Me hizo unas pruebas de
resistencia física, me sacó un poco de sangre y me escaneó con un montón de
máquinas que no había visto nunca. Luego me sentó en un pupitre delante una
pizarra y me explicó lo que iba a hacer.
-Mira, seguro que habrás
oído que solo utilizamos un 10% de nuestro cerebro y que hay muchas zonas
oscuras que no entendemos para qué sirven.
-Sí, es algo que he
escuchado muchas veces.
-Eso es una tontería.
Utilizamos todo nuestro cerebro. Sino, hubiéramos desechado la parte sobrante
hace muchas generaciones. Lo que sí se puede hacer es insertar partes de
cerebro artificial y controlar las funciones de esos “injertos” mentalmente.
Yo asentía a todo lo que
decía, pero me costaba entender la mitad. Siempre he sido más de letras. Él
continuó:
-¿Ves esta cosita que parece
un grano de arroz negro? – Me acercó una cajita hermética transparente con un
puntito negro en su interior – esto es un chip que voy a ponerte
estratégicamente en el cerebro y que va a darte la habilidad de controlar la
atracción corporal que tienes hacia cualquier objeto.
- ¿Eso quiere decir que
podré mover cosas con la mente? – mis ojos estaban como platos.
- Exacto. Incluso, si llegas
a controlarlo mucho podrás elevarte del suelo.
No notaba la punta de los
dedos de los pies a causa de la emoción. Aquello se ponía interesante. Me
invitó a estirarme en la camilla.
-Por cierto – le dije –
Aquello que me ha hecho antes, lo de curarme con aquella luz. ¿Podría ponérmelo
también?
- ¡Ah! Aquello es un chip
que produce una pequeña arritmia controlada y focalizada para que los tejidos
rotos se vuelvan a regenerar rápidamente. Sí, creo que puedo ponértelo, no lo
tenía planeado, pero no será un problema.
Me ató a la camilla por las
extremidades y por el pecho y la inclinó para dejarme casi en vertical. Me puso
una estructura metálica en la cabeza para que no la moviera y me dijo “Dulces
sueños” mientras me inyectaba algo por el brazo. Me quedé dormido.
Desperté horas más tarde.
-¿Qué tal estás, campeón?
Intenté incorporarme pero me
mareé y vomité en el suelo. Unos robots del tamaño de zapatos limpiaron
rápidamente el suelo.
-He estado mejor – le dije
mientras intentaba sonreír.
Me toqué la cabeza, volví a
notar la sensación de dolor ausente. Pude tocar con mis dedos la cicatriz que
tenía en la coronilla, pero no sentí el dolor punzante que esperaba después de
una operación como aquella. El doctor me dio un zumo para beber, reconozco que
me sentó genial.
-Bien – dijo el doctor
Jueves – aquí delante tienes una mesa con un lápiz, intenta moverlo. Ana,
grábalo todo.
Aún estaba mareado pero mis
ganas de comprobar aquella nueva habilidad me superaban. Localicé la mesa de
madera con el lápiz encima de ella. Estiré el brazo, me concentré y…
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