No tardó en encontrar al hombre que buscaba a
pesar de que en la foto lucía un peinado arreglado y un afeitado impecable y
cuando David lo localizó tenía una melena descuidada y una barba de tres días.
Realmente no quería hablar con él. Lo siguió, intentando pasar desapercibido.
En cierto momento Héctor salió del campamento y se dirigió por la calle
paralela al ayuntamiento, allí entró en un garaje que aparentaba estar cerrado
con llave. David lo siguió y entró por el mismo lugar. El garaje solo tenía una
puerta que daba a un pasillo subterráneo débilmente iluminado por luces de
emergencia, David calculó que estaban pasando por debajo del mismo
ayuntamiento. El pasillo finalizaba con otra puerta y David no imaginaba lo que
iba a encontrar.
Delante de sus ojos había un almacén inmenso
lleno de cajas de dispositivos ANA dispuestos de manera ordenada en altísimas
estanterías. David avanzó un tramo de un pasillo que formaban las estanterías
maravillado por su visión hasta que localizó una habitación en una esquina del
almacén. Cogió su pistola y, apuntando hacia el suelo, se acercó sigilosamente
a la puerta. Estaba abierta y la empujó con el hombro para abrirla poco a poco
mientras analizaba cada detalle de la habitación que hacía las veces de taller
informático. En todas las paredes habían arrinconadas mesas con ordenadores, en
las pantallas se podía ver programas abiertos de edición de audio, ventanas con
la web de los suicidistas y foros de opinión. Delante de uno de los ordenadores
estaba sentado Héctor Jueves de espaldas a la puerta. David levantó la pistola
y le apuntó en la nuca.
-¡Policía! – Gritó David, Héctor se quedó
inmóvil – No haga ningún movimiento raro, le estoy apuntando con un arma.
El hombre levantó las manos y giró su silla
de oficina lentamente. Cuando vio a David sonrió. Se levantó y bajó los brazos.
-Vaya, por un momento pensaba que iba en
serio. – Dijo. David no lo entendía. Disparó al techo.
-¿Te crees que esto es de broma? Vuele a
levantar las manos y ponte de rodillas. Estas arrestado.
Héctor rió con una carcajada estridente.
Cuando acabó, suspiró y se frotó los ojos con la mano.
-Mira, pareces un tío listo. – Dijo Héctor.
David hizo un gruñido parecido a una risa ahogada. – De verdad te lo digo. No
sé si eres policía porque no me has enseñado la placa. Pero puedo ver que, en
caso de que lo fueras, me has encontrado solo. Y no te alabo por seguir a un
hippy a un subterráneo si no porque estoy seguro que sabias a qué hippy tenías
que seguir. ¿Cómo me has encontrado? Si puede saberse…
David vaciló.
-Dejaste una huella en aquella mano… la
verdad es que no fue fácil. – David también sonrió, la confianza que aquel
hombre desprendía lo hacía con una esencia de inteligencia que David, más allá
de respetar, veneraba. No era la primera vez que la encontraba.
-¿Una huella? Vaya, tendré que revisar su
efecto una vez más…
Se acercó a un teclado de los ordenadores,
pero antes de apretar nada David hizo un movimiento brusco que Héctor percibió
como un aviso de no hacer ninguna tontería. Héctor volvió a sonreír pero esta
vez con lástima en sus ojos.
-Vaya, no entiendes nada de esto, ¿verdad? –
Hizo una pausa y se puso las manos en la espalda – ¿Sabes dónde estamos? – Al
no recibir respuesta por David siguió hablando – Esto es el núcleo de la
salvación del mundo.
-¿Salvación? ¿Darle herramientas a la gente
para un suicidio aceptado por sus iguales es salvarlo?
-¿Es así cómo lo ves? El árbol no te deja ver
el bosque. ¿Sabes cuál es el principal problema de este mundo? Que hay
demasiadas personas. Y no me malentiendas, no soy un loco que desea exterminar
a la humanidad de la faz de la tierra. Sólo quiero eliminar su excedente. Las
personas que no creen que merecen vivir en este mundo no hace falta que sigan
aquí. Yo sólo les doy apoyo moral.
-¡Eso no es apoyo moral! Es una mentira
envuelta en papel de regalo.
Héctor rió. David siguió apuntándole.
-Buena analogía. Sí, es algo así. Pero…
-¡Nada de “peros”! Ahora mismo te llevo a
comisaría, vas a tener que explicar todo lo que has hecho a mucha gente.
-Sigues sin entenderlo. ¿Crees que estoy solo
en esto? ¿No ves que yo solo no podría subvencionar todo esto? No has pensado
que, quizás estoy respaldado por… ¡oh!
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