domingo, 17 de marzo de 2013

No hay dolor


Abrimos el informativo de hoy con una espeluznante noticia. Como algunos habrán notado, hoy no hay dolor. El mundo entero se ha levantado esta mañana sin notar ningún dolor. Tenemos un vídeo del presunto autor de esta particular hazaña.

<< ¡Buenos días mundo! ¿Alguno se ha tropezado con la mesita de noche al levantarse de la cama? ¿Alguien se ha cortado haciendo el desayuno? ¿Qué habéis notado? ¿Nada? ¿Os ha gustado? Pues todo me lo debéis a mí. Mejor dicho, a esta máquina. Os explicaré cómo funciona: Desde hace mucho tiempo circula una teoría entre científicos que dice que el daño que siente la especie humana es limitado. Por supuesto esa teoría se ha quedado en eso, en una teoría, ya que nunca se ha podido demostrar por motivo obvios: no se puede movilizar a todo el mundo para que se haga, por ejemplo, un corte en la mano y que no produzca dolor. Es imposible. Pues bien, esta maquina produce todo el dolor del mundo, y cuando digo todo es TODO, a una persona en particular. Gracias a eso, vosotros, mortales, no notáis nada de dolor. Es divertido ¿verdad?
Pero preguntaréis: Y este genio, este gran científico, ¿que quiere a cambio? Pues poca cosa, la verdad: cuatro de cinco premios Nobel: el de física, el de química, el de medicina y el de la paz. El de literatura no, no tiene sentido, ¿no? También pido una cuenta corriente a mi nombre, sin fondos. Y nada más. Os doy, lo típico, veinticuatro horas para todo eso. Sino, volveréis a recibir el dolor, y todo volverá a ser como antes. Pensad en la gente que pasa por grandes enfermedades, y todo lo que sufre: yo puedo acabar con todo eso. >>

No sabemos a ciencia cierta, pero la máquina, si funciona tal y como ha dicho, esta causando un dolor inimaginable a la persona que estaba dentro de ella.
En estos momentos se están movilizando los grandes líderes de todas las naciones, así como militares y científicos para deliberar sobre la posición de este científico sin nombre.

-Click-

¡Mierda! ¡No he dicho mi nombre! Vaya fallo. Es igual, el vídeo ha salido bien, el mensaje que he dado ha sido claro. Quieren asustar a la gente con lo del dolor, pero a la larga entenderán que es algo necesario… lo siento Isaac.
Está sonando el móvil ¿Quién será?
-          ¿Diga?
-          ¡Abraham! No puedo creer lo que he visto en la televisión, estás loco. Te dije que no continuaras ese proyecto.
-          ¿Para eso me llamas? Pensaba que me ibas a felicitar. Lo he conseguido, profesor.
-          Pero ¿a que precio? No sé como consigues dormir por las noches. Dime, ¿quien es?
Me prometí a mi mismo que no lloraría. No voy a llorar.
-          Sabes que nunca te lo diré, además da igual, cuando consiga lo que quiero cogeré a cualquier pobre desgraciado tercermundista y lo utilizaré, como te dije. Lo que te pasa es que tienes es envidia.
Le he colgado a mi profesor. La sensación es extraña: dulce y amarga a la vez. Hicimos el proyecto los dos juntos, es verdad, pero no tuvo las narices suficientes para seguirlo. Que no se preocupe, que también lo tendré en cuenta, cuando me coronen de gloria.
¿Qué es ese ruido? No puede ser… ¿¡Un helicóptero!? ¿Cómo he podido ser tan estúpido? La llamada era una trampa para localizarme. No pasa nada, lo tengo todo preparado por si necesito esca… ¿?

-BOUM-

Hijos de perra, una bomba… ¡Isaac! Uf, esta bien… pero, ¿Qué me pasa? No puedo moverme. No veo nada, hay mucho polvo. ¡Mierda! Estoy atrapado. No siento nada. No noto nada. No puedo mover ni brazos ni piernas, pero tampoco me los noto. ¿Esto es lo que he regalado al mundo? ¿La falta de dolor es esto? Necesito dolor, necesito sentir algo. Dios, no puede ser, estoy llorando. ¿Por qué? Si no tengo dolor no debo tener sufrimiento, ¿no? ¿El dolor es lo que me hace ser? No puedo ser si no siento…
Un momento. ¿Qué hacéis? No desenchuféis eso. Por favor ¡NO!

Últimas noticias sobre el caso del científico del dolor. Las fuerzas especiales han conseguido encontrar su lugar de escondite gracias a un antiguo profesor suyo, detenido por estar presuntamente relacionado con el proyecto. Abraham, el científico del dolor, murió cuando los oficiales desconectaron la máquina, ya que unos escombros lo habían atrapado y su cuerpo no aguantó todo el dolor. Dentro de la máquina se encontraba su hijo, Isaac, de apenas doce años. Él era quien recibía el dolor. Ahora se encuentra en coma en un hospital, recibiendo tratamiento.
La máquina ha sido, juntamente con los planos, totalmente destruidos.
Muchos se han movilizado, protestando en contra de la destrucción de esa máquina. Nosotros solo queremos dejarles con la frase que dijo alguien una vez: Dejar que el tiempo resuelva nuestras deudas y dolores es mejor que tratar de cortarlos impacientemente.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Medio año (2a parte)


Lo primero fue fácil, decidieron tener al bebé. Pablo pensó que podía encontrar trabajo y encargarse de los dos, al fin y al cabo la única cosa que quería era convertirse en un hombre, no le importaba si era yendo a la universidad o empezando a tener responsabilidades patriarcales.
Lo segundo fue más difícil.
- ¡¿Que tú qué?! – A la madre de Pablo, Maite, se le pusieron los pelos de punta nada más oír la historia y la decisión de su hijo.
- Mama, no grites
- ¿Qué no grite? ¿Pero que te piensas? ¡¿Qué puedes echar a perder toda tu vida hipotecándote de esta manera?!
La situación era previsible, pero Pablo quiso plantarle cara. Defendería a su chica costara lo que costara. Mónica había sido la primera persona en atreverse a conocerlo, la primera en querer escucharlo, en anhelar verlo y abrazarlo. De hecho, Pablo llegó a pensar que ni siquiera su madre había llegado a ese punto con él, que estaba demasiado ocupada en su salvación y preocupándose en “qué pensarán los demás”… y lo vio claro cuando ella mismo lo dijo:
- ¡Que le diremos a la gente? ¿¡Que mi hijo trabaja para mantener a un bastardo!? Iras al infierno por esto, lo sabes, ¿no?
El padre de pablo, que había estado callado todo el rato, tosió indicando su entrada en la conversación. Lo único que dijo, dirigiéndose a su hijo, fue:
- Vete
Ya estaba, ni más ni menos. Era lo que Pablo esperaba oír, el permiso de su familia para dejar atrás aquel mundo que sólo lo había llevado por la marginación. En ese instante Mónica vomitó.

Pasaron los meses. Después de estar un tiempo en casa de los agradecidos padres de Mónica, Pablo encontró trabajo, después un piso, que de tan pequeño era ridículo, pero su nuevo nido, o mejor dicho, su nueva guarida. Él adelgazó bastante: el sueldo no le llegaba para muchos caprichos y todo lo invertía en ella: dietas, libros de aprendizaje, ropa pre-mamá… se podía decir que Pablo se alimentaba de la felicidad de Mónica.
Un día, estando en el trabajo, recibió una llamada, Mónica había sido ingresada, había roto aguas y estaba dilatando. “No puede ser” se dijo “aún es muy pronto” y salió corriendo hacia el hospital.
Habían pasado seis meses, los seis meses más largos de su vida, pero en aquel momento, rodeado de paredes de color verde, batas blancas y caras pálidas, el tiempo que había pasado con Mónica le parecía un suspiro.
Encontró la habitación del parto, pero no consiguió que lo dejaran entrar, no era familiar ni pariente cercano, no era nada. Consiguió ver, por el cristal de la puerta, el llanto de Mónica.
El bebé no lo consiguió, era demasiado pronto para él. También había sido demasiado pronto para Mónica, el parto se complicó y ella tampoco lo consiguió.
Pablo se quedó solo y, tal y como estaba seis meses antes, volvió a envidiar aquellas lágrimas que acariciaban las mejillas de Mónica.

martes, 12 de marzo de 2013

Capítulo 1: La torre de Babilonia


Comentario del primer capítulo, espero que os lo hayáis leído porque contiene algún que otro spoiler. Mañana la segunda parte del relato "Medio año" y en unos días el capítulo dos: "Comprende"
Buena lectura!

domingo, 10 de marzo de 2013

Medio año (1a parte)


Habían pasado seis meses, los seis meses más largos de su vida, pero en aquel momento, rodeado de paredes de color verde, batas blancas y caras pálidas, el tiempo que había pasado con Mónica le parecía un suspiro.

Pablo nunca había sido carne de discoteca. De hecho, en su contexto familiar una cosa como esa estaba mal vista. Su familia era conservadora, tanto que a veces daba miedo. Pero aquella ocasión era especial: había aprobado los exámenes de selectividad y él y sus compañeros querían celebrarlo. Era un paso importante, de joven a adulto. Sabía que aquello significaba cambiar de vida totalmente ya que sus padres le habían prometido, después de mucho insistir, que le pagarían el alquiler de un piso compartido con más estudiantes.
En aquel antro, en el que festejaba con sus amigos aquella transición, Pablo conoció a Mónica. Ella lloraba y él envidiaba aquellas lágrimas que le acariciaban las mejillas. Se acercó y le dio un pañuelo, de aquellos que están perfumados y huelen a menta.
En el siguiente par de horas rieron, hablaron, ella lloró y él le dio otro pañuelo.
- ¿Me dirás por qué lloras? – Le preguntó Pablo al final.
- No te lo puedo decir – le contestó
- ¿Por qué no?
- Porque me estás gustando mucho, y si te lo digo te irás.
Pablo no supo qué decir. Siempre había sido el chico apartado y solitario que hay en cada clase, en cada instituto. Sus ideales, influenciados por las creencias religiosas de sus padres lo habían llevado a una marginación involuntaria: nunca encajó con el resto de sus compañeros. Pero aquella situación, aquellas palabras, aquel “me gustas mucho” tan mágico, tan nuevo, le dio el impulso necesario para decir: “No me iré, te lo prometo”.
- Estoy embarazada
Lo primero que le pasó por la cabeza a Pablo fue: “¿De mí? Imposible…”. Vió que lo que acababa de pensar era una estupidez, tragó saliva y le dijo:
- No me importa
Una sonrisa tímida iluminó la cara de Mónica. Y se besaron.
Ella le explicó que su antiguo novio la había dejado embarazada y que aquella noche habían quedado allí para explicarle la situación. Él no quiso saber nada y se marchó.
Pablo le prometió que la ayudaría. No sabía cómo ni por qué, pero creía que si Dios o el destino o los olímpicos habían hecho que sus caminos coincidieran era por algo. Y desde aquel momento empezaron a salir.

El primer mes fue maravilloso, idílico, se conocieron mutuamente, buscaron y encontraron los puntos que tenían en común para hacerlos más fuertes, hicieron todo lo que una pareja debe hacer. Además, Pablo era muy prudente en tocar ilícitamente a una chica y Mónica lo último que necesitaba era alguien que le recordara su antigua relación traumática. Después de mucho aplazarlo tuvieron que hablar de los temas que menos querían: qué podían hacer con la situación de Mónica y cómo se lo explicarían a los padres de Pablo.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Súper día


Todos lo conocéis como “el día en que tuvimos poderes”. Pero para mí fue algo diferente.

Como sabéis, a todos nos cayó un rayo sobre las 8 de la mañana. Impactó sobre cada una de las personas que había en la calle, y nos hizo caer al suelo.
Los nuevos superpoderes, que aquel rayo les había transmitido se manifestaron al instante: un compañero de mi clase, que caminaba unos metros más delante de mí, hacía añicos el suelo a cada paso que daba; una señora que hacía un instante se había cruzado conmigo, salió corriendo a la velocidad del sonido.
Nadie entendía nada. Algunos estaban confusos, otros encantados… ¿yo? Lo máximo que había conseguido de ese rayo era un flequillo chamuscado.

Fui al instituto, y todos estaban encantados: las series de animación, las películas y los cómics que habían leído se habían vuelto realidad. Mi mejor amigo podía meterse por los cables de electricidad y moverse por todo el instituto a su aire. La chica que me gustaba podía desvanecerse y aparecer en cualquier lugar. Incluso el director, de áspero y frío carácter, estaba jugando con su nueva capacidad de cambiar de aspecto.
Empecé a sentirme apartado, y más aún cuando me preguntaron qué me había pasado a mí. ¿Y qué podía ofrecer yo? Solo un leve olor a flequillo quemado. Entonces pasó algo extraño. Yo, la única persona normal entre todos aquellos personajes de historietas de cómic, era el centro de atención.
¿No tiene poderes? ¿No puede hacer nada? Hasta que alguno salto con la pregunta que más temía: ¿Y si es inmortal? Esa pregunta llevó a otra: ¿lo tiramos por la ventana?
Antes de que pudiera darme cuenta, el chico mas delgaducho de mi clase (que, gracias al rayo, tenía súper fuerza) Me cogía con la punta de los dedos y me dejaba en el poyo exterior de la ventana. Lo último que recuerdo es un coro de personas de mi instituto, director incluido, gritando a coro: “¡Salta! ¡Salta! ¡Salta!”.
Desperté en una camilla de hospital con la cabeza vendada. Aún no era ni mediodía y ya quería estar en casa. Lo raro es que no tenía ningún rasguño, después de una caída de tres pisos.
Y allí, sentado en una habitación, rodeado de soledad y silencio, empecé a llorar.
Yo, que había leído un montón de cómics, jugado a videojuegos, sabía cómo comportarme si hubiera tenido superpoderes. Era lo que más anhelaba y quería. Ser un súper héroe y luchar contra la injusticia, a cualquier precio, no me importaba morir por un mundo mejor.
Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos por el grito de una chica. Salí de la habitación del hospital a ver qué pasaba. Y ahí estaba: el primer supervillano que veía de verdad. Supe que era mi oportunidad. No sabía mi superpoder, pero seguro que luchando contra aquel tío salía a la luz.
Él tenía la capacidad de crear maquinas de cualquier cosa. Por lo tanto no era de extrañar, que se hubiese hecho un súper traje metálico con miles de funciones.
Mis impulsos me hicieron realizar lo mas estúpido que podía hacer: correr hacia a él gritando. Me paró de un golpe. Creo que ni siquiera me tocó, algún campo magnético hizo que no llegara hasta él y que saliera volando. Me miró con desprecio y dijo que ya no le volvería a molestar. Me disparó.
Noté mi cabeza volando en mil pedazos, no dolió, de hecho noté un cosquilleo. Y de repente algo que no esperaba: mi cabeza empezó a reconstruirse célula por célula hasta estar otra vez completa. Eso si escoció un pelín.
Lo había conseguido, había encontrado mi poder, ¡realmente era inmortal!. No podía creerlo. ¡Por eso no tenía ni un solo rasguño de la caída en el instituto! ¡Mi cuerpo se había reconstruido solo! Podía hacer cualquier cosa sin miedo a morir, tenía la habilidad, don o poder, más fantástico de todos. ¡A la mierda el sentimiento de justicia, y todo eso! Podía hacer lo que se me antojara, robar, matar, violar, sin miedo a nada. Si me disparaban saldría ileso, si me tumbaban con una bomba siempre me levantaría, y supongo que no tendría que preocuparme por alimentarme nunca más.
Todo se vino abajo al escuchar una voz desde detrás de mí. Un doctor extendió la mano y me restauró, con su nuevo poder, mi cabeza. Me guiñó el ojo y de detrás de él salieron dos personas que, cada una con su habilidad, redujeron a aquel intento de supervillano…
Mi gozo en un pozo.
Volví a casa con una palabra rebotando en mi cabeza: “hipócrita”.
Supongo que los dioses, los extraterrestres, o lo que fuera que envió ese rayo dador de dones sabía mis intenciones oscuras.

Como sabéis aquel día acabó doce horas después de  haber empezado: a las ocho de la noche cayó otro rayo y todo volvió a la normalidad. A mi no, no me cayó ninguno. ¿Para qué iba a hacerlo?

Esa noche, salí a dar una vuelta, y vi la huella de aquel particular día: Coches mal aparcados, cables de tensión caídos, tuberías rotas… Me senté en un banco. Un gato se acercó a mí y me miró. Entonces empezó verdaderamente el súper día para mí.
-¿Me acaricias? – Dijo.
Entonces comprendí que podía hablar con los animales.

Primeras páginas

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Este es un blog dedicado a la lectura. Aquí voy a ir subiendo relatos cortos que yo mismo escribo por entretenimiento. Además voy a hacer un canal en el que subiré vídeos sobre un libro que iré leyendo durante semanas a elección propia, cada semana comentaré un capítulo.
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