Héctor paró de hablar en seco, su mirada se
dirigió por encima del hombro de David hasta la puerta. David se giró poco a
poco y vio lo mismo que él. Alejandro estaba viéndolos desde la puerta. Había
seguido a su padre hasta allí.
-Entonces… - dijo – ¿Es usted quien está
detrás de todo esto?
Héctor puso cara de reconocimiento, de
humildad, como si le hubieran alabado una hazaña. Alejandro avanzó poco a poco
hacia Héctor. Cuando pasó por al lado de su padre David le susurró “Vete de
aquí” pero lo ignoró.
-Eres tú el que me ha dado respuestas a
muchas preguntas. Te debo mi nueva percepción de la vida. Te debo muchas cosas.
Alejandro se acercó lo suficientemente a
Héctor como para poder abrazarle. David no podía creer lo que veía. La persona
que más amaba del mundo estaba abrazando de forma casi paternal al hambre más
detestable del mundo. Todo cambió en un segundo. El abrazo se hizo más fuerte e
inmovilizó a Héctor, Alejandro lo atrapó y se giró para ver la cara de su
padre, Héctor estaba ahora de espaldas a David.
-Papá, salva al mundo. – Dijo Alejandro con
lágrimas en los ojos. – Papá, te odio.
El dispositivo ANA que llevaba Alejandro dio
un silbido agudo y Héctor se dio cuenta que la sien derecha de Alejandro estaba
pegada a la suya y gritó. El dispositivo explotó sin que nadie pudiera hacer
nada.
Los dos cuerpos cayeron al suelo ante la
mirada sorprendida de David. Le costó una milésima de segundo entender qué
había pasado. David dejó caer la pistola y se abalanzó hacia su hijo y lo
recogió con sus brazos. Tenía la sien destrozada y la cara casi irreconocible.
David gritó de rabia. Sus lágrimas salían de sus ojos descontroladamente. Dio
un puñetazo al suelo y luego siguió dándoselos al cuerpo sin vida de Héctor. Se
quedó sin fuerzas y cayó de espaldas al suelo. Cerró los ojos. Quería planear
su siguiente paso con frialdad. Sabía que no se libraría de ser despedido. No
tenía nada que perder. Sonrió. Parecía que aquello había hecho que entendiera,
por fin a su hijo. Su hijo. Que yacía muerto a su lado. Le cogió la mano y
volvió a llorar. El agujero de su sien dejaba ver su cráneo abierto y parte de
la mandíbula. Era impresionante la fuerza de aquellos aparatos. Entonces se le
ocurrió la manera de parar todo aquello, o por lo menos intentar pararlo.
El pasillo por donde había venido y el
almacén en el que estaba no los había construido Héctor, estaban allí desde la
guerra, probablemente abandonado y olvidado por todos y probablemente había más
y daban a otras salidas. David había estudiado eso en el instituto. Buscó algún
plano o algún papel en el que indicara ésa posibilidad. No encontró nada. Salió
hacia el almacén e inspeccionó las paredes. Bingo. Encontró un trozo de pared
que claramente estaba construida recientemente. No encontró ningún mazo con el
que poder echarlo abajo y, cuando intentó derribarlo un par de veces con el
hombro sin éxito, se le ocurrió una alternativa más divertida. Abrió una de las
cajas de los dispositivos ANA, leyó las instrucciones e instaló el dispositivo
en la pared de la misma manera que indicaban. Al verlo colocado pensó que no
iba a ser suficiente e instaló dos más. Cuando hubo acabado gritó “Explotad”, ya que era la frase para de
activación de los dispositivos. El estallido hizo que la pared explotara
dejando tres agujeros del tamaño de un balón de fútbol. David ayudó con unos
golpes a que los ladrillos que quedaban por desprenderse se cayeran. Al otro
lado de los escombros había otro pasillo iluminado por luces de emergencia.
David entró y avanzó hasta que encontró una escalera en la pared y una
trampilla en el techo. Cuando alcanzó a abrirla se asomó y se alegró de estar en
el sitio donde sospechaba que le conduciría: el interior vacío del centro
religioso. David tenía entonces todo lo necesario para urdir su plan.
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