viernes, 17 de mayo de 2013

El relato de mi vida (Parte 3)


En ese instante me dio un mareo, me senté donde pude. Un montón de cosas me vinieron a la cabeza de golpe: Esto es más serio de lo que pensaba, hay gente muriendo por mi culpa, ¿es mi culpa? Yo solo escribo relatos que nadie lee, si hay otra dirección van a haber más víctimas, ¿Quién está haciendo esto? ¿Porqué?...
El inspector me dio un vaso de agua. Sin reparo dijo:
- Han dejado otra dirección que enlaza con otro relato tuyo.
- ¡Mierda! – Exclamé – Mierda, mierda, mierda…
- Esta vez enlaza con un relato titulado Lágrimas de cocodrilo, ¿te suena?
- Claro que me suena – le dije con un poco de altivez – lo he escrito yo. Es de los que menos han gustado y de los últimos que he escrito.
El inspector se arrodilló delante de mí para tener los ojos a mi nivel. Me miró fijamente. Yo me sentía cada vez peor.
- Bien, chaval. Esto va en serio. Tenemos un asesino en serie que escoge las víctimas inspirándose en tus relatos. Te toca actuar. Piensa cómo, dónde y cuándo podría dar el próximo paso. Eres la clave de este entresijo.
Le vomité al pobre hombre en sus zapatos. No sé si dijo aquello para motivarme o para que reaccionara, pero me sentó como una patada en el estómago. Se levantó y se fue a la fuente del patio del instituto. Echar la pota me sentó bien. Cogí el vaso con agua, me enjuagué lo boca y me dirigí a la víctima que yacía en el suelo. Un policía me dio unos guantes para que no contaminara las pruebas. Me puse uno y lo primero que hice fue intentar mover la cabeza de aquel cuerpo para poder verle la cara y reconocerlo.
- Sé quién es. – Le dije al inspector cuando volvió de la fuente. – No sé cómo se llama ni a que curso va. Pero lo reconozco. En Sant Jordi el instituto organiza unos talleres a los que los alumnos se pueden apuntar libremente. Yo llevo haciendo el taller de dibujo y cómic dos años seguidos y este chaval ha venido ambas veces. Dibujaba muy bien.
- ¿Estás insinuando que la persona que lo empujó desde la ventana sabía que lo ibas a reconocer? ¿Qué escogió a este chico deliberadamente?
- Es una posibilidad. Si no, es mucha coincidencia. También estoy pensando otra cosa…
- Dime todo lo que se te ocurra, por muy estúpido que creas que es. No te lo quedes.
- Si la persona que hizo esto va a seguir el modus operandi creo que sé dónde va a volver a actuar. El relato de Lágrimas de cocodrilo ocurre en un mercado, concretamente en una pollería.
- ¿Crees que podría actuar en el mercado de aquí, de Esparreguera?
- No, en el de Martorell. – El inspector me miró extrañado – El relato de Súper día sucede, entre otros sitios, en un instituto. Y el asesino ha escogido, entre los tres centros de este pueblo el lugar donde yo estudié. El próximo relato tiene su escenario principal en un mercado, pero yo me inspiré en el mercado de Martorell, donde estuve trabajando durante medio año, no en una pollería, sino en una charcutería.
- Perfecto, montaremos guardia allí. ¿Algo más?
Miré el cuerpo de la víctima una vez más a ver si daba la casualidad de que me volviese la inspiración, pero solo me llenó de una profunda tristeza ante la mirada de esos ojos sin vida. Luego miré al gato que tenía a su lado y pensé en algo.
- ¡Cocodrilo! En el siguiente relato hay un cocodrilo. Si el asesino va a actuar de la misma manera estoy 100% seguro que necesitará un cocodrilo. No debe ser fácil comprar un cocodrilo en España, ¿no?
- Bien pensado. – Por primera vez vi al inspector sonreír. – Vamos a comisaría a hacer el informe.
Volvimos a subirnos al coche de policía. Cuanto más tiempo pasaba me encontraba mejor y más entusiasmado. Aún así recordé un cabo suelto que tenía en mente y que no resolví la primera vez que vino la policía a casa.
- Por cierto. Cuando vinieron los dos agentes a casa la primera vez no quisieron decirme los detalles del primer asesinato. Aquellos dos chicos, Cristian y Benjamín, ¿dónde fueron asesinados?
El inspector Segovia refunfuñó un poco entre dientes.
- Realmente no podemos contarte nada. Ocurrió en un lugar privado, propiedad de alguien con mucho dinero, tanto, que ha pagado a nuestros superiores para que tengamos la boca cerrad durante la investigación. Por mucho que nos estés ayudando sigues siendo un civil y no podemos decirte nada.
La palabra “civil” me sonó casi ofensiva. En aquel momento tenía que callar y obedecer, pero si pillábamos al asesino exigiría que me lo contasen. La curiosidad me mataba por dentro.
Llegamos a la comisaría, aunque podía pasar como una oficina estándar de cualquier empresa: estaba llena de ordenadores, papeles, gente encorbatada… Nos llevaron a una sala que tenía tintes de aula escolar: una pizarra, pupitres y una única mesa larga era lo que la llenaba, aparte de un plasma en una pared. Nos dijeron que esperásemos allí. Cogí el mando del televisor y lo encendí buscando un canal con noticias. Lo encontré. En los 20 minutos que duró nuestro viaje a la comisaría ya se habían movilizado decenas de periodistas en el lugar del crimen.
- Un espantoso asesinato rompe la tranquilidad de los vecinos de Esparreguera – decía la reportera. – fuentes informan que la víctima…
- ¿No estarás esperando que digan algo de tu blog? Mala persona…  – Dijo Nerea detrás de mí.
- ¡Por supuesto que no! – Por supuesto que sí. Era la única razón por la que había encendido el televisor.

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