El convento de “Nuestra señora del cerro” vivían una
treintena de monjas cumpliendo sus votos sin ningún percance. Su rutina las
mantenía vivas y ocupadas. No podían ser más felices. Aun así había algo que
perturbaba a la abadesa Teresa (o como comúnmente se conoce, la madre
superiora): iban acerrar el convento. La principal fuente de dinero que
mantenía el lugar abierto provenía de una mensualidad que la Orden de
Administradores de Encuentros Católicos les entregaba cada mes.
-…Pero “Nuestra Señora del cerro” es un convento poco
significativo que debemos cerrar, es un gasto innecesario, hace años que no se
organizan reuniones allí. – Le comunicaba fray Marcos – sabe que los tiempos de
crisis que estamos pasando son muy duros…
-No me venga con excusas, nunca ha faltado dinero. ¿Por qué
nos cierra? – La superiora Teresa era inteligente, muchos habían intentado
tomarle el pelo antes sin conseguirlo, es más salían mal parados – Dígame la
verdad, nuestro Señor sabe que si miente lo sabré.
Fray Marcos suspiró con fuerza, era lo equivalente a un
becario en prácticas, deseoso de entrar en la orden de los Clérigos regulares
pero de momento sólo le daban trabajos desagradables como el que estaba
ejecutando y si preguntaba por su importancia siempre le decían: “Ninguna obra
es pequeña bajo los ojos de Dios”. Fray quería saber si iba a ser Dios el que
le daría un aumento. Le faltaba la chispa de astucia necesaria para saber cómo
manipular a la gente así que, cuando la abadesa le pidió la verdad se la dijo
sin pensarlo dos veces.
-El ayuntamiento Falguera, donde estáis, ha ofrecido una
oferta suculenta a mis superiores para echar abajo el monasterio sin hacer
preguntas. El rumor dice que estás geológicamente bien localizadas en el pueblo
y que ocupáis un lugar que se podría aprovechar mejor. No lo han pensado mucho:
no guardáis reliquias ni tenéis un valor histórico, así que…
-¿Cuánto?
-¿Perdone?
-¿Cuánto le ofrece? Lo doblo.
Fray Marcos hizo un ruido seco que se interpretó como una
risa con desgana.
-¿Cómo? ¿Vais a hacer un mercado especial de bollería?
¿Tenéis ahorrado suficiente de las ventas de manualidades como para parar un
ataque como ese?
Hubo un silencio. La Abadesa Teresa apretaba la mandíbula,
lo hacía siempre que analizaba algo con fuerza para buscarle solución. Se
apretó los ojos con el índice y el pulgar. No sabía qué hacer, estaba atrapada.
-Déjenme unos días para reflexionarlo. Por lo menos déjenme
hablarlo con mis hermanas. Dígales a sus superiores que encontraremos una forma
de arreglarlo.
Se despidió y colgó el teléfono. Era tarde y se sentía
cansada. Quería dormir antes de seguir pensando en ello, probablemente por la
mañana lo vería desde otra perspectiva. Se fue a la cocina a buscar un vaso de
agua, de camino encontró a Sor Cándida, era una señora muy mayor, casi senil y
arrugada como una pasa en el desierto. Era de aspecto cuco, su pequeña altura
le daba un aire inofensivo y en su cara tenía dos ojos azules cristalinos que,
cuando hablabas con ella y te miraba, sabías que no te entendía. Se pasaba el
día viendo la tele si no estaba en la cocina haciendo los mejores dulces de
yema de cualquier convento. A esas horas sólo hacía zapping hasta que se
quedaba dormida y la madre superiora iba a buscarla.
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