viernes, 21 de junio de 2013

Mi segunda parte de la herencia (2a parte)

Un chasquido muy fuerte suena detrás de mí y le sigue una voz de hombre pero muy afeminada. Me giro y veo a un chico delgado vestido de nylon blanco brillante.
-¡Buenas! Uy, tu eres el nuevo ¿no? ¿Ya estás pidiendo ayuda? Vaya… que nenaza eres  – Mi cara de asombro no pasa desapercibida. –Sorry, pero es así.  A ver, dime qué te pasa.
Me quedo en blanco. ¿De qué va este tío? Me fijo que tiene un brazalete con una pantalla llena de botones. Mientras me hablaba iba toqueteando el brazalete pero ahora está esperando a que le diga algo y tiene la mano derecha encima de aquel aparato, supongo que para escribir lo que le diga. Miro a la nueva chica enviada. Ella me sonríe con mirada pícara y asiente poco a poco. Me vuelvo a girar a aquél chico de blanco y la pelirroja dice:
-¡Ahora!
Los dos, la chica enviada y yo, nos abalanzamos al nuevo visitante, que parece un copo de nieve y lo inmovilizamos en el suelo. Le cojo el brazo y le miro el brazalete. Hay un botón grande y rojo brillante. Si algo he aprendido de las películas y series que he visto es que siempre hay que apretar el botón grande y rojo, aunque ponga “Don’t push”. Sobre todo si pone “Don’t push”.
Le apretó el botón y una luz nos envuelve y no desaparece hasta que todo al nuestro alrededor ha cambiado. Estamos en un hall de hotel lleno de personas vestidas de copito de nieve. La gente nos mira extrañados y con sorpresa.
-¿Dónde está? – Le digo a nuestro nuevo amigo mientras le cojo por el cuello del traje.
-Te lo diré, te lo diré. Pero no me pegues, que sangro mucho. – Levanta el brazo y señala hacia una puerta. – Por allí.
- Bien – Me levanto y lo levanto a él también. – Tú te vienes con nosotros. – Miro a la chica. – Vamos.
- Sí – Me dice animada y con una sonrisa.
Vamos con paso ligero hasta la puerta indicada tropezando con todo el mundo. Abro la puerta y llegamos a una habitación grandiosa dividida en dos partes, una es una recepción con colas de gente esperando y la otra es una sala de espera llena de personas jugando a cartas, leyendo revistas. Todas llevan un número colgando en cuello.
-Por aquí – Me dice el chico de blanco. – Ha llegado hace poco así que debe estar con los últimos. – Andamos entre las personas que estaban en la sala de espera hasta llegar a una mesa – Aquí está.

Lo que me enseñó no era exactamente lo que esperaba.

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