domingo, 10 de marzo de 2013

Medio año (1a parte)


Habían pasado seis meses, los seis meses más largos de su vida, pero en aquel momento, rodeado de paredes de color verde, batas blancas y caras pálidas, el tiempo que había pasado con Mónica le parecía un suspiro.

Pablo nunca había sido carne de discoteca. De hecho, en su contexto familiar una cosa como esa estaba mal vista. Su familia era conservadora, tanto que a veces daba miedo. Pero aquella ocasión era especial: había aprobado los exámenes de selectividad y él y sus compañeros querían celebrarlo. Era un paso importante, de joven a adulto. Sabía que aquello significaba cambiar de vida totalmente ya que sus padres le habían prometido, después de mucho insistir, que le pagarían el alquiler de un piso compartido con más estudiantes.
En aquel antro, en el que festejaba con sus amigos aquella transición, Pablo conoció a Mónica. Ella lloraba y él envidiaba aquellas lágrimas que le acariciaban las mejillas. Se acercó y le dio un pañuelo, de aquellos que están perfumados y huelen a menta.
En el siguiente par de horas rieron, hablaron, ella lloró y él le dio otro pañuelo.
- ¿Me dirás por qué lloras? – Le preguntó Pablo al final.
- No te lo puedo decir – le contestó
- ¿Por qué no?
- Porque me estás gustando mucho, y si te lo digo te irás.
Pablo no supo qué decir. Siempre había sido el chico apartado y solitario que hay en cada clase, en cada instituto. Sus ideales, influenciados por las creencias religiosas de sus padres lo habían llevado a una marginación involuntaria: nunca encajó con el resto de sus compañeros. Pero aquella situación, aquellas palabras, aquel “me gustas mucho” tan mágico, tan nuevo, le dio el impulso necesario para decir: “No me iré, te lo prometo”.
- Estoy embarazada
Lo primero que le pasó por la cabeza a Pablo fue: “¿De mí? Imposible…”. Vió que lo que acababa de pensar era una estupidez, tragó saliva y le dijo:
- No me importa
Una sonrisa tímida iluminó la cara de Mónica. Y se besaron.
Ella le explicó que su antiguo novio la había dejado embarazada y que aquella noche habían quedado allí para explicarle la situación. Él no quiso saber nada y se marchó.
Pablo le prometió que la ayudaría. No sabía cómo ni por qué, pero creía que si Dios o el destino o los olímpicos habían hecho que sus caminos coincidieran era por algo. Y desde aquel momento empezaron a salir.

El primer mes fue maravilloso, idílico, se conocieron mutuamente, buscaron y encontraron los puntos que tenían en común para hacerlos más fuertes, hicieron todo lo que una pareja debe hacer. Además, Pablo era muy prudente en tocar ilícitamente a una chica y Mónica lo último que necesitaba era alguien que le recordara su antigua relación traumática. Después de mucho aplazarlo tuvieron que hablar de los temas que menos querían: qué podían hacer con la situación de Mónica y cómo se lo explicarían a los padres de Pablo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario