Desperté con un fuerte dolor
por todo el cuerpo, casi no podía ni moverme. A mi lado estaba el profesor.
Miré a mi alrededor y me di cuenta que estábamos en el laboratorio. A mis lados
estaban Sara y Alex, también en camillas.
-¡Hombre! – el doctor me
abrazó - ¡Es una alegría verte despierto! ¿Cómo estás?
Fui a hablar y me di cuenta
que casi no tenía voz.
-Estoy fatal – me reí con
debilidad – Me duele todo ¿Cómo están ellos?
-Bien, bien… Bueno no. Están
muy cansados, tardarán en despertarse. ¿Recuerdas que siempre que haces un gran
esfuerzo con la fuerza luego estás muy cansado? Pues imagínate después de parar
un cometa como hicisteis ayer.
Pensé: ¿Ayer? ¿Estuve
durmiendo todo un día? Pero le pregunté otra cosa al profesor.
-Pero a mí me atropelló
aquel pedrusco, debería estar muerto,
chafado, hecho puré…
-Sí, sí. ¿Recuerdas que me
pediste una cosa antes de hacerte la operación? Me dijiste que querías que te
injertara un chip para la aceleración arrítmica – lo miré confundido -, lo de
curar con la luz azul.
-¡Ah! Sí, me acuerdo.
-Pues con el impacto del
cometa se desprendió del lugar donde lo puse y ahora está en tu hipotálamo.
-¿Hipopotamoqué?
-Hipotálamo, la parte del
cerebro que manda órdenes al cuerpo que no controlas, como respirar, pestañear,
la temperatura corporal y esas cosas. Cuando llegaste aquí y te puse en la
camilla estabas totalmente machacado no creí que sobrevivirías pero empezaste a
brillar y te restauraste como método de supervivencia. ¡Es brillante! No sé
cómo no pensé antes en localizar ese chip en el hipotálamo.
Yo me recosté en la camilla.
Estaba vivo, no me importaba nada más. Bueno, había algo que sí me importaba
más, estaba a mi lado. Alargué el brazo y le cogí la mano a mi hermano pequeño,
esperando que se despertara.
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