David era un policía de bajo rango. Tenía un
gran intelecto que solo utilizaba rellenando libros de pasatiempos. Guardaba en
carpetas los sudokus, juegos lógicos y crucigramas que iba rellenando, eran su
orgullo aparte de su mujer y su hijo. Su vida sencilla era tal y como él
deseaba. Prefería los trabajos tranquilos de administración en la comisaría
para poder volver a casa y leer o pasar una velada agradable con juegos de
mesa.
Cuando la bomba del suicidismo explotó, hubo
muchos comentarios en la comisaría, en su gran mayoría relacionados con la
incapacidad de operación que tenía la policía. Los agentes no tenían mucho
poder en internet más allá de perseguir a acosadores. Podían detener a alguien
por inducir al suicidio pero en ese caso la culpable ya estaba muerta.
El caso es que aquella secta o filosofía se
hacía cada vez más potente. Empezaron a comercializarse los dispositivos ANA
creados para instalárselos en la sien derecha, el lugar por donde se disparó
Ana. Esos aparatos contenían una carga explosiva capaz de matar a la persona
que lo tuviera colocados y se podían activar con un comando de voz que sólo
conocía el usuario. Por tanto el aparato proporcionaba al suicidista la opción
de “desatarse” de este mundo en cualquier momento y lugar. Los dispositivos ANA
se vendieron como churros las primeras semanas. Además, según la web, todo el
beneficio recogido a través de esas ventas iría a parar a un fondo para los
afectados por los suicidios en masa que produjo el vídeo que desencadenó la
tragedia.
En aquel momento cualquier suicidista podía
lucir de su dispositivo ANA en cualquier lugar al que fuera. Ya no era una
secta escondida a través de la red, era una tendencia en la que incluso
ancianos, obreros o políticos estaban incluidos.
David siempre disfrutaba de su descanso
tomándose un café y un cruasán en el mismo bar. Sacaba su cuaderno de
pasatiempos y mataba los veinte minutos resolviendo crucigramas. Una semana más
tarde de que los dispositivos ANA se comercializaran, mientras David tomaba su
café diario, escuchó gritos desde la puerta de la entrada.
-¡Eh! Tú no vas a entrar aquí con eso puesto.
David se giró para ver lo que pasaba. Iba con
su uniforme policial así que si la cosa se complicaba debería mantener el
orden. Un chico acababa de entrar al establecimiento, llevaba en su sien
derecha uno de los dispositivos. Ante la reacción del propietario del bar se
puso a la defensiva.
-¿Perdona?
-Ya me has oído chaval. No quiero a los de tu
clase por aquí. No quiero que estalléis sin más.
Hubo un instante de silencio. El chico sonrió
y le miró desafiante.
-¿No has pensado que probablemente lo único
que me mantiene con vida es la rutina de ir al bar al que me atienden siempre
con una sonrisa? No tengo pensado activar este cacharrito – dijo señalándose la
sien – pero probablemente lo haga, ya que estás apunto de destruir lo único que
me hace sentir ligado a este mundo.
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