martes, 25 de febrero de 2014

Recomendación: "Yo, robot" y "El hombre bicentenario" de Isaac Asimov

Es un honor para mí hablar de estos dos pedazos de libros, dos clásicos de la ciencia ficción de la mano de uno de los grandes. Para empezar, los más avispados habrán visto que estos dos títulos fueron los que se adaptaron a la gran pantalla hace años, siempre se dice lo típico de "el libro es mejor que la película" y en este caso no solo se cumple ese tópico sino que lo reproduce a unos niveles inimaginables. Me explicaré.
Ambos libros son recopilaciones de relatos, no es una única historia (aunque en el de "Yo, robot" hay una linea narrativa que las une). Además, Asimov plantea una realidad en la que los robots positrónicos* se utilizan en la industria y no como máquinas de compañía, para evitar precisamente lo que él llamaba "El efecto Frankenstein", es decir, lo que ocurre en la película.
Pero basta de hablar de las películas.
El primero de los libros que os presento, "Yo, robot", son històrias cortas unidas por Susan calvin, una doctora en robopsicología que explica sus experiencias y porqué los robots se utilizan de manera industrial. Realmente los relatos son puzzles en los que los robots sobrepasan el margen de lo lógico y la doctora Calvin debe averiguar porqué actúan de esa determinada manera, utilizando como pistas las tres leyes de la robótica*.
El segundo libro que recomiendo, "El hombre bicentenario", son una recopilación de relatos que ocurren en el mismo universo que el primer libro, algunos con los robots como protagonistas y otros no. De hecho recomiendo leer este después que el anterior, ya que se complementan mejor si se sigue ese orden.

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¿Ya has leído estos libros? ¿Te gusta la ciencia ficción como género literario? No dudes en dejar tu comentario. ¡A leer que son dos días!

*¿Quieres saber lo que es un cerebro positrónico o las tres leyes de la robótica? Léete el libro.

viernes, 21 de febrero de 2014

Recomendación: "En un lugar llamado guerra" - Jordi Serra i Fabra

El libro que recomiendo hoy es muy especial. Todos hemos tenido lecturas obligatorias en la ESO o en Bachiller, algunas nos han gustado más y otras menos. Este libro cayó en mis manos de esa forma, sin querer, y ha sido de los que más me ha gustado. A parte de la primera necesaria para aprobar el examen de comprensión lectora lo he leído un par de veces más de lo mucho que me gustó.
La historia relata la primera experiencia de un periodista novato cubriendo la noticia de una guerra en Tudzbestan (lugar ficticio). Allí se encuentra con los problemas propios de su profesión, pero cuenta con la ayuda de un periodista veterano y un niño del cual se hace amigo.
Una novela entrañable que engancha muy fácilmente, de esas que te deja un sabor agridulce al acabarlas.
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 ¿Te ha gustado la recomendación? ¿Tú tambien has leído esta novela? ¿Qué libro te leíste en la escuela que te cambió la vida? No dudes en dejar tu comentario y... ¡A leer que son dos días!

miércoles, 19 de febrero de 2014

El último suicidista (11a parte)


Cinco meses más tarde Gabriel entró al centro penitenciario donde David cumplía condena por desorden público y desobediencia al protocolo policial al cual había jurado fidelidad. Tenía un aspecto tranquilo y despreocupado.
-Buenos días compañero. – David lo recibió con una sonrisa.
-Buenos días. ¿Cómo va todo? ¿Cómo va la investigación?
-Bien, estamos trabajando mucho. En teoría no puedo contarte nada. – David hizo una mueca de desaprobación – Pero me da igual, te lo contaré de todas formas. El tío que mató tu hijo era la punta del iceberg. Descubrimos sus contactos en el almacén que nos dijiste, pudimos detener toda la locura que había detrás: una organización religioso-naturalista, tan grande como el país, esperando beneficiarse de los dispositivos ANA y esperando el momento correcto para detonarlos todos. Decían que las personas capaces de instalarse el dispositivo eran débiles de mente, un excedente prescindible, un error de la evolución…
-¿Y Ana? ¿De dónde salió esa chica?
- Ana era la única genuina en todo el proceso. Se mató de verdad. Esta organización simplemente aprovechó la situación para crear toda la movida. Los vídeos de internet eran cosa de Héctor Jueves, simple modificación de voz. Antes de que lo preguntes, la mano también. Un invento de Héctor que hizo utilizando efectos ópticos, humo, espejos y luces. La organización lo contrató estando él en la cárcel.
-Vaya. ¿Y ahora que hacéis? Me has dicho que seguís trabajando…
-Buscamos a más sospechosos, casi todo peces gordos, e intentamos relacionarlos con Héctor Jueves. También buscamos fieles que quieren seguir con la filosofía suicidista a través de internet o con concentraciones ilegales… hay mucho trabajo.
-Bueno, aun así parece que lo estáis haciendo bien.
-Tú, viendo la que se avecinaba te las apañaste para tener una excusa y no currar tanto, ¿no?
Se rieron los dos. Luego hubo un silencio. Gabriel sabía lo próximo que iba a preguntar David.
-¿Cómo está…?
-¿Tu mujer? Bien. Bueno, no. He hablado un par de veces con ella, te culpa de lo que le pasó a Alejandro. Está con los papeles del divorcio.
-Eso explica que no venga a visitarme nunca…
-Hey, no pasa nada. En comisaría eres todo un héroe. ¿Sabes cuál es tu apodo? David, “el asesino de la muerte”. En internet está volando el vídeo de tu discurso final. Te llaman “El último suicidista”. Eres una leyenda. Yo estoy muy orgulloso de poder decir que soy tu amigo.
David no dijo nada. ¿Era un héroe? ¿De qué le servía? “Papá salva al mundo” Sonaba en su mente cada vez que necesitaba fuerzas. Pero, ¿había hecho eso por él mismo? ¿Por su hijo? Cada vez pensaba más en el vídeo del suicidio de Ana. Lo había hecho por inercia, ya no le quedaba nada que lo atara a este mundo. Había un pensamiento que restringía, pero el cual no podía atar del todo: ¿Hubiera preferido morir en la explosión, aplastado por el edificio? Le ponía el pelo de punta pensar en ello. Pero probablemente era así, él era el último suicidista. 

miércoles, 12 de febrero de 2014

"El último suicidista" (10a parte)

Estuvo toda la noche llevando cajas del almacén al centro religioso a través del pasillo e instalando todos los dispositivos en los pilares centrales de aquel lugar. A las 4 y media de la madrugada ya había acabado. Volvió al despacho, el lugar donde su hijo y el científico loco habían muerto. Vio que dentro del bolsillo de la chaqueta que había puesto encima del cadáver de su hijo brillaba su móvil. Un escalofrío recorrió su cuerpo. No había pensado en su mujer hasta ese momento. ¿Cómo iba a decirle que Alejandro había muerto? Cuando vio que algunas llamadas también eran de Gabriel otro malestar le hizo recordar que había faltado al trabajo hoy, el día que la investigación sobre los suicidistas iba a abrirse. Las piernas le flojearon y se sentó en el suelo. Se pasó la mano por la frente y vio que la tenía sucia de todo el trabajo que había hecho. Estaba agotado mentalmente y físicamente. Necesitaba descansar pero tenía miedo de quedarse dormido. Quería pensar, sabía que la locura que iba a realizar lo condenaría de por vida. Era un suicidio. Descubrió que si no fuera porque su hijo estaba muerto no se arriesgaría a hacer lo que iba a hacer. Recordó la última frase de su hijo. “Papá, te odio”. Recordó también lo que le dijo el chico suicidista en el bar. “Una frase que dijera lo contrario a lo que te ata al mundo”. Para Alejandro lo único que no lo impulsaba a suicidarse era el amor que tenía hacia su padre. Lloró amargamente. En ese momento comprendió que ser suicidista era una condena. La última frase que dicen es lo que los mata. Es lo que iban a llevarse al más allá. Se sentía culpable por la muerte de su hijo. Era irónico, debía sentirse orgulloso por ser lo único que mantenía a su hijo con vida pero sentía lo contrario. Entonces otra frase le pasó por la cabeza. “Papá, salva al mundo”. Eso le dio fuerzas. Miró el reloj, eran las nueve de la mañana, se había quedado dormido sin remediarlo. Se levantó decidido, cogió el teléfono y llamó a Gabriel.
-¡Tío, nos has tenido a todos en vilo toda la noche!
-Ya, lo sé. Lo siento.
-Tu hijo también ha desaparecido, ¿estás con él? – David miró a Alejandro.
-Gabriel, Alejandro ha muerto. Envía refuerzos y ambulancias al campamento de los suicidistas. Tengo que hacer una cosa.
-¿Cómo? ¿Qué quiere decir que Alejandro…?
David colgó sin decir adiós. Sabía que Gabriel había oído lo que había pedido. Cogió el megáfono de Héctor y salió de allí. Fue por el pasillo que conducía hasta el centro religioso y abrió los portones principales desde dentro, delante de todos los suicidistas acampados. El sol de la mañana le cegó un instante. Cuando pudo ver observó que los campistas lo miraban. No esperaban que nadie saliera de allí, en teoría estaba cerrado al público. David escuchó las sirenas de la policía y las ambulancias que se acercaban, se puso el megáfono delante de la boca y empezó a hablar.
-Fieles suicidistas. Sois únicos. Tenéis una peculiar forma de ver el mundo que os hace especiales. – Muchos empezaron a acercarse a escucharle. – Este edificio no es vuestro, de la misma manera que vosotros no sois de este mundo. Este edificio es de Ana. Realmente todo gira en torno a ella, todo es gracias a ella – La gente que lo escuchaba daban signos de estar de acuerdo, apoyaban cada una de las ideas que pronunciaba. – Este edificio representa ahora y representará siempre vuestra voluntad de seguir enlazados a este mundo, de pasar por encima de cualquier problema gracias al suicidismo que os alienta. –Hizo una pausa y vio que los agentes de policía, sus compañeros, se colocaban alrededor de todo el campamento, volivó a dirigirse a los suicidistas campistas.- Sois patéticos. Tenéis tan poca autoestima que os agarráis a un clavo ardiendo para sentiros seguros. ¿No lo veis? Lo tenéis a vuestro lado: todo lo que habéis organizado, las alianzas y amistades que habéis creado no necesitan de alguien que os diga qué hacer, porque a la larga dependeréis de ello. Y algún día desaparecerá ¿qué haréis entonces? ¿Qué vais a hacer ahora? – David se dio la vuelta y mirando hacia el edificio dijo: -Yo os digo… ¡Ana no existe!

Los dispositivos reconocieron la frase de activación y detonaron a la vez. La explosión fue más fuerte de lo que David esperaba y lo impulsó hacia atrás. Aun así funcionó su proyecto nocturno: el edificio se derrumbó. La polvareda que desprendió la runa al caer hizo que no se pudiera ver durante un buen rato. Los suicidistas, al ver que su objetivo había sido destruido empezaron a gritar  desconsolados. Uno de ellos se abalanzó hacia David y le cogió del cuello. Los dos cayeron al suelo. Gabriel salió al rescate: arrancó a David de las manos de su atacante y disparó dos veces al cielo. Todos los suicidistas se agacharon ante el impactante sonido. La policía empezó a actuar. David estaba en el suelo de rodillas, lloraba con una sonrisa en la cara. Todo había acabado.

miércoles, 5 de febrero de 2014

El último suicidista (9a parte)

Héctor paró de hablar en seco, su mirada se dirigió por encima del hombro de David hasta la puerta. David se giró poco a poco y vio lo mismo que él. Alejandro estaba viéndolos desde la puerta. Había seguido a su padre hasta allí.
-Entonces… - dijo – ¿Es usted quien está detrás de todo esto?
Héctor puso cara de reconocimiento, de humildad, como si le hubieran alabado una hazaña. Alejandro avanzó poco a poco hacia Héctor. Cuando pasó por al lado de su padre David le susurró “Vete de aquí” pero lo ignoró.
-Eres tú el que me ha dado respuestas a muchas preguntas. Te debo mi nueva percepción de la vida. Te debo muchas cosas.
Alejandro se acercó lo suficientemente a Héctor como para poder abrazarle. David no podía creer lo que veía. La persona que más amaba del mundo estaba abrazando de forma casi paternal al hambre más detestable del mundo. Todo cambió en un segundo. El abrazo se hizo más fuerte e inmovilizó a Héctor, Alejandro lo atrapó y se giró para ver la cara de su padre, Héctor estaba ahora de espaldas a David.
-Papá, salva al mundo. – Dijo Alejandro con lágrimas en los ojos. – Papá, te odio.
El dispositivo ANA que llevaba Alejandro dio un silbido agudo y Héctor se dio cuenta que la sien derecha de Alejandro estaba pegada a la suya y gritó. El dispositivo explotó sin que nadie pudiera hacer nada.
Los dos cuerpos cayeron al suelo ante la mirada sorprendida de David. Le costó una milésima de segundo entender qué había pasado. David dejó caer la pistola y se abalanzó hacia su hijo y lo recogió con sus brazos. Tenía la sien destrozada y la cara casi irreconocible. David gritó de rabia. Sus lágrimas salían de sus ojos descontroladamente. Dio un puñetazo al suelo y luego siguió dándoselos al cuerpo sin vida de Héctor. Se quedó sin fuerzas y cayó de espaldas al suelo. Cerró los ojos. Quería planear su siguiente paso con frialdad. Sabía que no se libraría de ser despedido. No tenía nada que perder. Sonrió. Parecía que aquello había hecho que entendiera, por fin a su hijo. Su hijo. Que yacía muerto a su lado. Le cogió la mano y volvió a llorar. El agujero de su sien dejaba ver su cráneo abierto y parte de la mandíbula. Era impresionante la fuerza de aquellos aparatos. Entonces se le ocurrió la manera de parar todo aquello, o por lo menos intentar pararlo.

El pasillo por donde había venido y el almacén en el que estaba no los había construido Héctor, estaban allí desde la guerra, probablemente abandonado y olvidado por todos y probablemente había más y daban a otras salidas. David había estudiado eso en el instituto. Buscó algún plano o algún papel en el que indicara ésa posibilidad. No encontró nada. Salió hacia el almacén e inspeccionó las paredes. Bingo. Encontró un trozo de pared que claramente estaba construida recientemente. No encontró ningún mazo con el que poder echarlo abajo y, cuando intentó derribarlo un par de veces con el hombro sin éxito, se le ocurrió una alternativa más divertida. Abrió una de las cajas de los dispositivos ANA, leyó las instrucciones e instaló el dispositivo en la pared de la misma manera que indicaban. Al verlo colocado pensó que no iba a ser suficiente e instaló dos más. Cuando hubo acabado gritó “Explotad”, ya que era la frase para de activación de los dispositivos. El estallido hizo que la pared explotara dejando tres agujeros del tamaño de un balón de fútbol. David ayudó con unos golpes a que los ladrillos que quedaban por desprenderse se cayeran. Al otro lado de los escombros había otro pasillo iluminado por luces de emergencia. David entró y avanzó hasta que encontró una escalera en la pared y una trampilla en el techo. Cuando alcanzó a abrirla se asomó y se alegró de estar en el sitio donde sospechaba que le conduciría: el interior vacío del centro religioso. David tenía entonces todo lo necesario para urdir su plan.

lunes, 3 de febrero de 2014

Recomendación: "Rebelión en la granja" - George Orwell

Este es un clásico que hay que leer dos o tres veces para captar y reflexionar en todos los matices que aporta. Este libro lo tuve que leer en la asignatura de Psicología en bachiller para introducirnos en la rama de la sociología, simplemente me encantó.
Es un reflejo de cualquier sociedad histórica protagonizada por animales. Cada uno de los perfiles personales está reflejado en un animal, ¿Cual eres tú?
Muy recomendable para entender el mundo de la política (sobretodo la actual) en clave de humor, pero humor de aquel que te ríes por lo bajo y luego te quedas reflexionando. Lo recomiendo mucho y he de decir que nos lo dieron fotocopiado para que lo leyéramos así que de este libro no tengo ningún ejemplar pero el de la imagen de abajo me gusta y mi cumpleaños es en Julio.
¡Hasta aquí la recomendación de hoy!

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¿Ya has leído el libro? ¿Qué te ha parecido? No dudes en dejar tu comentario. ¡A leer que son dos días!