Ahí
estaba yo, en medio de una calle sin salida, con un trozo de periódico con una
dirección que no encontraba… la de cosas que hace uno por ganar cuatro perras.
Volví a mirar el trozo de papel, era un recorte de un anuncio publicitario,
escondido entre la noticio de un nuevo meteorito y otro anuncio de contactos. <<Se necesita joven con buena salud para
trabajos en laboratorio>>. Se lo comenté a mi hermano antes de ir. Él
estaba convencido de que me harían probar substancias y fármacos raros. Yo
creía que era para mover cajas y mercancía peligrosa. Ni una cosa ni otra… algo
peor.
Para empezar el número del
edificio que rezaba el trozo de periódico no aparecía en ninguna de las puertas
a las que me acerqué. Pero sí a una tapa de alcantarilla que había en medio de
la calle. Con total incredulidad piqué con el puño a aquel trozo de metal. No
hubo ningún efecto inmediato pero cuando había perdido las esperanzas la tapa
circular de alcantarilla empezó a moverse, a girar sobre sí misma. Yo me
asusté, caminé hacia atrás y me caí encima de mi mano. Creo que me fracturé la
muñeca. La tapa se abrió un poco. De aquel agujero salió una cabeza que me miró
a través de unas gafas con las lentes redondas. Tenía una cara vieja y
arrugada.
- ¿Vienes por el anuncio? –
Me dijo.
- Sí. – Intenté levantarme,
pero me dolía la mano horrores. – Aunque ahora no crea que sea de mucha ayuda,
me he hecho daño al caerme.
La cara me miró sorprendida
y frunció el ceño. Unas manos viejas apartaron la tapa de la alcantarilla y el
hombre salió de allí con gran habilidad. Se me acercó de rodillas y me tendió
la mano.
- Déjame que le eche un ojo.
– Llevaba una bata blanca, sorprendentemente limpia para el lugar de donde
había salido. Eso fue lo único que me dio razones para obedecerle. Su aspecto era
siniestro rozando lo caricaturesco.
Puso su mano encima de mi
muñeca y el dolor punzante se hizo más agudo, noté mi corazón bombeando
muchísimo más rápido de lo normal pero lo más sorprendente fue una luz que
surgió de la mano que sostenía la mía. Aquello duró un momento, cuando me soltó
noté que ya no me dolía nada.
- Vamos, sígueme. – Se metió
por el agujero por donde había salido. Yo estaba flipando.
Lo
seguí por unas escaleras que daban a unos pasillos apestosos donde la única
fuente de luz la producía él con su mano. Noté que tenía dos puntitos de luz
rojos detrás de la cabeza. Llegamos hasta una gran puerta circular que él abrió
presionando un botón rojo. Entramos por ella. Él dijo “Luces” y automáticamente
se encendieron una gran cantidad de bombillas que dieron luz al lugar más
extraño en el que había estado jamás.
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