Era un laboratorio inmenso.
Era como todos los laboratorios de las películas de ciencia ficción, pero
juntos en una única sala. En el centro había una cama y encima de ella una
especie de estalactita metálica llena de brazos mecánicos. Estaba todo
extrañamente ordenado: grandes estanterías rodeaban la sala, estaban llenas de
frascos y de libros. Había tres escritorios grandes llenos de papeles con dibujos
técnicos. Nosotros estábamos en una plataforma rodeada por una barandilla
excepto por el lado que daba a la puerta de salida, poco a poco iba
descendiendo, acercándose al suelo. Me apoyé en la barandilla y acerqué la
cabeza para apreciar con más detalle aquel lugar, pero un tubo larguísimo con
una cámara en el extremo se acercó a mí obligándome a echarme hacia atrás, era
una especie de serpiente con un solo ojo que me habló con voz femenina.
- Mantenga las manos dentro
de la plataforma, por favor.
- Ana, se buena con los
invitados… - Riñó el profesor. (Le llamo profesor porque en aquel momento ya se
había ganado mi confianza)
- Lo siento. Recuerde que
tiene que tomarse las pastillas, doctor. – Las últimas palabras las vocalizó el
hombre sin emitir sonido indicando lo cansado que estaba de escucharlas.
La plataforma aterrizó en el
suelo y el profesor salió de allí, se dirigió a una de las mesas, sacó un
pastillero y se tomó unas pastillas de diferentes tamaños y colores.
- Bien, empecemos. – Se giró
y me miró. – Encantado, soy el doctor Jueves. Como el día de la semana. – Nos
dimos la mano.
- Me llamo Benjamín, pero
todos me llaman Benja.
- Bien, bien. Te explico un
poco en qué consistirá tu trabajo y me dices si quieres aceptarlo o no. ¿De
acuerdo? - Asentí con la cabeza. No me malinterpretéis. No estaba desesperado
por el dinero ni me falta un tornillo. Mi vida por aquel entonces era muy
aburrida. Por la mañana estudiaba y por las tardes las pasaba navegando por
internet si hacer nada de provecho. Busqué trabajo para distraerme y aquella
situación insospechada me atraía mucho. – Soy un científico neuro-tecnólogo,
estudio y trabajo cómo puedo aplicar los avances tecnológicos al cerebro
humano. Lo que has experimentado antes, en la calle, cuando te he tocado y
curado el daño que te habías hecho es una pequeña muestra de lo que hago.
- ¿Podré hacerlo yo algún
día? – Interrumpí. Él esbozó una sonrisa maliciosa.
- Es el motivo por el que
estás aquí. Necesito experimentar con sujetos que tengan buena salud. El estado
(que es el que me financia gran parte de mis experimentos) no me
deja hacerlo de manera legal. Yo te pagaría en calidad de mozo de almacén,
pero, si estas interesado, tu verdadero servicio será el de aprovecharte de mis
avances tecnológicos.
Hubo un silencio de
reflexión. Él temía que no hubiera cogido las palabras adecuadas, yo no me
creía que me fueran a pagar por algo así.
- Seré su conejillo de
indias.- Le dije. Se rió.
- Si, algo así. Debo
informarte de los peligros que puede haber, no hay que olvidar que es tu
cerebro el que va a ser tratado.
- Si, por supuesto… Pero
acepto. – No tenía nada que perder. Bueno, sí. Pero en ese momento yo estaba
ciego por la ilusión de un niño por probar juguetes nuevos.
- ¿En serio?
- Que sí, que sí.
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