viernes, 14 de junio de 2013

Conejillo de indias (4ª parte)

La mesita explotó en mil pedazos. Ambos nos asustamos pero tuvimos la misma reacción: nos pusimos a reír. Él por que pudo comprobar que lo que me había puesto en la cabeza funcionaba, yo tenía un cóctel de nervios y emoción que me produjo una risa descontrolada.
-¡Bien! – me dijo con unos ojos llenos de ilusión – ahora hay que aprender a controlarlo. Ven mañana y empezaremos a “entrenar”. Ten esto. – Me dio una libretita – Apunta aquí todas las sensaciones, experiencias o avances que hagas.
Me levanté poco a poco y recogí mis cosas. Él me acompañó a la salida, se aseguró que no estaba muy desorientado para volver a casa y volvió a meterse en la alcantarilla. Estaba muy oscuro. No tenía ni idea de la hora que era. Recordé que me dijo que me iba a poner el otro chip para curar con la luz azul y estuve tentado a hacerme un rasguño en la mano e intentar curármelo pero me retuvo la posibilidad de que estallara igual que la mesita. Lo que no quería dejar de intentar era la capacidad de volar que me había prometido el profesor. Me agaché y me apoyé sobre una rodilla, puse una mano en el suelo y me concentré. Casi por sorpresa salí disparado hacia el oscuro cielo gritando (debo admitir que mi grito fue poco masculino). Por un instante quedé suspendido en el cielo, vi todo mi pueblo con las farolas marcando las calles, fue precioso. Luego descendí a toda velocidad. Volví a gritar. El suelo se acercaba cada vez más y mi destino era casi inevitable. Recordé la típica escena de “Misión imposible” en la que el protagonista se queda suspendido a un palmo del suelo sin tocarlo y cerré los ojos intentando proyectarla en mi mente. Noté que ya no estaba cayendo. Abrí los ojos y vi que aún me quedaban unos diez metros antes de tocar el suelo. Volví a cerrar los ojos y a imaginarme a mí mismo descendiendo poco a poco hasta tocar el suelo. Supongo que lo que imaginé pasó de verdad porque al momento mis pies tocaban el suelo. Abrí los ojos y vi que seguía en la misma calle de la que había salido. Volví a intentar lo de volar, pero esta vez con los ojos abiertos. Me puse en la posición para saltar y di un salto de 50 metros. Aterricé suavemente encima de un edificio de los que delimitaban la calle de la alcantarilla del doctor. Fui haciendo saltos impulsado por aquella nueva habilidad. Llegué a casa en un santiamén.
Abrí la puerta de casa intentando no hacer ruido puesto que no sabía qué hora era. En el comedor de mi casa estaba mi hermano jugando a la consola.
-Llegas tarde – me dijo sin apartar la vista de la televisión.
- Lo dices como si me importara.
Me fui a la habitación con la intención de apuntar en la libreta todo lo que había pasado pero cuando me estiré en la cama me quedé dormido.

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