Habían
pasado seis meses, los seis meses más largos de su vida, pero en aquel momento,
rodeado de paredes de color verde, batas blancas y caras pálidas, el tiempo que
había pasado con Mónica le parecía un suspiro.
Pablo
nunca había sido carne de discoteca. De hecho, en su contexto familiar una cosa
como esa estaba mal vista. Su familia era conservadora, tanto que a veces daba
miedo. Pero aquella ocasión era especial: había aprobado los exámenes de
selectividad y él y sus compañeros querían celebrarlo. Era un paso importante,
de joven a adulto. Sabía que aquello significaba cambiar de vida totalmente ya
que sus padres le habían prometido, después de mucho insistir, que le pagarían el
alquiler de un piso compartido con más estudiantes.
En
aquel antro, en el que festejaba con sus amigos aquella transición, Pablo conoció
a Mónica. Ella lloraba y él envidiaba aquellas lágrimas que le acariciaban las
mejillas. Se acercó y le dio un pañuelo, de aquellos que están perfumados y
huelen a menta.
En el
siguiente par de horas rieron, hablaron, ella lloró y él le dio otro pañuelo.
- ¿Me
dirás por qué lloras? – Le preguntó Pablo al final.
- No te
lo puedo decir – le contestó
- ¿Por
qué no?
-
Porque me estás gustando mucho, y si te lo digo te irás.
Pablo
no supo qué decir. Siempre había sido el chico apartado y solitario que hay en
cada clase, en cada instituto. Sus ideales, influenciados por las creencias
religiosas de sus padres lo habían llevado a una marginación involuntaria:
nunca encajó con el resto de sus compañeros. Pero aquella situación, aquellas
palabras, aquel “me gustas mucho” tan mágico, tan nuevo, le dio el impulso
necesario para decir: “No me iré, te lo prometo”.
- Estoy
embarazada
Lo
primero que le pasó por la cabeza a Pablo fue: “¿De mí? Imposible…”. Vió que lo
que acababa de pensar era una estupidez, tragó saliva y le dijo:
- No me
importa
Una
sonrisa tímida iluminó la cara de Mónica. Y se besaron.
Ella le
explicó que su antiguo novio la había dejado embarazada y que aquella noche
habían quedado allí para explicarle la situación. Él no quiso saber nada y se
marchó.
Pablo
le prometió que la ayudaría. No sabía cómo ni por qué, pero creía que si Dios o
el destino o los olímpicos habían hecho que sus caminos coincidieran era por
algo. Y desde aquel momento empezaron a salir.
El
primer mes fue maravilloso, idílico, se conocieron mutuamente, buscaron y
encontraron los puntos que tenían en común para hacerlos más fuertes, hicieron
todo lo que una pareja debe hacer. Además, Pablo era muy prudente en tocar
ilícitamente a una chica y Mónica lo último que necesitaba era alguien que le
recordara su antigua relación traumática. Después de mucho aplazarlo tuvieron
que hablar de los temas que menos querían: qué podían hacer con la situación de
Mónica y cómo se lo explicarían a los padres de Pablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario