martes, 11 de junio de 2013

Conejillo de indias (2a parte)

Era un laboratorio inmenso. Era como todos los laboratorios de las películas de ciencia ficción, pero juntos en una única sala. En el centro había una cama y encima de ella una especie de estalactita metálica llena de brazos mecánicos. Estaba todo extrañamente ordenado: grandes estanterías rodeaban la sala, estaban llenas de frascos y de libros. Había tres escritorios grandes llenos de papeles con dibujos técnicos. Nosotros estábamos en una plataforma rodeada por una barandilla excepto por el lado que daba a la puerta de salida, poco a poco iba descendiendo, acercándose al suelo. Me apoyé en la barandilla y acerqué la cabeza para apreciar con más detalle aquel lugar, pero un tubo larguísimo con una cámara en el extremo se acercó a mí obligándome a echarme hacia atrás, era una especie de serpiente con un solo ojo que me habló con voz femenina.
- Mantenga las manos dentro de la plataforma, por favor.
- Ana, se buena con los invitados… - Riñó el profesor. (Le llamo profesor porque en aquel momento ya se había ganado mi confianza)
- Lo siento. Recuerde que tiene que tomarse las pastillas, doctor. – Las últimas palabras las vocalizó el hombre sin emitir sonido indicando lo cansado que estaba de escucharlas.
La plataforma aterrizó en el suelo y el profesor salió de allí, se dirigió a una de las mesas, sacó un pastillero y se tomó unas pastillas de diferentes tamaños y colores.
- Bien, empecemos. – Se giró y me miró. – Encantado, soy el doctor Jueves. Como el día de la semana. – Nos dimos la mano.
- Me llamo Benjamín, pero todos me llaman Benja.
- Bien, bien. Te explico un poco en qué consistirá tu trabajo y me dices si quieres aceptarlo o no. ¿De acuerdo? - Asentí con la cabeza. No me malinterpretéis. No estaba desesperado por el dinero ni me falta un tornillo. Mi vida por aquel entonces era muy aburrida. Por la mañana estudiaba y por las tardes las pasaba navegando por internet si hacer nada de provecho. Busqué trabajo para distraerme y aquella situación insospechada me atraía mucho. – Soy un científico neuro-tecnólogo, estudio y trabajo cómo puedo aplicar los avances tecnológicos al cerebro humano. Lo que has experimentado antes, en la calle, cuando te he tocado y curado el daño que te habías hecho es una pequeña muestra de lo que hago.
- ¿Podré hacerlo yo algún día? – Interrumpí. Él esbozó una sonrisa maliciosa.
- Es el motivo por el que estás aquí. Necesito experimentar con sujetos que tengan buena salud. El estado (que es el que me financia gran parte de mis experimentos) no me deja hacerlo de manera legal. Yo te pagaría en calidad de mozo de almacén, pero, si estas interesado, tu verdadero servicio será el de aprovecharte de mis avances tecnológicos.
Hubo un silencio de reflexión. Él temía que no hubiera cogido las palabras adecuadas, yo no me creía que me fueran a pagar por algo así.
- Seré su conejillo de indias.- Le dije. Se rió.
- Si, algo así. Debo informarte de los peligros que puede haber, no hay que olvidar que es tu cerebro el que va a ser tratado.
- Si, por supuesto… Pero acepto. – No tenía nada que perder. Bueno, sí. Pero en ese momento yo estaba ciego por la ilusión de un niño por probar juguetes nuevos.
- ¿En serio?

- Que sí, que sí.

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