lo dejó. Hicieron preguntas a todas las personas que estaban allí, nadie vio nada fuera de lo normal.
- Mucha gente pasa por aquí todos los días, yo solo estoy para controlar al personal y dar información de los eventos que se van a hacer. - Dijo la recepcionista.
- Pero las habitaciones y las aulas de este sitio tienen que reservarse, ¿no? ¿No hay una lista de nombres? – Preguntó el inspector.
- Sí, pero con que una persona pida hora es suficiente, luego se añaden tantas personas como quieran, y de esas no hacemos ningún registro.
En definitiva, no teníamos nada. De hecho, teníamos menos que las veces anteriores: al asesino no le dio tiempo ni de dar una pista sobre su siguiente paso tal y como acostumbraba.
- Por lo menos esta vez no ha muerto nadie. – Dijo Nerea.
Tenía razón y lo mejor era que Ainhoa tenía que haberle visto la cara a su agresor. Llegamos a casa y dormimos después de aquel largo día. Pensé que con tantas emociones no podría conciliar el sueño, pero estaba agotado y al cerrar los ojos me quedé frito. Debía subir otro relato al blog, pero ya lo haría cuando tuviese tiempo. Al día siguiente quedé con David. Mis padres no estaban y no quise despertar a Nerea, que dormía plácidamente. David era mi mejor amigo, pero a veces lo apreciaba como un paciente aprecia a su psicólogo
Le conté todo lo sucedido, de la manera más resumida posible. Él me escuchó el rato que estuve hablando con la mirada atenta.
- Parece que lo estás disfrutando. -  Me dijo cuando acabé de hablar.- Esto va a darte mucha fama. Lo sabes ¿no?
- Si, pero no pienso en eso, lo importante es atrapar al asesino.
- Ya claro. – Me dijo de manera poco convincente – Dime que esta mañana, al despertarte no has mirado las visitas de tu blog.
Me quedé un instante en silencio. Me había atrapado, me conocía bien. Lo primero que hice cuando cogí el ordenador esa mañana era observar la cantidad de gente que, gracias a los asesinatos, había entrado a echarle un ojo a mis relatos. Realmente disfruté viéndolo. Era paradójico, me sentía mal conmigo mismo por sentirme bien conmigo mismo. Estaba torturándome por dentro.
- Mi miedo más grande es que, si todo esto me da popularidad, pueda yo llegar a creer que le debo algo a ese mal nacido. Además, hay más en juego de lo que pensaba. No solo por eso sino porque ya no sé quién puede estar en peligro por mi culpa.
- Va, no te preocupes, vamos a mi casa y echamos unas partidas a la Play.
Accedí, pero primero pasamos por casa a buscar a Nerea, no quería dejarla sola después de todo lo que había pasado. Cogí mi mochila y vi que aún llevaba la pistola de electroshock, la llevé conmigo para estar más seguro. Puse el nuevo relato que tenía preparado en un pendrive, lo subiría al blog cuando llegara a casa de David. Fuimos hasta el edificio dónde vivía David y picamos al ascensor. Nos subimos y, sumergido en mis pensamientos, me puse a exhalar en el espejo del ascensor y hacer dibujos. Una bombilla del tamaño de una catedral se encendió en mi cabeza. Había resuelto el caso. O casi. 

martes, 21 de mayo de 2013

El relato de mi vida (Parte 5)


Entramos a la charcutería del mercado. Aquel sitio me traía recuerdos, había sido mi primer lugar de trabajo. Cruzamos la trastienda hasta llegar al patio interior. Allí estaba el cuerpo de un chico con los complementos de su lugar de trabajo: un delantal manchado y un pañuelo de pirata en la cabeza. Lo habían apuñalado. A su lado había un cocodrilo… de peluche. El asesino se estaba riendo de nosotros. Todo nuestro esfuerzo lo habíamos volcado a arrestar al comprador del cocodrilo y luego va y utiliza uno de juguete. Me acordé de la rabia que el inspector guardaba y dirigí mi mirada hacia él. Sus ojos estaban observando la pared que limitaba el patio, en ella habían escrito, con sangre, otra dirección web que enlazaba a mi blog. Esta vez estaba a ojo de todos, ya que a través de la valla que delimitaba el patio se podía ver la calle y estaba llena de curiosos que sacaban fotos con sus móviles. El inspector Segovia cogió su teléfono móvil y escribió la dirección de enlace en el navegador.
- No funciona. Me da error todo el rato. – me pasó el móvil. – Inténtalo tú.
Cogí el aparato pero no tecleé la dirección que estaba puesta, fui directamente al blog. En la pantalla de inicio pulsé en el en los enlaces de los relatos que no había utilizado aun el asesino. Coincidía con uno. Casi.
- Mira, es la misma dirección que el relato Tal y como son las cosas, pero no está bien escrito, en medio ha escrito un 47.
- ¿47? – Se extrañó el inspector – ¿Ese número te dice algo? ¿Algo que recuerdes? – Negué con la cabeza. – Vaya, no tenemos nada.
- Déjame el móvil. – Dijo Nerea. Lo hice.
- Mira detenidamente el escenario sin tocar nada antes que vengan los que empiezan a fotografiar y catalogar todo. ¿Reconoces a la víctima?
Estaba a punto de contestar que era uno de mis antiguos compañeros de trabajo cuando Nerea me interrumpió con la voz rota.
- Creo que tengo algo. – El inspector y yo nos acercamos a ella – He contado las palabras del relato, la número cuarenta y siete es “ya”.
- ¿”Ya”? – Dije extrañado. Entonces una idea vino a mi cabeza – Mierda.
- ¿Qué pasa? – Dijo el inspector.
- ¿No lo entiendes? El próximo asesinato es “ya”. Lo está haciendo ahora mismo.
- ¡Jolines! Va, piensa, ¿Cuál es el argumento del relato que ha puesto? ¿Qué va a hacer ahora? ¡Piensa algo! – La voz del inspector me taladraba el cerebro.
- ¡Un momento! Déjame pensar… la historia va sobre una niña que se llama Sofía. Pero no conozco a nadie que se llame así. Y los escenarios son muy diferentes: una sala de conferencias, un comedor…
- Oye, - dijo Nerea – esa tal Sofía tocaba un violín al final del relato ¿verdad?
- ¿Un violín? – Entonces vi la luz al final del túnel – ¡Claro! Tenemos que encontrar alguna chica que toque el violín.
- Hay un montón de gente así. ¿Cómo la vamos a encontrar?
- Piensa que la víctima ha de ser alguien de mi entorno, y que cualquiera la pueda encontrar alguien de su perfil visitando mi rastro por internet. Una vez canté toqué una canción con una chica en la radio y lo subí a otro de mis blogs. Esa chica toca el violín y canta en un grupo. Y ahora está en peligro, por mi culpa.
- Calla, no te mortifiques. Tenemos que movernos cagando leches. ¿Quién es esa chica?
- Ainhoa. Se llama Ainhoa, iba conmigo a bachiller.
- Pues ya la estas llamando y diciéndole que se meta en su cuarto y cierre con llave. ¡Vamos!
Nos subimos al coche lo más rápido que pudimos. Intenté llamarla pero no cogía el teléfono. Fuimos a su casa y su madre nos comentó que en ese momento no estaba allí. Había ido a ensayar a una sala del centro joven que proporcionaba el ayuntamiento a los grupos de música noveles del pueblo. Ya que íbamos a entrar por calles peatonales el inspector puso la sirena. La mezcla entre ruido de la sirena y tensión por la escena que estábamos protagonizando me aceleró el corazón, notaba como impactaba contra mi pecho desde dentro.
Llegamos al lugar. Los refuerzos que habíamos pedido por el camino no habían llegado aún y teníamos prisa. El inspector abrió la guantera y sacó una pistola, me la dio.
- Toma. No te emociones, es de las aturdidoras. Si aprietas el gatillo disparará unos finos cables con anzuelos en los extremos que le darán una descarga eléctrica a quien estés apuntando. – Se dirigió a Nerea. – Ponte en el asiento del piloto y cierra por dentro. Si ves salir a alguien sospechoso aprieta el claxon y vendremos. ¡Vamos! 

lunes, 20 de mayo de 2013

El relato de mi vida (Parte 4)


Empezaron a entrar policías a la habitación. Reconocí a dos de ellos, eran los que vinieron a mi casa unos días antes. El inspector Segovia se sentó en la mesa que presidía la habitación y empezó a dar instrucciones. Dividió el grupo por áreas de investigación: unos indagarían en las importaciones ilegales de animales exóticos, otros harían vigilancia vestidos de civiles en el mercado de Martorell y repartió copias de mi relato a todos por si a alguien se le ocurría algo.
Volvimos a casa un par de horas más tarde. El agente González se quedó haciendo guardia en mi casa por si pasaba algo y necesitaban mi ayuda, o eso me dijeron. Creo que la razón era que estaba en peligro, o eso quería pensar yo. Nerea se quedó a dormir todo el fin de semana. El domingo por la tarde pedimos al agente González que nos hiciera de taxista, para llevar a Nerea a su casa y, en medio del viaje, nos llamaron. Era el inspector Segovia.
- ¡Tenemos algo! Hemos encontrado a una persona que ha comprado un cocodrilo ilegalmente y que vive cerca de tu pueblo. Venid cuanto antes, no podéis participar en la detención, pero a lo mejor podéis aportar algo.
Llegamos a la casa del sospechoso. Estaba en una urbanización adinerada, era una casa enorme con unos muros inmensos. Desde fuera se podían oír animales. Había una docena de coches de policía rodeando aquella mansión. Habían movilizado a casi toda la plantilla. Algunos de ellos iban con trajes negros especiales, como los de antidisturbios, pero se notaban más y mejor equipados.
Echaron abajo la puerta de la entrada y no vi nada más. Al rato sacaron de allí a un hombre en calzoncillos, lo esposaron y lo metieron en uno de los coches. Cuando se aseguraron de que en aquella casa no había nadie más, aparte de los animales, el inspector vino a nuestro coche y dijo:
- Bien podéis salir. Vamos a dentro a ver si ves algo.
- ¿Ese hombre es el asesino? – le pregunté.
- No lo creo. Estaba durmiendo en su cama. Hay maletas sin desempaquetar, creo que vino hace poco de un viaje de negocios o algo así y se ha traído un cocodrilo para hacerle compañía.
Entramos a la casa. Estaba todo limpísimo. En el patio trasero había un pequeño zoo lleno de animales exóticos. Pero aquel lugar no me sonaba de nada. Como mucho podía ser el escenario de otro de mis relatos, Mi afición, pero no parecía que hubiesen robado nada.
Llevaron a aquel hombre a comisaría y lo interrogaron, aunque primero quería que le trajeran a su abogado y unos pantalones. Efectivamente, había estado en Egipto un par de días antes y quería tener un recuerdo de allí. Eso quería decir que no podía haber cometido el asesinato en mi instituto, tenía una coartada. Estábamos en el despacho del inspector cuando le dieron el informe del interrogatorio. El inspector Segovia dio un golpe de rabia a la mesa.
- Creía que lo teníamos, hay que seguir buscando. ¿Has pensado quién puede ser? El asesino ha de ser alguien cercano, de tu entorno que te conozca bien.
- No es necesario, desde hace tiempo subo cosas a internet, a la vista de todo. Mi Facebook, Twitter, incluso Fotolog están disponibles a cualquiera que tenga conexión.
Abrieron la puerta y lo que traían no eran buenas noticias. Un agente se dirigió a él mientras tenía un teléfono en la mano. Parecía preocupado.
- Señor, ha habido un asesinato. Ha sido en el mercado de Martorell.
- ¿Cómo? Pero si teníamos a dos policías allí, vigilando la zona.
- Pero señor, movilizó a todos los agentes que teníamos, incluso los que estaban de guardia.
Al inspector Segovia se le heló la sangre, luego su cara adoptó una expresión de rabia que yo no había visto nunca en un ser humano. Cogió una pelota anti estrés que había en su mesa y la lanzó contra una lámpara de pié que había al lado de la puerta rompiéndola.
- Vamos para allá. Ahora. – Dijo. Cogió la chaqueta y salimos de allí.
En el mercado había un montón de gente. Llegamos y el inspector dio órdenes para acordonar la zona, no quería gente fisgoneando por allí. Yo estaba más nervioso de lo habitual. El primer asesinato lo había visto en fotos, el segundo después de que la policía hubiese estado allí, el tercero iba a verlo en primicia. ¿En el cuarto sería yo la victima? 

(Los relatos que menciona puedes leerloas aqui:
Mi aficiónhttp://olor-a-libro.blogspot.com.es/2013/04/mi-aficion-1a-parte.html
Lágrimas de cocodrilo: http://olor-a-libro.blogspot.com.es/2013/05/lagrimas-de-cocodrilo-1a-parte.html )

domingo, 19 de mayo de 2013

viernes, 17 de mayo de 2013

El relato de mi vida (Parte 3)


En ese instante me dio un mareo, me senté donde pude. Un montón de cosas me vinieron a la cabeza de golpe: Esto es más serio de lo que pensaba, hay gente muriendo por mi culpa, ¿es mi culpa? Yo solo escribo relatos que nadie lee, si hay otra dirección van a haber más víctimas, ¿Quién está haciendo esto? ¿Porqué?...
El inspector me dio un vaso de agua. Sin reparo dijo:
- Han dejado otra dirección que enlaza con otro relato tuyo.
- ¡Mierda! – Exclamé – Mierda, mierda, mierda…
- Esta vez enlaza con un relato titulado Lágrimas de cocodrilo, ¿te suena?
- Claro que me suena – le dije con un poco de altivez – lo he escrito yo. Es de los que menos han gustado y de los últimos que he escrito.
El inspector se arrodilló delante de mí para tener los ojos a mi nivel. Me miró fijamente. Yo me sentía cada vez peor.
- Bien, chaval. Esto va en serio. Tenemos un asesino en serie que escoge las víctimas inspirándose en tus relatos. Te toca actuar. Piensa cómo, dónde y cuándo podría dar el próximo paso. Eres la clave de este entresijo.
Le vomité al pobre hombre en sus zapatos. No sé si dijo aquello para motivarme o para que reaccionara, pero me sentó como una patada en el estómago. Se levantó y se fue a la fuente del patio del instituto. Echar la pota me sentó bien. Cogí el vaso con agua, me enjuagué lo boca y me dirigí a la víctima que yacía en el suelo. Un policía me dio unos guantes para que no contaminara las pruebas. Me puse uno y lo primero que hice fue intentar mover la cabeza de aquel cuerpo para poder verle la cara y reconocerlo.
- Sé quién es. – Le dije al inspector cuando volvió de la fuente. – No sé cómo se llama ni a que curso va. Pero lo reconozco. En Sant Jordi el instituto organiza unos talleres a los que los alumnos se pueden apuntar libremente. Yo llevo haciendo el taller de dibujo y cómic dos años seguidos y este chaval ha venido ambas veces. Dibujaba muy bien.
- ¿Estás insinuando que la persona que lo empujó desde la ventana sabía que lo ibas a reconocer? ¿Qué escogió a este chico deliberadamente?
- Es una posibilidad. Si no, es mucha coincidencia. También estoy pensando otra cosa…
- Dime todo lo que se te ocurra, por muy estúpido que creas que es. No te lo quedes.
- Si la persona que hizo esto va a seguir el modus operandi creo que sé dónde va a volver a actuar. El relato de Lágrimas de cocodrilo ocurre en un mercado, concretamente en una pollería.
- ¿Crees que podría actuar en el mercado de aquí, de Esparreguera?
- No, en el de Martorell. – El inspector me miró extrañado – El relato de Súper día sucede, entre otros sitios, en un instituto. Y el asesino ha escogido, entre los tres centros de este pueblo el lugar donde yo estudié. El próximo relato tiene su escenario principal en un mercado, pero yo me inspiré en el mercado de Martorell, donde estuve trabajando durante medio año, no en una pollería, sino en una charcutería.
- Perfecto, montaremos guardia allí. ¿Algo más?
Miré el cuerpo de la víctima una vez más a ver si daba la casualidad de que me volviese la inspiración, pero solo me llenó de una profunda tristeza ante la mirada de esos ojos sin vida. Luego miré al gato que tenía a su lado y pensé en algo.
- ¡Cocodrilo! En el siguiente relato hay un cocodrilo. Si el asesino va a actuar de la misma manera estoy 100% seguro que necesitará un cocodrilo. No debe ser fácil comprar un cocodrilo en España, ¿no?
- Bien pensado. – Por primera vez vi al inspector sonreír. – Vamos a comisaría a hacer el informe.
Volvimos a subirnos al coche de policía. Cuanto más tiempo pasaba me encontraba mejor y más entusiasmado. Aún así recordé un cabo suelto que tenía en mente y que no resolví la primera vez que vino la policía a casa.
- Por cierto. Cuando vinieron los dos agentes a casa la primera vez no quisieron decirme los detalles del primer asesinato. Aquellos dos chicos, Cristian y Benjamín, ¿dónde fueron asesinados?
El inspector Segovia refunfuñó un poco entre dientes.
- Realmente no podemos contarte nada. Ocurrió en un lugar privado, propiedad de alguien con mucho dinero, tanto, que ha pagado a nuestros superiores para que tengamos la boca cerrad durante la investigación. Por mucho que nos estés ayudando sigues siendo un civil y no podemos decirte nada.
La palabra “civil” me sonó casi ofensiva. En aquel momento tenía que callar y obedecer, pero si pillábamos al asesino exigiría que me lo contasen. La curiosidad me mataba por dentro.
Llegamos a la comisaría, aunque podía pasar como una oficina estándar de cualquier empresa: estaba llena de ordenadores, papeles, gente encorbatada… Nos llevaron a una sala que tenía tintes de aula escolar: una pizarra, pupitres y una única mesa larga era lo que la llenaba, aparte de un plasma en una pared. Nos dijeron que esperásemos allí. Cogí el mando del televisor y lo encendí buscando un canal con noticias. Lo encontré. En los 20 minutos que duró nuestro viaje a la comisaría ya se habían movilizado decenas de periodistas en el lugar del crimen.
- Un espantoso asesinato rompe la tranquilidad de los vecinos de Esparreguera – decía la reportera. – fuentes informan que la víctima…
- ¿No estarás esperando que digan algo de tu blog? Mala persona…  – Dijo Nerea detrás de mí.
- ¡Por supuesto que no! – Por supuesto que sí. Era la única razón por la que había encendido el televisor.

jueves, 16 de mayo de 2013

El relato de mi vida (Parte 2)


No dijeron nada en ningún telediario de ningún canal. Ni ese ni los siguientes tres días después de la visita. El fin de semana lo pasé con Nerea, mi novia. Le expliqué lo que había sucedido. Ella se mostró más interesada que yo sobre ese suceso. Íbamos a dar un paseo por Barcelona, pero cuando le comenté lo que había pasado quiso cancelar los planes.
- ¿Cómo? ¿Quieres que hagamos una investigación nosotros?
- ¡Claro! – Me dijo entusiasmada – Lo que ha pasado te afecta bastante como para que te llamen cada día por si se te ocurriera algo o, por lo menos, para que te lleven al lugar de los hechos por si puedes averiguar algo. Ya que no lo hacen busca por tus propios medios. Indaga quién pudo ser y porqué lo hizo.
No era mala idea. Fuimos a su casa y nos conectamos con su portátil a mi blog: era el sitio más lógico por el que empezar. Como de costumbre no había ningún comentario en el relato Súper día.
- ¿Ahora qué? – Le dije. La verdad es que mi posición era bastante escéptica ante aquella situación.
- ¡Aquí! – Dijo señalando la pantalla. – Podemos mirar la procedencia de los visitantes.
- Sería buena idea, si no fuese por que cuando entro yo, que vivo en Esparreguera me localiza en Malgrat de mar. Vete a saber a cuantos quilómetros estoy yo de Malgrat de mar.
Me miró frustrada. Realmente le había roto parte de la ilusión. Ella estaba más ilusionada que yo en ese tema. Por lo menos hasta que recibí la llamada momentos más tarde. Una voz que desconocía me hablaba sereno pero con impaciencia por el otro lado de la línea.
- ¿Hablo con Efraín Pérez?
- Sí, ¿Quién es?
- Soy el inspector de policía Andrés Segovia. Tenemos que vernos ya. Es muy urgente.
-Es sobre el asesinato que hubo hace un par de días, ¿no? – Me temía lo peor: mi vida corría peligro y tendría que acoger otra identidad para protegerme. Nada más lejos de la verdad.
- De hecho, no. Ha habido otra víctima, en realidad dos. Y puede que el montaje del crimen te resulte familiar.
Un coche patrulla vino a buscarme a casa de Nerea, fuimos los dos al lugar donde el autor del anterior asesinato había vuelto a actuar. Era en mi pueblo, Esparreguera, concretamente en mi antiguo instituto, el lugar donde cursé mi educación secundaria. Todo el personal del centro y los alumnos habían sido evacuados y la zona estaba llena de cinta de la policía. En el patio, bajo una ventana abierta del segundo piso había un bulto tapado con una manta, supuse que ahí estaría la víctima. El coche aparcó de mala manera y el hombre con el que había hablado por teléfono se acercó a mí.
- Hola, Efraín, supongo. – Me tendió la mano. – Y esta chica es…
- Mi novia, Nerea – Nos dimos un apretón de manos, la piel de sus palmas era dura como el cartón.
- Os aviso, si sois muy sensibles con estas cosas no miréis. Quiero enseñaros el cadáver.
A mí me encanta la novela negra. Admiro a los detectives retirados que tienen que volver a desempolvar sus utensilios de investigación para resolver “el caso de su vida”, siempre han sido un ejemplo de intelectualidad para mí. Pero estar delante de un cadáver con el cráneo abierto te hace apreciar la vida tranquila que llevas como simple lector de libros. Cuando vi a aquel chico muerto supe porqué estaba yo allí.
- Al su lado – dije señalando el cadáver – tiene un gato muerto. Esto es como en el relato de Súper día que escribí. Es el relato que había en el enlace que escribió en el otro asesinato. Nos estaba avisando.
- Así es. – Dijo el Inspector Segovia. 

miércoles, 15 de mayo de 2013

El relato de mi vida. (Parte 1)


- Es que a veces me pregunto qué tienen los demás que no tenga yo, ¿sabes? Me frustra mucho escribir semana tras semana y no tener más lectores de lo habitual. Sólo pido que me comenten los relatos, por lo menos.
- Te entiendo – David se llevó la taza de café a los labios y le dio un sorbo. Prosiguió – Tú no te desesperes, no escribes mal y lo que haces es interesante, pero necesitas un “bum”.
- ¿Un “bum”? – Le dije sonriendo.
- Sí, ya sabes, un relato de impacto. Muchos artistas tienen un montón de obras pero solamente son conocidos por una, la que causa más sensación, la que llega más a la gente.
- Te entiendo. – Tenía razón, necesitaba un gancho, un relato realmente bueno. Estaba pensando continuar Mi parte de la herencia, hacerle una segunda parte, probablemente dibujarle una ilustración.
Dejamos el tema rápidamente y hablamos de lo de siempre: videojuegos, cómics, antiguos profesores… lo habitual de cuando David y yo quedamos.
- Por cierto, - me dijo – ¿Artur te devolvió aquel relato? El del chico que se queda en el ascensor con Cristiano Ronaldo…
- No, ni espero que lo haga, le dije que se lo podía quedar.
Artur fue mi profesor de filosofía en bachiller. Algunos de los relatos que están publicados en el blog los escribí en esa época pero en aquel entonces escribía como terapia: muchos de los relatos me daban vueltas en la cabeza y “me pedían” salir de ahí, así que los ponía por escrito.
David me acompañó hasta casa, rechazó mi oferta de quedarse a cenar, cogió la bici y se fue. Yo comí un poco de pizza y me fui a la habitación. Miré las visitas del blog: seguían igual que cuando me fui. Le envié un mensaje a Nerea diciendo que tenía sueño y que no me iba a conectar, pero simplemente es que no tenía ganas de hablar.
El día siguiente me quedé en casa, no tenia clase a causa de la enésima huelga de estudiantes. Me levanté tarde y desayuné la pizza del día anterior. Aun no había dado el segundo mordisco cuando sonó el timbre de la puerta. Pensé que sería la cartera así que ni siquiera me preocupé por como llevaba el pelo o por ir en pijama. Abrí la puerta. Dos hombres con uniforme de policía me observaron. Más bien me analizaron con la mirada.
- ¿Esta es la residencia de Efrain Pérez?
- Es Efraín, con acento en la i. Y sí, soy yo.
- Somos el agente González y Pereira, de la policía de investigación. ¿Podemos hablar contigo?
La pregunta que hizo sonaba imperativa. Me mostró la placa, y les invité a pasar. Se sentaron en la mesa del comedor.
- ¿Quieren algo? Un café… Algo de pizza de ayer…
- No, estamos de servicio – Me dijo uno de los dos.
Me senté delante de ellos con mi desayuno a medio comer.
- Cristian Ramírez y Benjamín Castro. ¿Te suenan esos nombres? – me dijo tajante.
- No
- Los asesinaron ayer por la noche, - dijo, mientras me enseñaba unas fotos de aquellos dos pobres chavales – ¿te suenan estas caras?
- La verdad es que no, - le dije – además no soy muy bueno recordando rostros. ¿Por qué han acudido a mí?
Ambos se miraron, uno de ellos sacó del maletín que llevaba unas fotocopias que reconocí al momento: eran fotos de mi blog de relatos.
- El autor del crimen ha escrito con la sangre de las víctimas una dirección en la escena del crimen que nos ha llevado directamente a tu blog, concretamente a la página en la que publicaste un relato llamado Súper día.
- ¿En serio? – Me quedé perplejo – ¿Están seguro de eso?
- Totalmente seguros, como puedes ver en esta foto, no hay duda de que la dirección web se lee correctamente, y ya estarás familiarizado con ella.
Miré la foto detenidamente. En ella se apreciaba la dirección de mi blog escrita en un espejo, se podía ver al hombre que había tomado la foto apuntando con la cámara. Sin duda se leía sin dificultad el enlace.
- ¿Dónde está escrita? ¿Qué sitio es este?
Los dos agentes se volvieron a mirar.
- La cuestión es que de alguna manera estás relacionado con la escena del crimen. ¿Dónde estuviste ayer entre medianoche y las tres de la madrugada? – Siempre he querido que me hicieran esa pregunta, queda muy de película de detectives. Pero realmente no es nada agradable cuando te la hacen.
- En mi cama, durmiendo, como todo el mundo. – Le dije crispado
- ¿Alguien lo puede corroborar?
- Mis hermanos se quedaron hasta tarde jugando a la consola. La puerta es muy ruidosa al cerrarse, si alguien hubiera salido de casa lo habrían oído.
- De acuerdo. Aquí tienes nuestro número de teléfono. Si te viene alguna idea de porqué tu blog sale en la escena de un crimen llámanos. Te lo agradeceremos.
Se fueron de inmediato. Lo primero que hice cuando me dejaron solo fue poner la televisión, el canal de noticias 24 horas, a ver si hablaban del asesinato. A ver si me daban publicidad gratuita.

(Puedes leer Súper día aquí: http://olor-a-libro.blogspot.com.es/2013/03/super-dia.html )

martes, 14 de mayo de 2013

Lágrimas de cocodrilo (3a parte, final)


Los papeleos del juicio fueron rápidos. Una presunta violación y maltrato laboral, encima con testigos. Algo casi normal en el día a día de la justicia. Un actuado trastorno por shock delante del juez aumentó la sentencia. Kevin lamentaba no tener un par de años menos para que se sumara “abuso al menor” en el paquete de acusaciones. La indemnización que obtuvo fue descomunal y dejó a su jefe en la bancarrota, por no mencionar el desprecio social que sufriría él y toda su familia. Incluso recibió una carta de su jefe, escrita de su puño y letra pidiéndole que retirara los cargos. Pero Kevin no estaba satisfecho. A él no le interesaba el dinero, quería hundirlo de verdad, más si cabía. Quería que su jefe sufriera en sus carnes la sensación de impotencia que él había tenido. Para ello debía maquinar una jugada estratégica brutal, pero no tenía la capacidad mental suficiente. Necesitaba más de aquello que le había dado “sus nuevas habilidades”, tal y como él lo llamaba. En realidad sus nuevas capacidades intelectuales eran un efecto secundario del gas que le salvó la vida ante el cocodrilo monstruoso. Después del incidente con el cocodrilo capturaron vivo al monstruo y el zoo de la cuidad lo compró para exposición. La presión de la gente y el argumento por parte de asociaciones en defensa de los animales de que en manos del gobierno “aquel inocente monstruo” moriría sin remedio después de mutiladoras investigaciones hicieron que los responsables militares del cocodrilo lo donaran al zoo a regañadientes. A Kevin se lo habían puesto en bandeja. Se dirigió al zoo, allí fue directo al enorme y reforzado terrario que contenía a su antiguo conocido y sin pensárselo dos veces entró. Es curioso cómo las jaulas se preocupan de que ninguna bestia salga de su cautiverio pero no se preocupa de que alguien entre dentro. Se puso cara a cara con la bestia. La gente empezó a gritar y a ofrecerle una mano para salir de allí, pero ni Kevin ni el cocodrilo estaban escuchando. Kevin se aproximó a él, acercó la mano, le acarició el hocico y luego le abrazó su inmensa boca sin notar resistencia por parte de su descomunal amigo. Las personas que vieron la escena enmudecieron de la sorpresa. Kevin y el cocodrilo lloraron.
Toda la seguridad del parque zoológico se movilizó y anestesió rápidamente al cocodrilo. Sacaron a Kevin de allí. Vino la policía y lo interrogaron. Asociaron su acto de locura al trauma del juicio que había tenido. Al poco rato lo llevaron a casa.
Kevin tenía lo que necesitaba. Su segundo encuentro con su querido cocodrilo le había aclarado la mente y se puso en acción de inmediato. No durmió en toda la noche maquinando el plan, u “obra maestra”, tal y como lo llamaba. Estuvo escribiendo folios y folios, perfeccionando la nota que iba a darle por la mañana a su jefe, debía de quedar perfecta. Su inspiración residía en la carta que había recibido anteriormente pidiéndole que retirara las acusaciones.
Al día siguiente, el jefe de Kevin miró el correo y encontró un paquete, dentro había una botella de vino carísimo y una nota. La nota decía que quería pedirle perdón personalmente, todo lo que había ocurrido era una chiquillada en forma de cruel venganza y quería verle por la tarde en su lugar de trabajo. El pobre hombre sonrió e incluso se le escapó una lágrima. Celebró con su mujer el agradable giro de los acontecimientos y descorcharon la botella a la hora de comer. Por la tarde, antes de coger el coche para su cita llamó a su abogado y le dejó un mensaje en el buzón de voz: “Esta noche nos vemos, todo esto va a acabar muy pronto”. Subió al coche y se dirigió al lugar de trabajo. Se sabía el camino de memoria y el entusiasmo le hizo ir más rápido de lo normal pero, al pasar a través de un paso de peatones atropelló a alguien que había salido de la nada. Salió del coche a ver el estado de la víctima. Kevin estaba tendido en el suelo, le sangraba la cabeza y sonreía.
A su jefe se le cayó el alma a los pies. Llamó a la policía, no quería que lo acusaran de darse a la fuga después de todo lo que había pasado, pero los acontecimientos fueron peor de lo que se imaginaba.
Para empezar le hicieron pasar por el control de alcoholemia habitual y dio positivo, a causa del vino que había tomado al mediodía. El mensaje que le había dejado a su abogado poco antes en el buzón de voz fue utilizado en su contra para condenarle por asesinato con premeditación. Intentó probar su versión entregando la nota que había recibido pero no contenía huellas de Kevin, además, después de un estudio más exhaustivo, comprobaron que la letra de aquella nota coincidía con la letra del acusado. Cuanto más intentaba salir de aquel foso, más se hundía. La cárcel fue un destino irremediable.
Kevin estuvo en el hospital inconsciente durante tres días, al cuarto murió. Pero antes de morir su madre jura que dijo: “no me arrepiento de nada”.

domingo, 12 de mayo de 2013

Lágrimas de cocodrilo (2a parte)


Kevin se despertó en la cama de un hospital. Vio que en la puerta había un militar que, al verlo incorporarse en la cama, avisó a sus padres que estaban fuera de la habitación. Su madre entró y le abrazó con efusividad. Kevin no sintió nada. En teoría debía estar tranquilo, contento por estar vivo, o confuso. En su corazón sólo había odio. Su encuentro con la bestia lo había cambiado para siempre. El médico le había prescrito un par de semanas de descanso, ya que no sabía que efectos físicos podría tener aquel veneno que había inhalado. Pasó las semanas con el papeleo de la indemnización que iba a darle el estado por el accidente de la bomba de gas. Una indemnización que le arreglaría la vida durante muchos años. Por eso sus padres se sorprendieron al oír la decisión que había tomado: quería seguir trabajando en la pollería. Al principio los padres de Kevin pensaban que aún estaba bajo los efectos del gas pero dio buenas razones para seguir trabajando y sus padres no pudieron negárselo.
Dicho y hecho, el día siguiente de acabar las semanas de descanso recomendadas por el médico, Kevin volvió a su trabajo habitual. Su jefe le dijo que debía recuperar las horas perdidas, ya que durante su ausencia nadie había limpiado ningún rincón del establecimiento y le culpaba por las dos semanas de “vacaciones” que se había tomado. Kevin fue sin rechistar a limpiar cada rincón de la tienda. Su odio no creció en él, ya que Kevin no sentía otra cosa en su corazón y ya no le cabía nada más. Tenía preparada una venganza que le haría pagar por todos sus pecados.
Un lunes, Kevin se dirigió al mostrador, necesitaba la ayuda experta de su jefe para un asunto en la trastienda. El jefe accedió a regañadientes y Kevin le dijo que no sabía si las pechugas de pollo que había encontrado en el fondo de la nevera estaban malas o no. El jefe las cogió y las examinó detenidamente para comprobar su estado y vio que, efectivamente, estaban malas y le dijo a Kevin que las tirara. Mientras el jefe se lavaba las manos en un pequeño lavamanos que había en la trastienda Kevin le bajó los pantalones. La confusión que le provocó aquello a su jefe se convirtió rápidamente en enfado y exclamó “Pero ¿qué haces?”. Kevin gritó “No, no me pegue” lo más fuerte que pudo y se tiró al suelo. El jefe, aun con los pantalones por las rodillas, se lo quedó mirando extrañado, detrás de él oyó un ruido de una puerta que se abría. Era lunes, exactamente las 12 del mediodía y Huevo-man estaba allí puntual. Ante aquella situación no se le ocurrió nada mejor que darle un puñetazo al hombre con los pantalones medio bajados y decirle a Kevin: “¡Vamos!”
Kevin se levantó de un salto. Pasó por encima de su jefe, que estaba en el suelo con las manos en la nariz por el dolor, y se fue corriendo de allí con su salvador. Casi no podía aguantarse la sonrisa que le producía saber que todo estaba yendo como había planeado.

viernes, 10 de mayo de 2013

Lágrimas de cocodrilo (1a parte)


Kevin odiaba a su jefe. Pensaba que era de la peor escoria que podía pisar el suelo terrestre y ese pensamiento le rondaba la cabeza de siete de la mañana a cinco de la tarde de lunes a viernes. No era un odio ilegítimo, su jefe lo trataba mal. No lo maltrataba psicológicamente ni físicamente, pero el desprecio que tenía hacia él como subordinado era latente en cada palabra que le dirigía. Le culpaba de errores propios, menospreciaba su trabajo bien hecho y un largo etcétera. Kevin era un chico de 19 años que trabajaba en una pollería del mercado de su pueblo, era un trabajo que le gustaba y no podía quejarse del sueldo, pero no estaba feliz bajo la autoridad de aquel hombre. Una de las pocas personas que entendía a Kevin era uno de los proveedores de la tienda. El hombre que traía los huevos los lunes y los miércoles picaba a las 12 de la mañana en la puerta de la trastienda y, mientras ayudaba a descargar la mercancía hablaba 5 minutos con Kévin y éste le explicaba sus problemas. El proveedor o “huevo-man”, tal y como lo llamaba Kevin, se compadecía de él y se alegraba de ser un oasis en el desierto que vivía. Kevin lo apreciaba mucho.
Para seguir contando la historia debo explicar que los puestos del mercado de Kevin daban a un patio exterior común en el que había unos contenedores de basura, estaba cercado por unas vallas altas de acero para que nadie robara la mercancía que los tenderos guardaban en ese patio, los proveedores debían entrar por una única puerta que se abría por dentro del patio y que estaba vigilada por un guardia de seguridad, además las puertas de los puestos que daban a ese patio sólo se podían abrir por dentro.
Seguimos.
Un día Kevin fue a tirar basura a los contenedores, solía entretenerse ya que cuanto más tiempo pasaba sin ver la cara de su jefe más feliz era. Empezó a oír sirenas y murmullo de gente. De repente vio, entre las macizas barras de hierro de la valla del patio, militares que le decían a la gente de la calle que se marchara rápido de aquella zona, que era peligroso. Súbitamente un grito le heló la sangre, dirigió la mirada hacia donde venía aquel chillido y vio a una chica señalando hacia una calle. De allí salió el mayor cocodrilo que jamás había visto en su vida. De altura era como dos coches uno puesto encima del otro y, por mucho que avanzó para comerse a la chica que había gritado, su cola no salía del callejón de lo larga que era. Kevin, que tenía los ojos y la boca abiertos de estupor pensó que lo mejor que podía hacer era salir de allí. Primero se dirigió hacia la puerta de su puesto de trabajo, pero no podía abrirla. Picó con fuerza, pero ya habían desalojado a todos del mercado y no había nadie al otro lado que lo oyera gritar. Luego intentó salir por la puerta de los proveedores, pero el guardia de seguridad no estaba y Kevin no tenía la llave. Estaba atrapado. El monstruoso cocodrilo, que estaba al otro lado de la calle olió los contenedores de basura y dirigió sus grandes y oscuros ojos hacia el patio del mercado, allí vio a Kevin y se le hizo la boca agua. El joven pollero se dio cuenta que el cocodrilo lo había elegido como tentempié y gritó de miedo en busca de que algún militar lo oyera y lo fuese a buscar. El cocodrilo empezó a dar golpes con su larga cola a las vallas que lo separaban de Kevin. El chico tenía como única y penosa defensa el cuchillo que siempre cogía cuando iba a tirar cartones al contenedor de papel para que entraran mejor. Un gran estruendo acompañó la caída de las vallas cuando el cocodrilo las echó abajo. Kevin sabía que estaba perdido. En aquel momento, el pensamiento que lo acompañaba en su jornada laboral se hizo más fuerte: odiaba a su jefe. Nunca lo odió tanto como en ese instante. Odiaba el día que firmó el contrato. Odiaba su aliento cuando le echaba bronca por fallos injustificados. Odiaba su peinado que intentaba disimular su calvicie…
Cuando no quedaban ni dos metros de separación entre Kevin y el cocodrilo una lata cayó entre los dos. La lata explotó y dejó escapar un gas amarillo que cegó a ambos y les dejó inconscientes. Kevin no dejaba de pensar lo mucho que detestaba a su jefe.