sábado, 5 de octubre de 2013

Olor a libro viejo

Aquí van las fotos de la feria del PaperAntic en Barcelona. Luego hemos ido al Maremagnum a una exposición/mercadito de Cupcakes (aunque no ponga ninguna foto). 









Los que queráis ver las fotos de la muestra de cupcakes del Maremagnum podéis echarle un ojo al blog: http://virutaschocolate.blogspot.com.es

¡A leer que son dos días!

viernes, 4 de octubre de 2013

Ilustración de Margom

Mirad que pedazo ilustración me ha hecho Álex Márquez (Margom), la gané con un concurso que hizo en la página oficial de ilustraciones:https://www.facebook.com/margomdrawer?fref=ts ¡Además hoy ES SU CUMPLEAÑOS! ¿Qué mejor regalo que darle "like" a su página para estar al día de todo su trabajo? (Alomejor dice: 'pues prefiero un coche para mi cumple', pero tu dale a "like" que seguro que le hace más ilusión)

Dos cosas más, siento el retraso de la continuación del relato anterior pero pronto lo tendréis por aquí y recordad que mañana voy a la feria del coleccionismo en las Cotxeres de Sants (Barcelona).

PD:  Aviso, por muy asombroso que sea el parecido, yo no soy el de la ilustración, es Heracles. Se la pedí para uno de mis relatos

miércoles, 2 de octubre de 2013

Mi paciente dijo "miau" (1)

Isaac abrió su portátil decidido a escribir sus memorias. Tenía noventa y siete años y, según sus planes, le quedaba, por lo menos, una veintena más. Las manos le temblaban a causa de la vejez y los ojos cristalinos casi no le dejaban ver pero él sabía que la juventud se llevaba por dentro.  Era la mañana de un jueves cualquiera del el año 2110. El anciano psicólogo quería dejar por escrito los recuerdos de los trabajos que lo hicieron famoso, antes de que la vejez le arrebatara la memoria.
Se sentó en frente de la pantalla y empezó a dictar en voz alta todo lo que el ordenador quería que dejara por escrito. “Como toda buena historia, la mía empieza con una llamada…”

Como toda buena historia, la de Isaac empezó con una llamada. No solía recibir muchas en su despacho, por lo que supo en seguida que iba a ser importante. Movió la cabeza y su cuello crujió, era una mala costumbre que solía hacer cuando estaba nervioso. Alargó el brazo y descolgó.
-¿Dígame?
-¿Isaac? ¿Eres tú? – Una voz femenina sonaba por el auricular. Contenía un vago recuerdo que Isaac no lograba adivinar.
-Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?
-Soy Agatha, ¿Te acuerdas de mí? Estudiamos juntos el primer año de psicología.
-¡Agatha! Qué sorpresa – Hacía más de siete años que no hablaban y, aunque Isaac recordaba hablar con ella, no conseguía dibujar su rostro en su memoria -. ¿Cómo estás? Recuerdo que lo último que supe de ti es que dejaste Psicología para hacer Biología, ¿me equivoco?
-¡Que buena memoria tienes! Tienes razón, de hecho la acabé. Y por eso te llamo. Estamos buscando a algún buen psicólogo de confianza para un trabajo en mi laboratorio.
-De acuerdo, tengo algunos contactos que…
-No. Te estoy ofreciendo el trabajo a ti.
-¿A mí? Si apenas tengo un año de experiencia.
-Eres perfecto. No queremos a alguien que esté oxidado ni a algún especialista en cualquier campo. Buscamos a alguien que tenga sus estudios frescos en la mente.
Isaac frunció el ceño. No había sido un alumno ejemplar de su promoción, se sacó la carrera por ser el negocio familiar. De hecho esperaba ahorrar lo suficiente en la oficina de su padre para irse a vivir lejos y estudiar otra cosa. Aun así quiso dar una oportunidad a aquella ocasión. Aunque su trabajo no era su vocación, la idea de dejar las redes laborales familiares le atraía. Aceptó el trabajo y Agatha le dio una lista de todo lo que debía traer. No iba a hacer ni siquiera una entrevista previa, entraría de cabeza a ser parte de la sociedad de E.S. Zoos.
A la mañana siguiente estaba preparado según las instrucciones que le habían dado por teléfono. Esperó delante de su casa con la maleta preparada como si fuera a hacer un largo viaje. Un coche con el logo de E.S Zoos llegó a la hora indicada e Isaac se subió a él después de abrazar a su madre y estrechar la mano de su padre como única despedida. Dentro del vehículo lo esperaba Agatha.
En ese instante la imagen de su rostro volvió a su mente aunque algunos rasgos de madurez lo hacían diferente. Era una chica guapa que emitía profesionalidad por cada uno de los poros de la piel. Lo recibió con una sonrisa dibujada solo con los labios, bastante artificial o por compromiso. “Es una pésima actriz” pensó Isaac.
-¿Vas a explicarme ya en qué consistirá mi trabajo? – Isaac temió que la manera en la que había planteado la pregunta fuera demasiado inquisitiva -. Me tienes intrigado – Quiso aflojar su tono con un risa tímida.
-Tu trabajo será la de un psicólogo como cualquier otro. No te preocupes, no te vamos a hacer probar drogas ni medicamentos experimentales, si es lo que habías pensado.
-No, ni mucho menos. Pero me intriga saber quién o quienes serán mis pacientes. ¿Son trabajadores estresados? ¿Algún compañero tuyo que haya ingerido algún medicamento experimental sin querer?
-Nada de eso. De momento no puedo decirte nada. No es una cuestión de secretismo, simplemente quiero que descubras tu nueva labor de golpe. Si te la contase ahora posiblemente no me creerías.
Isaac asintió y pasó el resto del viaje sin decir nada más. No tardaron mucho más en llegar a su destino y eso decepcionó a un psicólogo que quería ampliar sus horizontes o, mejor dicho, traspasarlos. Entraron por unas puertas de cristal a un edificio gigantesco y de aspecto moderno. Isaac seguía a Agatha un paso por detrás de ella y ambos entraron en un ascensor. Cuando las puertas estuvieron cerradas, Agatha sacó una pequeña llave y la metió por una ranura situada junto al botón del piso inferior, marcado como “-1”. Al llegar a ese piso anduvieron por un pasillo estrecho que daba a una única puerta con un megáfono instalado a la derecha. Agatha presionó el botón del megáfono.
-Ya estamos aquí.
Nos adentramos en una inmensa sala repleta de mesas de laboratorio, ordenadores y pizarras. Unas quince personas, todas con batas blancas, trabajaban allí. También había un mono. Agatha miró a Isaac y le hizo una señal para que lo acompañara. Isaac no podía apartar la mirada del simio, sentado encima de una de las mesas. Tal era su distracción que casi tropieza con Agatha, que se había detenido delante de otra puerta. Ella sacó una tarjeta del bolsillo y la pasó por un lector luminoso que dio un pitido y abrió la puerta.
-Isaac, te presento a tu nuevo paciente, Enrique.
Delante de mí, sentado en una mesa blanca y mirándome con unos ojos enormes y verdosos había un gato. No un gato cualquiera, tenía mi altura y sonreía. También vestía una bata blanca pero, a diferencia de los individuos de la otra sala, era la única prenda que le cubría el cuerpo. Se levantó y me acercó la mano. La garra.
-Encantado de conocerle, doctor.