viernes, 31 de enero de 2014

Recomendación: "El psicoanalista" de John Katzenbach

Esta novela es la última que he leído. Comentando y hablando con una amiga sobre novela negra (uno de mis géneros favoritos) me recomendó firmemente "El psicoanalista", algo que le agradeceré toda la vida. Me enganchó desde la primera página y el nivel de intensidad no disminuyó hasta llegar al final.
Un thriller psicológico ejemplar que te mantiene en tensión capítulo a capítulo. Recomendable a todos los que les gusta este género.
La historia empieza con el "primer día de la muerte" de Frederick, tal y como dice en la nota que recibe en su consulta psiquiátrica. Tiene que resolver un macabro juego que ira destrozando su vida poco a poco y que culminará con dos finales: descubrir la sombra detrás de todo este montaje o suicidarse.
Un libro bien pensado, bien montado y bien escrito, que no te dejará indiferente.

http://image.casadellibro.com/libros/0/el-psicoanalista-ebook-9788466645782.jpg
¿Has leído ya esta novela? No dudes en dejar tu comentario con tu opinión. ¡A leer que son dos días!

jueves, 30 de enero de 2014

El último suicidista (8a parte)

No tardó en encontrar al hombre que buscaba a pesar de que en la foto lucía un peinado arreglado y un afeitado impecable y cuando David lo localizó tenía una melena descuidada y una barba de tres días. Realmente no quería hablar con él. Lo siguió, intentando pasar desapercibido. En cierto momento Héctor salió del campamento y se dirigió por la calle paralela al ayuntamiento, allí entró en un garaje que aparentaba estar cerrado con llave. David lo siguió y entró por el mismo lugar. El garaje solo tenía una puerta que daba a un pasillo subterráneo débilmente iluminado por luces de emergencia, David calculó que estaban pasando por debajo del mismo ayuntamiento. El pasillo finalizaba con otra puerta y David no imaginaba lo que iba a encontrar.
Delante de sus ojos había un almacén inmenso lleno de cajas de dispositivos ANA dispuestos de manera ordenada en altísimas estanterías. David avanzó un tramo de un pasillo que formaban las estanterías maravillado por su visión hasta que localizó una habitación en una esquina del almacén. Cogió su pistola y, apuntando hacia el suelo, se acercó sigilosamente a la puerta. Estaba abierta y la empujó con el hombro para abrirla poco a poco mientras analizaba cada detalle de la habitación que hacía las veces de taller informático. En todas las paredes habían arrinconadas mesas con ordenadores, en las pantallas se podía ver programas abiertos de edición de audio, ventanas con la web de los suicidistas y foros de opinión. Delante de uno de los ordenadores estaba sentado Héctor Jueves de espaldas a la puerta. David levantó la pistola y le apuntó en la nuca.
-¡Policía! – Gritó David, Héctor se quedó inmóvil – No haga ningún movimiento raro, le estoy apuntando con un arma.
El hombre levantó las manos y giró su silla de oficina lentamente. Cuando vio a David sonrió. Se levantó y bajó los brazos.
-Vaya, por un momento pensaba que iba en serio. – Dijo. David no lo entendía. Disparó al techo.
-¿Te crees que esto es de broma? Vuele a levantar las manos y ponte de rodillas. Estas arrestado.
Héctor rió con una carcajada estridente. Cuando acabó, suspiró y se frotó los ojos con la mano.
-Mira, pareces un tío listo. – Dijo Héctor. David hizo un gruñido parecido a una risa ahogada. – De verdad te lo digo. No sé si eres policía porque no me has enseñado la placa. Pero puedo ver que, en caso de que lo fueras, me has encontrado solo. Y no te alabo por seguir a un hippy a un subterráneo si no porque estoy seguro que sabias a qué hippy tenías que seguir. ¿Cómo me has encontrado? Si puede saberse…
David vaciló.
-Dejaste una huella en aquella mano… la verdad es que no fue fácil. – David también sonrió, la confianza que aquel hombre desprendía lo hacía con una esencia de inteligencia que David, más allá de respetar, veneraba. No era la primera vez que la encontraba.
-¿Una huella? Vaya, tendré que revisar su efecto una vez más…
Se acercó a un teclado de los ordenadores, pero antes de apretar nada David hizo un movimiento brusco que Héctor percibió como un aviso de no hacer ninguna tontería. Héctor volvió a sonreír pero esta vez con lástima en sus ojos.
-Vaya, no entiendes nada de esto, ¿verdad? – Hizo una pausa y se puso las manos en la espalda – ¿Sabes dónde estamos? – Al no recibir respuesta por David siguió hablando – Esto es el núcleo de la salvación del mundo.
-¿Salvación? ¿Darle herramientas a la gente para un suicidio aceptado por sus iguales es salvarlo?
-¿Es así cómo lo ves? El árbol no te deja ver el bosque. ¿Sabes cuál es el principal problema de este mundo? Que hay demasiadas personas. Y no me malentiendas, no soy un loco que desea exterminar a la humanidad de la faz de la tierra. Sólo quiero eliminar su excedente. Las personas que no creen que merecen vivir en este mundo no hace falta que sigan aquí. Yo sólo les doy apoyo moral.
-¡Eso no es apoyo moral! Es una mentira envuelta en papel de regalo.
Héctor rió. David siguió apuntándole.
-Buena analogía. Sí, es algo así. Pero…
-¡Nada de “peros”! Ahora mismo te llevo a comisaría, vas a tener que explicar todo lo que has hecho a mucha gente.

-Sigues sin entenderlo. ¿Crees que estoy solo en esto? ¿No ves que yo solo no podría subvencionar todo esto? No has pensado que, quizás estoy respaldado por… ¡oh!

martes, 28 de enero de 2014

Recomendación: "En busca del unicornio" de Juan Eslava Galán

Empezamos la serie de recomendaciones con un grande. Este libro fue premio Planeta en 1987 pero podría haber pasado por un clásico de la época de el Cid campeador. Su lenguaje está basado en el castellano antiguo pero se entiende a la perfección. Y es que además es gracioso, no le falta humor (sobretodo en los primeros capítulos).
Es un relato en primera persona, narrado por Juan de Olid, un inocente escudero que va creciendo a medida que se desarrolla la historia. Su aventura se basa en la misión encomendada por el mismo rey Enrique VI de Castilla que le confía la búsqueda del unicornio y la misión de capturarlo y hacerse con su cuerno, ya que tiene propiedades viriles (algo de lo que cojea Su Majestad). Junto a él van una legión de ballesteros y una virgen (necesaria para la captura del animal) con sus doncellas). Todo el libro relata la ida y la vuelta en su viaje a través de África durante los 20 años que gasta.

Imagen: http://descargar-libros.com/static/img/cover_image/17652-en-busca-del-unicornio.jpg
Una lectura totalmente recomendada, única en su especie y con un final que no dejará indiferente al lector.

lunes, 27 de enero de 2014

El último suicidista (7a parte)

David sonrió. Sonrió por dos motivos: el primero era que sabía que era verdad, que podía contar con él en lo que fuera y el segundo era que Gabriel había salido de allí sin pagar, a propósito. David se quedó en el bar un rato más, estaba suscrito a la web de los suicidistas y acababa de recibir una notificación al móvil de un nuevo vídeo. Se puso los auriculares y le dio al play. El vídeo volvía a contener la voz de Ana. Esperaba que sus fieles hubieran disfrutado de la mano que, desde el cielo, ella había enviado para ayudar. Daba gracias a todos sus seguidores por el apoyo del día anterior y por la idea de acampar en la plaza hasta que el ayuntamiento cediera.
David recordó entonces que había visto al científico Héctor Jueves en la concentración del día anterior: era uno de los que llevaba megáfono. David decidió ir a la acampada a investigar. Llegó sin problemas a la plaza, pero entrar a ella fue más difícil, habían delimitado el perímetro con tiendas de campaña y habían dejado dos entradas vigiladas por dos hombres grandes como gorilas que sólo dejaban entrar a los que tuvieran el dispositivo instalado. David les pidió pasar enseñándoles la placa policial pero eso les dio a los vigilantes más motivos para no dejarlo entrar. Entonces David escuchó una voz que le hizo sentir emociones contradictorias.
-¿Papá? – Su hijo lo saludaba desde el otro lado de los gorilas. Alejandro se acercó a ellos – No os preocupéis, es mi padre, dejadlo pasar.
A regañadientes los hombres se apartaron y dejaron pasar a David. Padre e hijo se abrazaron. Ambos querían saber qué hacia el otro allí.
-Esto es genial, papá. Los campistas son muy amables y han creado una pequeña sociedad. Está viniendo gente de todos los puntos del país.
-Me alegro que estés disfrutando, hijo.  – David quiso ser amable con él, pero su intención era acabar con todo aquello cuanto antes. – Me preguntaba si podrías ayudarme. ¿Has visto a este hombre?
David le enseñó la foto que Gabriel le había dado antes.
-Sí, claro. Lo conozco. ¿Ha hecho algo malo?
-De momento no lo sé. Dime dónde lo puedo encontrar, quiero hablar con él. No puedes venir, lo siento.
-Por allí – Alejandro señaló el lugar y David hizo el gesto para irse, pero su hijo lo cogió del brazo. – ¿Sigues enfadado? ¿No le vas a hacer daño, verdad?
Lo dijo como si ambas preguntas estuvieran relacionadas. David quiso tranquilizarlo e intentó darle la mirada paternal más serena que pudo. Le dio un beso en la frente a su hijo y se fue sin decirle nada.

viernes, 24 de enero de 2014

El útlimo suicidista (6a parte)

-¡Ana está con nosotros! – Dijo un hombre que poseía un megáfono. Todos empezaron a gritar y a vitorear por lo que había pasado. Su líder se había manifestado, estaban en éxtasis.
-Vámonos de aquí. – David volvió a coger el brazo de su hijo y lo sacó de allí. Alejandro no entendía la violencia con la que su padre lo arrancaba de la multitud pero no quiso oponerse mucho, estaba muy excitado. Se subieron los dos en el coche.
-¿Has visto eso? –Dijo Alejandro emocionado - ¡Ha sido una pasada! Ana ha cumplido lo que…
-¡Cállate! No quiero que vuelvas a decir ni una palabra de todo esto, no en mi presencia.
-Pero…
-Nada de “peros”. Vámonos a casa.
El viaje de vuelta a casa fue silencioso, ninguno dijo una palabra, los dos tenían la misma expresión en sus caras. Llegaron a casa y Alejandro se fue directo a su habitación y mostró su rabia dando un portazo. La mujer de David se acercó curiosa.
-¿Qué ha pasado?
David se sirvió una cerveza y se sentó en la mesa de la cocina.
-Esto es una locura. Pon la televisión.
Las cadenas de televisión ya estaban haciendo un noticiario especial con las imágenes de los múltiples vídeo-aficionados que asistieron. David le iba explicando cómo había ido la concentración completando su narración con las imágenes televisivas. Al acabar cerró la televisión.
-¿Qué vamos a hacer ahora, David?
David tenía una expresión furiosa propia de cuando se concentraba. Su mujer sabía que cuando ponía ese gesto estaba pensando: era el mismo que ponía cuando resolvía sus crucigramas, pero a veces daba miedo. Hubo un momento de silencio, David lo rompió.
-Mira, vamos a descansar. Supongo que mañana en la comisaría abrirán un informe de actuación: lo de la secta ha roto la línea de lo privado a lo público. Me presentaré voluntario para la investigación. – Se levantó y se acercó a su mujer – Todo irá bien. – La besó en la frente – Vamos a dormir.
A las tres de la mañana David aún no había pegado ojo. Decidió cansar la vista mirando vídeos de la web suicidista a ver si encontraba algún dato relevante que pudiera conducir la investigación hacia alguna dirección. Llevaba viendo los videos subidos por los fieles durante veinte minutos y entonces lo vio. ¡Aquella mano tenía huella dactilar! Era parcial y visible sólo según la perspectiva desde donde el video era grabado, pero podía combinar diferentes vídeos recogidos desde diferentes ángulos. Pasó la noche haciéndolo. Combinó las capturas hasta tener una huella semi-completa de aquella mano. Era un comienzo. Era un gran comienzo. Imprimió la huella, la guardó y se fue a la cama satisfecho. Al día siguiente se levantó tarde a causa de la falta de sueño. Había decidido hacer una investigación por su parte, notaba que aquello era personal, debía arreglarlo sin los baches burocráticos que estaba acostumbrado a ver en su comisaría. Llevó la huella al edificio de la policía científica. Allí conocía a uno de los trabajadores, Gabriel, habían sido amigos desde la universidad. Pedirle que buscara una huella en la base de datos no era un favor imposible. De hecho iba a cambiar ese favor por una taza de café. David esperó en el mismo bar de siempre hasta que Gabriel tuvo la concordancia de la huella.
-Vaya, tienes unos amigos muy raros. – Le dijo Gabriel cuando llegó al bar.
-No esperaba que fuera alguien normal ¿Quién es el dueño de la huella?
-Héctor Jueves. Sí, se apellida como el día de la semana. Es una especie de “científico loco”. – Gabriel le enseñó un informe con fotos del individuo. – Fue detenido por realizar experimentos en humanos. Utilizaba vagabundos para realizar pruebas, estuvo en la cárcel por ello. No mató a nadie, así que la condena no fue muy larga, ya sabes cómo es la justicia en este país. Era licenciado en Biología y en la cárcel complementó sus estudios con biotecnología. ¿Quién estudia biotecnología en la cárcel? Joder… Estás pensando algo, has puesto la cara de pensar. – Le dijo a David con una sonrisa.
-¿Eh? Si, la verdad… He visto a este hombre en otro sitio.
-Ten cuidado. No sólo por hacer una investigación por tu cuenta. Este tío es peligroso, si te captura no dudará en hacerte objeto de sus experimentos.
-Sí, iré con pies de plomo. Gracias por todo.
-Oye, ¿Puedo hacerte una pregunta? – David asintió - ¿Quién este tío para ti? ¿De dónde has sacado la huella?
David suspiró con fuerza. No sabía si explicarle o no lo sucedido hasta ese momento. Le dio un sorbo a su café.
-Creo que este hombre está detrás de todo el asunto de los suicidistas. – Gabriel no hizo ninguna expresión, siguió mirándole serio con los brazos cruzados, como esperando a que continuara. David sabía que Gabriel era su amigo, que podía confiar en él, que estaría dispuesto a perder su trabajo para proteger lo que pudiera confiarle. David le explicó, sin darle muchos detalles, cómo consiguió la huella y porqué quería llegar al fondo del asunto sólo. Al acabar su discurso Gabriel sólo levantó una ceja y dijo:
-No creo que hagas lo correcto, debes confiar en todo el cuerpo de policía que tienes a tu disposición. – Hizo una pausa, se acabó de tomar su café – Pero si necesitas ayuda sabes dónde encontrarme.
Se levantó, le dio la mano a David y se marchó del bar. 

martes, 21 de enero de 2014

El último suicidista (5a parte)

Era común que, cuando David se enfadaba con su hijo Alejandro, hablaba con él a través de su mujer y dando a entender que, en ese instante no era hijo suyo, sino de su mujer.
-David, tranquilo. Yo también he puesto el grito en el cielo. – Lo cogió del brazo y lo metió en la cocina para hablar sin que Alejandro escuchara. – Pero he estado hablando con él, parece que ha reflexionado mucho antes de hacerlo. Lo veo un poco más feliz, incluso ha llamado y ha hablado con su abuelo, con tu padre, y le ha pedido perdón por todo lo que ha hecho.
Alejandro y su abuelo no tenían muy buena relación. Nadie sabe cómo empezó, pero en las reuniones familiares no se hablaban y, si lo hacían, cada palabra era como un dardo lleno de veneno. David no supo cómo sentirse al oír aquello. Por fin su hijo y su padre rompían las barreras que ellos mismos construyeron. Se sentía aliviado. Pero ese pensamiento fue solo durante un instante. David no era de los que pensaba que el fin justificaba los medios. Decidió ir a hablar con su hijo de inmediato. De hombre a hombre.
Fue a la habitación de Alejandro y se sentó en la cama. Su hijo estaba de espaldas a su padre, mirando la página web de los suicidistas, viendo vídeos nuevos.
-Alejandro… mira, no quiero que te enfades, ni me quiero enfadar. Sólo me disgusta que no me hayas consultado algo así de importante antes…
David dejó de hablar ya que escuchó pequeños sollozos: Alejandro intentaba no llorar. Giró su silla y abrazó a su padre.
-Lo siento mucho papá. Tendría que habértelo dicho antes. Espero que lo entiendas.
-Mira, yo te apoyo en lo que sea, pero me decepciona que no cuentes conmigo a veces. Sobre todo con lo que acabas de hacer. Espero que te quites ese cacharro.
-Es que… ya no se puede. Es permanente – David cerró los ojos y respiró profundamente para no cabrearse, su hijo siguió: - No te preocupes, mañana hay una concentración y luego una asamblea de los suicidistas para darnos a conocer mejor y afiliar a la gente. Vente, no te pido que te unas, solo que vengas y abras la mente. – Hubo un momento de silencio, continuó. – Debes entender que esto no quiere decir que me voy a suicidar en cualquier momento. Sólo que ahora tengo el recuerdo de lo que me ata a este mundo de una manera más intensa y quiero hacerla más fuerte.
David no creía lo que estaba pasando. Notaba una sensación de miedo invadiéndole el cuerpo. No sabía si su temor era por escuchar esas palabras de la boca de su hijo o que la voz que le hablaba envolvía aquel argumento de sentido. Por un instante Alejandro casi convence a su padre pero David se dio cuenta que el amor que le tenía a su hijo creaba una empatía hacia aquella locura.
-Ya veremos – dijo David y se fue de la habitación.
Esa noche, acostado en la cama al lado de su mujer, investigó sobre el suicidismo. Buscó toda la información que pudo en internet y revisó toda la página web de la secta de arriba abajo. Intentó darle un enfoque objetivo e imparcial. El último vídeo publicado volvía a tener la voz de Ana y pedía a todos sus fieles que asistieran a la concentración para pedir que el ayuntamiento les concediera el centro religioso abandonado de la plaza mayor. Ana también decía que intentaría, con todos los métodos posibles, echarles una mano. David quería descifrar qué significaba aquello, dónde iba a llevar todo eso, quién podría beneficiarse de algo así… pero cuanto más indagaba menos respuestas encontraba.

David decidió ir a la concentración con su hijo. No esperaba recibir ninguna revelación divina ni ninguna epifanía, pero a lo mejor encontraba algunas respuestas o algún líder entre ellos que las diera. Lo curioso es que no era el único. Cuando llegaron dónde estaba la multitud corría el rumor de que la mismísima Ana iba a presentarse. Muchos tenían camisetas con su cara o con la frase “Nada que perder” y casi todos tenían el dispositivo ANA instalados. La concentración empezó como una caminata pacífica desde la casa de Ana hacia la plaza Mayor, pero muchos de los suicidistas llevaban megáfonos y empezaron a gritar que el edificio era legítimamente suyo e intentaban convencer a la gente de utilizar su dispositivo en caso de que el ayuntamiento no lo concediera. Utilizaban argumentos propios del suicidismo pero los tergiversaban. Los que fueron convencidos por estos iban más animados y el trayecto acabó en una manifestación delante del ayuntamiento. David estaba con Alejandro en el perímetro de la multitud para tener una oportunidad de salir de allí corriendo en caso de que aquella manifestación se convirtiera en algo peligroso. A un hombre lo levantaron entre dos y, cuando consiguió erguirse cogió un megáfono y empezó a hablar.
-Hermanos, todos sabemos por qué estamos aquí. Sentimos que no somos parte de este mundo y sabemos que este edificio abandonado tampoco lo es. Este edificio es nuestro por legitimidad poética – David rió para sí mismo -, es nuestro hermano y si el ayuntamiento no nos lo otorga lucharemos por él como mejor sabemos. Hagamos de nuestra mayor fortaleza un arma. Que caiga en sus hombros el peso de nuestro sacrificio.
Algunos de ellos empezaron a corear en voz alta: “Nada que perder”. El resto se le unió en poco tiempo. David iba a coger a su hijo y a salir de allí aunque tuviera que arrastrarlo. Lo cogió del brazo para salir pero un trueno atrajo la curiosidad de todos. La atención pasó del hombre del megáfono al cielo, ahí se estaba formando un cúmulo de nubes que poco a poco iban formando la figura de una mano que señalaba el edificio del ayuntamiento y poco a poco iba acercándose a él. El viento se levantó y una llovizna caía encima de los presentes. David susurró un leve “no puede ser” para él mismo mientras contemplaba aquel increíble suceso. La mano cada vez se acercaba más rápido al ayuntamiento hasta que chocó contra el edificio, los cristales de las ventanas y vidrieras estallaron. Los que estaban más próximos se cubrieron la cabeza cuando los trozos de cristal cayeron al suelo. Un golpe de viento hizo que la mano se difuminara convirtiéndose en una neblina y durante unos segundos se hizo el silencio.

martes, 14 de enero de 2014

El último suicidista (4a parte)

Aquel chaval se había aprendido bien los argumentos principales del suicidismo. David no creía lo que veía. Era una amenaza de muerte invertida. El propietario del bar, que reconocía al chico por ser un cliente habitual, apretó los dientes con fuerza. Todos los clientes estaban pendientes de su decisión. Probablemente era un farol, pero no quería arriesgarse a intentarlo.
-Un café con hielo, ¿no? – dijo el propietario. El chico sonrió.
-Sí. Me alegro que te acuerdes. Perdona, por lo que te he hecho pasar.
El chico intentó darle una palmada amistosa en el brazo pero el hombre apretó los dientes con rabia, dio media vuelta y se fue a preparar el pedido. David no creía lo que veía. Ahí residía el poder de los suicidistas. Era algo horrible. No podía quedarse con los brazos cruzados. La firmeza del chico le sorprendió y David quería saber más. Se levantó, cogió su almuerzo, poniéndolo encima de su libro de pasatiempos que ahora hacía las veces de bandeja y se sentó en la mesa del chico que había protagonizado aquella escena.
-Hola. –Dijo con una sonrisa.
-Buenos días, agente. – Dijo el chico un poco cohibido. El uniforme policial siempre impone.  - ¿He hecho algo malo?
-No, no. No pasa nada. Técnicamente no estoy de servicio, es mi descanso. Quería hacerte unas preguntas, de manera personal.
-Adelante. – Llegó su café con hielo a la mesa y le puso el azúcar.
-Me gustaría saber más cosas sobre esto del suicidismo. No me quiero afiliar. Estoy seguro que nunca lo haré. Pero quiero entender más de vuestra “sabiduría”.
- Vaya, señor agente, es una pena que no quiera hacerse uno de los nuestros. Seguro que lo disfrutaría.
David se rió sin muchas ganas.
-No, chaval. Lo que no entiendo es cómo no tenéis miedo de que el dispositivo explote sin que se lo mandes.
-¡Para nada! Sólo se activará con el comando de voz que elegí y con mi voz.
-¿Y si te olvidas de él?
-Mira, cuando recibí el dispositivo había un manual de uso que recomendaba que la frase detonadora fuera lo contrario a lo que te hace seguir viviendo. – David lo miró sin entenderlo mucho – Me explicaré: si yo, por ejemplo, tengo una novia que se llama Marta y ella es la única que me retiene aquí, mi comando de voz será “Ya no amo a Marta” o “Marta y yo ya no nos queremos”. Ahí está la genialidad del aparato. No somos suicidas, somos suicidistas. Tenemos muy presente lo que hace que no nos matemos, y pasamos el día reforzando ese vínculo. Es sutil, pero es una alabanza a la vida.
Para David seguía siendo una locura. Tenía sentido, todo el rollo del “vínculo que lo mantenía con vida” estaba bien, pero no creía que hubiera que llegar a esos extremos. Le agradeció la charla a aquél chico, pero seguía compadeciéndose de él.
David llegó a casa a las cinco de la tarde, como siempre. No estaba cansado, el día había sido tranquilo pero los problemas iban a empezar en ese instante. Su hijo Alejandro se acercó a él con expresión nerviosa. Le dijo con voz temblorosa:
-Papá, no me mates. Mira.
Alejandro se puso de perfil a su padre y le enseñó el dispositivo ANA instalado en su sien derecha. A David se le cayó el mundo encima. La rabia poco a poco le llenó cada uno de los poros de la piel. Lo primero que hizo fue buscar a su mujer.

-¡Clara! ¿Has visto lo que ha hecho tu hijo?

domingo, 12 de enero de 2014

El último suicidista (3a parte)

David era un policía de bajo rango. Tenía un gran intelecto que solo utilizaba rellenando libros de pasatiempos. Guardaba en carpetas los sudokus, juegos lógicos y crucigramas que iba rellenando, eran su orgullo aparte de su mujer y su hijo. Su vida sencilla era tal y como él deseaba. Prefería los trabajos tranquilos de administración en la comisaría para poder volver a casa y leer o pasar una velada agradable con juegos de mesa.
Cuando la bomba del suicidismo explotó, hubo muchos comentarios en la comisaría, en su gran mayoría relacionados con la incapacidad de operación que tenía la policía. Los agentes no tenían mucho poder en internet más allá de perseguir a acosadores. Podían detener a alguien por inducir al suicidio pero en ese caso la culpable ya estaba muerta.
El caso es que aquella secta o filosofía se hacía cada vez más potente. Empezaron a comercializarse los dispositivos ANA creados para instalárselos en la sien derecha, el lugar por donde se disparó Ana. Esos aparatos contenían una carga explosiva capaz de matar a la persona que lo tuviera colocados y se podían activar con un comando de voz que sólo conocía el usuario. Por tanto el aparato proporcionaba al suicidista la opción de “desatarse” de este mundo en cualquier momento y lugar. Los dispositivos ANA se vendieron como churros las primeras semanas. Además, según la web, todo el beneficio recogido a través de esas ventas iría a parar a un fondo para los afectados por los suicidios en masa que produjo el vídeo que desencadenó la tragedia.
En aquel momento cualquier suicidista podía lucir de su dispositivo ANA en cualquier lugar al que fuera. Ya no era una secta escondida a través de la red, era una tendencia en la que incluso ancianos, obreros o políticos estaban incluidos.
David siempre disfrutaba de su descanso tomándose un café y un cruasán en el mismo bar. Sacaba su cuaderno de pasatiempos y mataba los veinte minutos resolviendo crucigramas. Una semana más tarde de que los dispositivos ANA se comercializaran, mientras David tomaba su café diario, escuchó gritos desde la puerta de la entrada.
-¡Eh! Tú no vas a entrar aquí con eso puesto.
David se giró para ver lo que pasaba. Iba con su uniforme policial así que si la cosa se complicaba debería mantener el orden. Un chico acababa de entrar al establecimiento, llevaba en su sien derecha uno de los dispositivos. Ante la reacción del propietario del bar se puso a la defensiva.
-¿Perdona?
-Ya me has oído chaval. No quiero a los de tu clase por aquí. No quiero que estalléis sin más.
Hubo un instante de silencio. El chico sonrió y le miró desafiante.

-¿No has pensado que probablemente lo único que me mantiene con vida es la rutina de ir al bar al que me atienden siempre con una sonrisa? No tengo pensado activar este cacharrito – dijo señalándose la sien – pero probablemente lo haga, ya que estás apunto de destruir lo único que me hace sentir ligado a este mundo.

jueves, 9 de enero de 2014

El último suicidista (2a parte)

Esto creó una gran polémica. Los telediarios y la prensa tubo trabajo durante días comentando y analizando la noticia. Pero el lugar donde la gente recibió más impacto volvía a ser internet. Se crearon dos ramas de pensamiento diferente. La primera de ellas no apoyaba a Ana de ninguna manera. La tacharon de cobarde e inestable, algunos dijeron que tenía un fuerte grado de bipolarismo o depresión, otros dijeron que había sido una chiquillada de adolescente llevada al extremo, todos los chicos y chicas sufren rebeldías que los hacen reflexionar o delirar.
Una segunda corriente apoyó la idea y los razonamientos de Ana. Muchos adolescentes siguieron sus pasos y hubo un inmenso descontrol de suicidios. La web principal audiovisual de internet tuvo que cerrar temporalmente por la presión mediática, pero rápidamente esos vídeos se hospedaron en otros portales. Durante las siguientes semanas grandes cantidades de jóvenes se unían al proyecto “Ana desatada” y anunciaban sus suicidios antes de llevarlos a cabo. Finalmente todo esto acabó de una manera totalmente inesperada. Ana volvió y lo hizo a lo grande. Una página web llena de vídeos totalmente en negro pero con la voz de Ana fue un oasis en internet. En los vídeos Ana explicaba que ella no quería todo eso. Decía que se sentía triste porque, todos aquellos que habían “seguido sus pasos” no entendían la esencia de su acto y para explicarse mejor creó una nueva filosofía, el suicidismo.
Según los vídeos, Ana quería arreglar su mala explicación antes de marcharse. El suicidismo no significaba un suicidio repentino. Suicidista era aquél que durante mucho tiempo había tenido las agallas de analizar su propia vida y descubrir qué cosas eran las que lo ataban a su realidad. El suicidista buscaba en su existencia aquello que le daba sentido a la vida y no solo eso, hacía más fuerte ese enlace para poder seguir adelante. La decisión de Ana había sido, según su nueva web, una medida reflexionada, un último aliento de voluntad por controlar algo que le pertenecía.

Muchos desmintieron y denunciaron aquella página web, pero otros siguieron aquellos mandatos. El gobierno intentó cerrar el portal virtual y eliminar cualquier rastro de ella pero hubo mucha presión por parte de los seguidores del suicidismo y por padres que veían que sus hijos le daban una oportunidad a la vida a través del razonamiento. Nunca nadie pudo descubrir quién estaba detrás de aquella página web ni su contenido. Hasta el día de la mano en el cielo.

martes, 7 de enero de 2014

El último suicidista (1a Parte)

El día empezó como un jueves normal. En la calle principal de la cuidad se manifestaban jóvenes, ancianos y todo tipo de personas haciendo una ruta que finalizaba en la plaza principal. Todos ellos eran fieles a la religión de moda, el suicidismo. Eran fácilmente reconocibles por su dispositivo ANA en sus sienes. Los manifestantes reclamaban el centro religioso abandonado que estaba junto al ayuntamiento. Decían que el edificio era suyo, les pertenecía por derecho y si no se les entregaba harían estallar sus dispositivos. No tenían nada que perder y la carga de un suicidio caería sobre los hombros del ayuntamiento, sobre sus conciencias. Sería sin lugar a dudas una bomba mediática. Los suicidistas tenían un solo lema: “Nada que perder” y pretendían llevarlo a cabo de la manera más radical. Entonces ocurrió. Una mano gigante, hecha con las nubes de los alrededores, destrozó las vidrieras del ayuntamiento.

Todo empezó cinco meses antes, en el lugar que no existe: internet. Los blogueros que suben vídeos en internet (también conocidos como “vlogueros”, poniendo la uve de “vídeo” en vez de la be) eran cada vez más populares y entre ellos estaba Ana. Esta chica comentaba los acontecimientos más importantes desde un punto de vista bastante pesimista y muy destructor, ese perfil arrasador envuelto en vocabulario adolescente le daba fama. No tenía ninguna pretensión de popularidad ni seguía ningún grupo étnico, simplemente decía lo que pensaba. Un día decidió hacer un vídeo en stream, es decir, en directo y lo anunció durante semanas antes para crear expectación y público. Más de cinco mil personas vieron su vídeo alrededor del mundo.
Buenas noches, queridos vídeo-videntes. Una vez más me presento ante vosotros. El vídeo de hoy será especial porque es el último que quiero hacer. Quiero explicaros lo que me lleva ante este ojo mecánico cada semana y me transporta a vuestras casas: nada. No hay nada que me motive. Estos vídeos no los hago por vosotros, ni por mí. De hecho, he descubierto que no hay nada que me motive a hacer las cosas. Estoy vacía pero antes no lo estaba. Este mundo lleno de dolor, sacrificios y sueños inalcanzables ha acabado por vaciarme hasta el punto que me muevo por inercia. Y por ello os voy a decir adiós de manera definitiva. – En ese instante sacó un revólver – No quiero dar a entender que estoy desesperada ni loca. Quiero que entendáis que esto está totalmente razonado. He descubierto que nada me ata a este mundo, que no tengo control sobre él excepto por una cosa: mi propia existencia.  No tengo nada que perder. Así que voy a mostraros cómo tomo el control sobre algo, cómo soy feliz. Adiós.

La última imagen del vídeo muestra a Ana disparándose en la sien derecha.