Todos lo conocéis como “el día en
que tuvimos poderes”. Pero para mí fue algo diferente.
Como sabéis, a todos nos cayó un
rayo sobre las 8 de la mañana. Impactó sobre cada una de las
personas que había en la calle, y nos hizo caer al suelo.
Los nuevos superpoderes, que
aquel rayo les había transmitido se manifestaron al instante: un compañero de
mi clase, que caminaba unos metros más delante de mí, hacía añicos el suelo a
cada paso que daba; una señora que hacía un instante se había cruzado conmigo,
salió corriendo a la velocidad del sonido.
Nadie entendía nada. Algunos
estaban confusos, otros encantados… ¿yo? Lo máximo que había conseguido de ese
rayo era un flequillo chamuscado.
Fui al instituto, y todos estaban
encantados: las series de animación, las películas y los cómics que habían
leído se habían vuelto realidad. Mi mejor amigo podía meterse por los cables de
electricidad y moverse por todo el instituto a su aire. La chica que me gustaba
podía desvanecerse y aparecer en cualquier lugar. Incluso el director, de
áspero y frío carácter, estaba jugando con su nueva capacidad de cambiar de
aspecto.
Empecé a sentirme apartado, y más
aún cuando me preguntaron qué me había pasado a mí. ¿Y qué podía ofrecer yo?
Solo un leve olor a flequillo quemado. Entonces pasó algo extraño. Yo, la única
persona normal entre todos aquellos personajes de historietas de cómic, era el
centro de atención.
¿No tiene poderes? ¿No puede
hacer nada? Hasta que alguno salto con la pregunta que más temía: ¿Y si es
inmortal? Esa pregunta llevó a otra: ¿lo tiramos por la ventana?
Antes de que pudiera darme
cuenta, el chico mas delgaducho de mi clase (que, gracias al rayo, tenía súper
fuerza) Me cogía con la punta de los dedos y me dejaba en el poyo exterior de
la ventana. Lo último que recuerdo es un coro de personas de mi instituto,
director incluido, gritando a coro: “¡Salta! ¡Salta! ¡Salta!”.
Desperté en una camilla de
hospital con la cabeza vendada. Aún no era ni mediodía y ya quería estar en
casa. Lo raro es que no tenía ningún rasguño, después de una caída de tres
pisos.
Y allí, sentado en una
habitación, rodeado de soledad y silencio, empecé a llorar.
Yo, que había leído un montón de
cómics, jugado a videojuegos, sabía cómo comportarme si hubiera tenido
superpoderes. Era lo que más anhelaba y quería. Ser un súper héroe y luchar
contra la injusticia, a cualquier precio, no me importaba morir por un mundo
mejor.
Pero mis pensamientos se vieron
interrumpidos por el grito de una chica. Salí de la habitación del hospital a
ver qué pasaba. Y ahí estaba: el primer supervillano que veía de verdad. Supe
que era mi oportunidad. No sabía mi superpoder, pero seguro que luchando contra
aquel tío salía a la luz.
Él tenía la capacidad de crear
maquinas de cualquier cosa. Por lo tanto no era de extrañar, que se hubiese
hecho un súper traje metálico con miles de funciones.
Mis impulsos me hicieron realizar
lo mas estúpido que podía hacer: correr hacia a él gritando. Me paró de un
golpe. Creo que ni siquiera me tocó, algún campo magnético hizo que no llegara
hasta él y que saliera volando. Me miró con desprecio y dijo que ya no le
volvería a molestar. Me disparó.
Noté mi cabeza volando en mil
pedazos, no dolió, de hecho noté un cosquilleo. Y de repente algo que no
esperaba: mi cabeza empezó a reconstruirse célula por célula hasta estar otra
vez completa. Eso si escoció un pelín.
Lo había conseguido, había
encontrado mi poder, ¡realmente era inmortal!. No podía creerlo. ¡Por eso no
tenía ni un solo rasguño de la caída en el instituto! ¡Mi cuerpo se había
reconstruido solo! Podía hacer cualquier cosa sin miedo a morir, tenía la
habilidad, don o poder, más fantástico de todos. ¡A la mierda el sentimiento de
justicia, y todo eso! Podía hacer lo que se me antojara, robar, matar, violar,
sin miedo a nada. Si me disparaban saldría ileso, si me tumbaban con una bomba
siempre me levantaría, y supongo que no tendría que preocuparme por alimentarme
nunca más.
Todo se vino abajo al escuchar
una voz desde detrás de mí. Un doctor extendió la mano y me restauró, con su
nuevo poder, mi cabeza. Me guiñó el ojo y de detrás de él salieron dos personas
que, cada una con su habilidad, redujeron a aquel intento de supervillano…
Mi gozo en un pozo.
Volví a casa con una palabra
rebotando en mi cabeza: “hipócrita”.
Supongo que los dioses, los
extraterrestres, o lo que fuera que envió ese rayo dador de dones sabía mis
intenciones oscuras.
Como sabéis aquel día acabó doce
horas después de haber empezado: a las
ocho de la noche cayó otro rayo y todo volvió a la normalidad. A mi no, no me
cayó ninguno. ¿Para qué iba a hacerlo?
Esa noche, salí a dar una vuelta,
y vi la huella de aquel particular día: Coches mal aparcados, cables de tensión
caídos, tuberías rotas… Me senté en un banco. Un gato se acercó a mí y me miró.
Entonces empezó verdaderamente el súper día para mí.
-¿Me acaricias? – Dijo.
Entonces comprendí que podía
hablar con los animales.
Después de haber leído 'El relato de mi vida' y ver como sutilmente blasfemabas sobre que nadie te comentaba en el blog, me vi con la libertad de ir hasta aquí y escribir un poco (Si me lo permiten, porque ahora mismo mi ordenador debe odiarme a muerte...). Además, quizás no seré la primera persona en hacer un comentario, pero sí seré quien haga el primer comentario de tu primer relato, que no deja de ser una gozada por mi parte.
ResponderEliminarAntes de nada, ¿Quieres una opinión? Me permitiré dicho lujo entonces. Ya hace tiempo (Podemos hablar de años)que leí 'Super día' y recuerdo perfectamente que al principio me entusiasmó, ¿Para que voy a engañarte? Pero al final le faltó algo.. Un boom, como diría David Marín. Supongo que ese relato sería para escribirlo de una manera mas extensa...
De todos modos, por algo se empieza y no debo negarte que empezaste con buen pie. A día de hoy voy pasándome por tu blog de vez en cuando (Que sería todo un placer ver que publicas mas partes de 'Mi parte de la herencia', que me pone de los nervios quedarme con las ganas de como sigue). Es mas, mientras yo te escribo esto, ya hay un miembro de mi familia que ha visto que estoy en un blog de lectura y está chafardeando a ver que encuentra. ¡Quizás con suerte tienes otro nuevo seguidor!
Y nada mas que añadir, espero que notaras mi sutil 'enhorabuena' en mis palabras.
Atentamente, tu antigua compañera de latín.